Un amigo me dijo que tenía
que ir a ver Nop, la película de Jordan
Peele. Me lo expresó de una manera muy efusiva. “La tienes que ver”, insistió,
sin dar más detalles. Así que me fui a verla con mis dos hijos. Sabía, por lo
que había leído, que iba de ovnis, de extraterrestres, y lo cierto es que le
tenía muchas ganas (las dos primeras cintas de Peele, Déjame salir y Nosotros,
me habían gustado bastante), pero cuando me recomiendan algo encarecidamente no
me sé negar, no sé decir Nop. Soy un espectador débil y sumiso. Me encanta el
cine de terror, desde luego, y en esta película hubo dos instantes en los que
se me pusieron los pelos de punta, pero no fue a causa del miedo precisamente.
Hay un momento en que del cielo caen monedas, y mi hijo me susurró al oído:
“Esto pasa en uno de tus cuentos, ¿verdad?”. “Sip”, murmuré abrumado. En otro
momento del filme (y perdón por el spoiler) llueve sangre del cielo, empapando
una casa de rojo escarlata. Mi hija me señaló en voz baja: “Tienes otro cuento
en que sucede esto, ¿verdad?”. “Sip”, asentí atónito. “¡Nop mep jodasp!”,
pensé. Sé perfectamente que Jordan Peele no me ha leído ni en broma. ¡Qué más
quisiera yo! Pero estas pequeñas coincidencias nos pasan muy a menudo a los
escritores. Lo cierto es que la película me encantó (pese a ello, o en parte
por ello); es la que más me ha gustado de Peele, tal vez por esa semejanza en
tocar el terror y la ciencia ficción de una manera arriesgada y poco convencional.
Y no es la primera vez que me ocurre. Me vinieron a la memoria los sudores
fríos que pasé viendo Origen, de Christopher
Nolan, con temática y escenas muy parecidas a mi novela onírica La marea del despertar, publicada unos
cuantos años antes, afortunadamente. Por supuesto, Origen es mi película favorita de Nolan. Esa afinidad de ideas en
el fondo agrada y reconforta.
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