Acabo
de volver de mis vacaciones. Y no tengo síndrome postvacacional. Al contrario.
Estaba deseando volver, anhelando regresar a mi columna. Me he ausentado unas
semanas y ha sido un sinvivir. Leía las noticias y soñaba con escribir sobre
ellas, para luego darme cuenta de que estaba de vacaciones y nadie esperaba mis
columnas. Ha resultado muy raro y frustrante. Quería descansar mentalmente,
pero no sé si lo he conseguido en realidad. ¿Me ha servido este paréntesis para
cargar las pilas? ¿He disfrutado de viajes, playas y familia? Pues sí, no me
puedo quejar. ¿Y qué he sacado de estas vacaciones? Un bañador de licra al
menos. Me explicaré. He estado en un camping en Francia, y en el Parque
Acuático, al entrar en la piscina, me abordó el socorrista y me soltó: “Lo
siento, pero no puedes llevar ese bañador en este lugar”, y me señaló un cartel
en el que se veía que estaban prohibidos los bañadores largos de hombre, tipo
bermudas, como el que llevaba puesto. “Vale, pues me lo quito”, dije
bajándomelo y pensando que los franceses son unos frescos y unos nudistas sin
remedio. “No, no”, me detuvo el socorrista rápidamente, “Tienes que llevar uno
de licra”. “¿De licra?”, repetí sin comprender. Y poco a poco fui
comprendiendo. Al parecer, se les atascaron hace unos años las instalaciones
por la cantidad de arena que traía la gente de la playa y decidieron tomar
medidas. Los visitantes que no lo sabíamos acudíamos a un puesto (que hacía el
agosto con nosotros, nunca mejor dicho) para agenciarnos nuestro bañador de licra
pertinente. Supongo que como ahora las chicas se ven abocadas a llevar bikinis
minúsculos, los chicos, en compensación, debemos llevar diminutos bañadores que
marcan todo a la perfección. Pero oye, lo cierto es que la prenda me queda de
maravilla. He descubierto, como Hulka, que la licra es mi nueva amiga.
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