lunes, 29 de junio de 2009

PRESENTACIÓN DE "LOS GUIONISTAS" EN DONOSTI

FNAC DONOSTI
Jueves 2 de Julio, 19:00 horas

Presentación de
"LOS GUIONISTAS"
(Eclipsados, 2009)
de ROBERTO MALO

acompañado por
NACHO ESCUÍN,
editor de Eclipsados

Será la quinta vez que presente un libro en la Fnac de Donosti (todos mis libros se han presentado en el mismo marco donostiarra). En la fotografía, un momento de la presentación de "La luz del diablo" (Mira, 2008), mi anterior libro.

En la fotografía, acompañado por Unai Herrán en la presentación de "La marea del despertar" (Hegemón, 2007). ¡Qué recuerdos!

¡Nos vemos!

jueves, 25 de junio de 2009

EL CONTADOR DE PERSONAS

(relato de Roberto Malo)

Mi trabajo consiste en contar. Contar personas. Así que, si no les importa, voy contando. En primer lugar me cuento a mí mismo. Uno. El burro delante, ya saben. En segundo lugar cuento a Rosa, mi acompañante. Dos. Rosa, por si les interesa, es una amiga que me quiero ligar a costa de invitarla al cine. A mí me invitan al cine los de mi empresa, me dan dos entradas, y yo a mi vez la invito a ella con la entrada que me sobra. Es un círculo vicioso que espero me depare una relación muy viciosa. En fin, ya veremos qué pasa, pero ahora a lo mío, al trabajo. A contar. No nos desviemos demasiado. Una vez contados ella y yo, sólo me resta contar a todas las personas que entren a continuación en la sala número seis de los cines Warner, que es donde me encuentro ahora, a las nueve menos cuarto de un sábado de mayo, haciendo como que leo la revista gratuita que informa de los inminentes estrenos de cine. Hay que disimular, ya saben. Entra una pareja de enamorados, o al menos lo parecen por cómo se miran. Tres, cuatro. El acomodador les indica sus asientos, dos filas por delante de Rosa y de mí. Mi trabajo, en estos momentos, consiste en contar el número de personas que van a ver la película (la típica americanada de acción descerebrada que arrasa en taquilla) en la sesión de las nueve de la noche. Es un trabajo absurdo, pero bastante sencillo, la verdad. También es un trabajo inútil, perfecto para inútiles como yo. No es nada fácil encontrar un trabajo cuando apenas sabes hacer nada, como desgraciadamente es mi caso. Sin embargo contar –aunque está mal que lo diga yo- se me da muy bien. Ya de niño contaba nubes en el campo, contaba coches desde el puente, contaba estrellas por la noche, contaba ovejitas para dormir... Sin saberlo, ahora me doy cuenta, me he estado preparando durante años para este trabajo, para contar personas, que es lo máximo, no nos engañemos. Se pueden contar muchas cosas, pero personas es lo mejor. Entra en la sala un grupo de jóvenes alegres y gritones, dos chicas y cuatro chicos. Cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Se sientan algo detrás de nosotros. Mi trabajo consiste en entrar el primero (o de los primeros) en la sala que me ha sido asignada por mis superiores, sentarme tranquilamente en mi butaca y contar las personas que entran a ver la película. Hoy lo he hecho muy bien, como un profesional; Rosa y yo hemos entrado los primeros. Además tenemos unas buenas butacas, centradas y con una visibilidad panorámica de la sala. Entra una pareja con dos botellines de agua y una enorme bolsa de palomitas. Once, doce. Se sientan a nuestro lado. En vez de desde la butaca pertinente, otra forma menos sutil de proceder es quedarte de pie cerca de la entrada, como si hubieras quedado con alguien, y contar desde allí los que entran. Si la sala sólo tiene una entrada (como ocurre en la que estamos ahora) es pan comido. Lo malo de esta opción es que si el acomodador es algo despierto se puede mosquear, se puede oler que eres un maldito contador. Entra un hombre solo. Trece. Aunque está tan gordo, se me ocurre pensar, que debería contar por dos. Se sienta delante de nosotros, algo a la derecha. Mi empresa me paga mi entrada, la entrada de un acompañante (para que no tenga que ir solo al cine, como el gordo que acaba de entrar), y me pagan veinte euros por cada sala que controlo. No está mal, pensarán algunos. Y hay días en que controlo hasta tres salas, y por lo tanto veo tres películas diferentes. Un chollo, vamos. Al menos para mí, que me contento con poca cosa. Me pagan por ir al cine. Suena bien, ¿eh? Pero a diferencia de los críticos de cine, yo ni siquiera tengo que escribir. Sólo contar. Entra un matrimonio (o eso supongo) con su hijo pequeño, un varón. Catorce, quince, dieciséis. Se sientan detrás de nosotros. Mi empresa, a su vez, trabaja para una distribuidora de películas. Y las distribuidoras, como ya se imaginarán, se llevan un porcentaje de cada entrada que se vende en un cine. Pero los cines, algunas veces, falsean y rebajan el número de entradas vendidas, para así ganar más dinero, para así estafar un poco a las distribuidoras. Y aquí entramos en juego nosotros, los contadores. Entra un grupo de cuatro chavales. Diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte. Se sientan cuatro filas delante de nosotros. Los contadores estamos aquí para contrastar si la información que le pasa el cine a la distribuidora es correcta o no. Velamos, en definitiva, por que los informes de la taquilla se cumplan a rajatabla. Somos vigilantes, controladores. Contadores, ya digo. Entran tres chicas, las tres muy delgadas. Veintiuno, veintidós, veintitrés. El acomodador las acompaña hasta su fila. Cuando se estrena una película de la distribuidora para la que trabajamos, el fin de semana de estreno acudimos a los cines con nuestra acreditación, llevamos un ridículo aparatito para contar el número de espectadores y pedimos las hojas de taquilla. Lógicamente, por la cuenta que les trae, los cines suelen hacer las cosas de forma correcta. Sin embargo, pasado el fin de semana de estreno ya no vamos. Teóricamente. Y es entonces cuando los cines sienten que pueden hacer la trampa. Y es ahí cuando les podemos pillar de verdad. Porque vamos, por supuesto, pero no vamos acreditados, claro. Entra una pareja algo mayor. Veinticuatro, veinticinco. Se sientan dos filas por detrás, a la izquierda de nosotros. Como iba diciendo, vamos, pero no vamos acreditados. Vamos entonces de incógnito, como simples espectadores, como falsos espectadores. Como en el caso de hoy, por cierto. Hoy voy de incógnito. Hoy soy un contador sin aparatito para contar personas. Hoy intento pasar por ser un espectador anónimo, del montón, vamos. Como para corroborarlo o como para darle más autenticidad, voy acompañado de una chica, como si fuéramos los dos una pareja completamente normal que va al cine para pasar el rato. Pero por dentro –bajo el disfraz de vulgar espectador- sigo siendo un contador. Y nada puede delatarme, ya que sólo me sirvo de mi mente. Cuento mentalmente, y mi mente está perfectamente adiestrada para contar personas. Mi mente –aunque está mal que lo diga yo- es una calculadora electrónica infalible. Entran dos chicas francamente guapas. Veintiséis, veintisiete. El acomodador les indica sus asientos y les da un repaso visual de arriba abajo, sobre todo a la que luce una blusa naranja. La película que vamos a ver (dentro de diez minutos, son ahora las nueve menos diez) ya se estrenó la semana pasada (la vi entonces con Violeta, por cierto, otra amiga, y como le pareció una película menor no llegamos a mayores, o al menos eso pensé), y al encontrarnos ahora en el segundo fin de semana de exhibición ya no debemos ir acreditados. Pero debemos ir, por supuesto. Entran tres chavales llenos de granos. Veintiocho, veintinueve, treinta. Se sientan por delante. ¿Por qué debemos ir? Porque nos lo piden. Es así de sencillo. Un hombre sospecha que su mujer le es infiel, y contrata a un detective para que la siga, para que la investigue. Una distribuidora sospecha que unos cines le están estafando, le están mintiendo, y envía a contadores como yo para averiguarlo. Ya nadie se fía de nadie. Es el mundo en el que vivimos. Entra un grupo de cinco chicos. Treinta y uno, treinta y dos, treinta y tres, treinta y cuatro, treinta y cinco. Se sientan en nuestra fila, unas butacas a la derecha. Por si les interesa, hay un margen de error de cinco personas. Si mis informes y los del cine no coinciden en cinco personas o menos, no pasa nada. Si la diferencia, en cambio, es considerable... supongo que el castigo para el cine también será considerable. Entra una pareja con dos niños. Treinta y seis, treinta y siete, treinta y ocho, treinta y nueve. Se sientan justo a nuestro lado. Los niños y los adultos, por descontado, cuentan por igual. Todos son personas, todos son espectadores, todos pagan la entrada. Es curioso. Todos nos igualamos en un cine. Hasta los contadores y los simples espectadores pasamos por taquilla. Sí, yo me compro las dos entradas en la taquilla, como todo el mundo, las guardo (como prueba certificada, por supuesto) y luego me las abona mi empresa. Por ello, entre otras cosas, las chicas a las que invito –pobres ingenuas- se creen que las invito de verdad. De hecho, muy al principio, a las chicas que invitaba no les decía que estaba trabajando. Y me mareaban en el cine con su charla, con su parloteo, y me despistaban increíblemente a la hora de contar. Ahora ya no lo oculto, qué remedio. Les digo que tengo que contar a la gente y así no me molestan demasiado. Algunas hasta se prestan a ayudarme, a contar ellas también, pero yo declino siempre su ofrecimiento. A fin de cuentas, yo soy el que se tiene que ganar el dinero, qué coño. Trabajo en el cine, les digo de entrada a mis posibles conquistas. No veáis cómo se emocionan cuando les digo eso. Y no les miento, ¿verdad? Sin embargo, cuando entro en detalles y les explico en qué consiste exactamente mi trabajo, creo que se sienten un poco estafadas. Como la distribuidora entonces. Entran dos chicos sonrientes. Cuarenta, cuarenta y uno. Se sientan en la fila de delante. Cuando a la taquillera le pido inocentemente dos entradas, ella no puede sospechar que le está dando un salvoconducto a un espía del enemigo. Sí, a veces es así como me siento. Me siento como un intrépido espía realizando una arriesgada misión. Pero soy un espía moderno, se podría considerar, que espía las multisalas y se vende a las multinacionales si hace falta. Lo de las multisalas, por cierto, nos viene muy bien a los contadores, ya que así podemos ver varias películas diferentes sin movernos demasiado. Entran tres hombres, dos de ellos con gafas. Cuarenta y dos, cuarenta y tres, cuarenta y cuatro. Se sientan al fondo. Ojo. La chica de la blusa naranja que ha entrado hace poco se levanta de su asiento y sale de la sala, supongo que para ir al baño, ya que el bar y la tienda de palomitas se encuentran aparte, fuera de la zona de acceso a las salas de cine. No importa. Cuando vuelva a entrar no la volveré a contar. Soy un profesional y una chica así –con una blusa así, ya procesada- no pasa desapercibida. Afortunadamente, siempre he sido muy observador. Desde niño. Me encanta mirar, observar a la gente. Soy un poco mirón, sí, lo reconozco. Y me encanta contar. Creo que lo único que queremos en la vida es contar, de alguna manera. Y que la vida cuente con nosotros, claro. Entran dos parejas de veinteañeros. Cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete, cuarenta y ocho. Se sientan por delante. Un momento. Por el rabillo del ojo observo al gordo que ha entrado solo, el que se encuentra a mi derecha dos filas por delante. Es curioso lo que me ha parecido percibir. Entran tres chavalas, dos de ellas con pinta de ser hermanas. Bueno, yo a lo mío. Cuarenta y nueve, cincuenta, cincuenta y uno. Se sientan detrás de mí. Sí, ahora ha vuelto a ocurrir. El gordo también las ha mirado a las tres... como si las contara. Me está mosqueando el muy cabrón. Me remuevo en el asiento, algo inquieto. ¿Será posible...? Rosa me pregunta si me ocurre algo. ¿Tanto se me nota? No, no, le digo, no pasa nada. Pero empiezo a sospechar que el maldito gordo también está contando. ¿Será de mi empresa y el muy imbécil se ha equivocado de sala? ¿O me habré equivocado yo? No, eso es imposible. Por si acaso compruebo la entrada. No hay ninguna duda, me hallo en la sala asignada por mis superiores. ¿Será entonces el gordo de la competencia? ¿Pero qué competencia? Cuánto intrusismo, por favor. O tal vez... tal vez en la empresa ya no se fían de mí. Y tal vez está para comprobar si lo hago bien. Ya nadie se fía de nadie. Vigilantes que vigilan a los vigilantes. Una locura. Y no es la primera vez que lo pienso. Van a por mí, está visto. Los de mi empresa son unos miserables. Miro mi reloj: son las nueve menos cinco. Enseguida apagarán las luces de la sala, y contar entonces no será tan fácil. Entra una pareja de jóvenes. Van de la mano. Cincuenta y dos, cincuenta y tres. El acomodador les indica su fila, justo delante de la nuestra. Intento serenarme. Me estoy volviendo paranoico, eso es todo. Sin embargo siento que el acomodador me mira de forma rara. Creo que se ha dado cuenta de que soy un contador. Mierda. Lo que faltaba. Un chico listo el acomodador. Luego irá seguramente con el chivatazo a sus superiores, y en consecuencia en el cine harán las cosas bien. Así, de alguna manera, se me ocurre pensar, gracias a mí se evita el fraude. Sé que esto suena como un vano intento de consolarme por no ser un buen profesional, por no ser nada discreto, pero no puedo hacer mucho más. Soy un fracasado, está visto. Ya sólo me falta perder la cuenta de los que entran. Pero eso no me ha pasado nunca. Bueno... todavía no me ha pasado. Pero hay compañeros a los que les está pasando. Y están siendo despedidos, uno tras otro. La edad y las drogas no perdonan, desde luego. Y los de mi empresa son unos miserables, y tampoco perdonan. Entran tres mujeres, las tres con falda. Cincuenta y cuatro, cincuenta y cinco, cincuenta y seis. El acomodador les indica su asiento. Yo me hago el despistado por si acaso. Las luces se apagan de golpe. La pantalla se ilumina de anuncios. Por fortuna tengo buena vista. Y mis ojos se acostumbran a la oscuridad rápidamente. Estoy bien entrenado, se podría decir. Pero por si acaso no quito ojo a la entrada de la sala, en espera de los que entran a oscuras, que normalmente son legión. La puntualidad, en nuestro país, nunca ha sido nuestro fuerte. Entra una pareja convencional (o sea: chico-chica). Cincuenta y siete, cincuenta y ocho. Sigo sus siluetas, recortadas por el centelleo de la pantalla, hasta que finalmente se sientan en sus butacas. En la sala hace bastante fresco; el aire acondicionado está funcionando a tope y no hay demasiada gente para la capacidad de la sala. Pero a mí no me importa, la verdad; llevo un buen jersey de lana y no tengo ni gota de frío. Entran tres chicos. Cincuenta y nueve, sesenta, sesenta y uno. El acomodador les ilumina con su linterna y se pierden detrás de nosotros. De momento, lo cierto es que está siendo una floja entrada para tratarse de un sábado, pero también hay que tener en cuenta que en estos instantes se está jugando un partido de fútbol trascendental para el equipo local, y ya se sabe, contra el fútbol no se puede competir. Entra la chica de la blusa naranja, pero lógicamente no la contabilizo de nuevo. Soy un profesional y a mí no me engañan, no, no me la dan con queso tan fácilmente. La pobre ilusa vuelve rápidamente con su amiga. Otra vez será, guapa. Miro mi reloj (acorde perfectamente con mi profesión, ya que tiene las manecillas luminiscentes): son ya casi las nueve, falta menos de un minuto para las nueve. Entran dos parejas con refrescos y palomitas. Sesenta y dos, sesenta y tres, sesenta y cuatro, sesenta y cinco. Se sientan a la izquierda, tres filas por delante. Entran tres chavales a continuación. Sesenta y seis, sesenta y siete, sesenta y ocho. Se sientan algo detrás de nosotros. Entra otra pareja. Parece que esto se anima. Sesenta y nueve, setenta. El acomodador les indica sus butacas, detrás de nosotros también. Me encuentro en lo que se conoce como el momento crítico, el momento en el que mucha gente entra de golpe y a toda velocidad por ser ya la hora y estar la sala a oscuras. Es el delicado momento en que hay que andarse con cien ojos para que no se te pase de largo ninguna escurridiza persona anónima. En todo caso, en caso de duda, o en caso de que ante nuestros ojos o en nuestra mente se solapen varios cuerpos, nuestros superiores nos aconsejan que contemos también las personas al salir, al acabar la película, para comprobar si hemos contado bien o más bien (creo yo) para así hacernos más merecedores del dinero que nos pagan. Yo la verdad es que no suelo volver a contar a la gente a la salida. Primero porque no me equivoco contando, menudo soy yo, y segundo porque me parece una total pérdida de tiempo, que, bien mirado, además sólo sirve para confundirte, ya que al salir todos los espectadores en tromba sí que resulta verdaderamente difícil el hecho de contarlos correctamente. En esos momentos, como es natural, es mucho más probable que alguno se te pase. Entran dos parejas. Setenta y uno, setenta y dos, setenta y tres, setenta y cuatro. El haz de luz de la linterna del acomodador les precede en su corto recorrido. En la pantalla mientras tanto aparecen los inevitables tráilers de las películas de inminente estreno. Películas que probablemente tenga que ver. Películas en las que tendré que contar el número de personas que las vean. Películas que tal vez vea una vez, dos veces, tres veces, las que sean. Entra una pareja, los dos muy altos, por cierto. Espero que no se nos pongan delante. Setenta y cinco, setenta y seis. Pasan de largo y se van afortunadamente unas filas atrás. Entran tres chicas. Setenta y siete, setenta y ocho, setenta y nueve. El acomodador les señala sus butacas, cuatro o cinco filas por delante de nosotros. Creo que los anuncios y los tráilers de películas cumplen una función básica: conseguir que, aunque las personas lleguen algo tarde al cine, no se lleguen a perder ningún minuto de la película. A veces perderte el principio es fatal, ya se sabe. Luego vas perdido, como si yo hubiera dejado de contar a unas cuantas personas por irme al baño, por ejemplo, y me tuvieran que contar mis vecinos de butacas cuántos han entrado en mi ausencia. Entran dos hombres. Ochenta, ochenta y uno. Se pierden detrás de nosotros. La pantalla se torna negra. Aparece el logotipo de la distribuidora para la que trabajamos y comienza por fin la película. A ver si nos gusta, me dice Rosa. Tú sí que me gustas, pienso, pero no lo digo, por supuesto. ¿Le gustaré yo a ella? Me temo que no. Comienzan los títulos de crédito. Las personas que entren a partir de ahora cuentan también, claro, pero cuentan como gilipollas, como tardones, como incordios humanos. Tengo que contar los que entran tarde en lugar de ver la película tranquilamente. Sin embargo soy un profesional y puedo hacer perfectamente las dos cosas a la vez. Con un ojo controlo la entrada de la sala, con el otro ojo controlo la pantalla. De todas formas, la película ya la he visto. Y además no es gran cosa. Entran dos parejas. Ya estamos. Ochenta y dos, ochenta y tres, ochenta y cuatro, ochenta y cinco. Las dos parejas van por separado. Unos se sientan algo a la izquierda. Los otros acaban sentándose detrás de nosotros. Entran tres jóvenes. Ochenta y seis, ochenta y siete, ochenta y ocho. El acomodador les señala sus butacas, muy delante de nosotros. En la pantalla tiene lugar una trepidante persecución de coches. Es curioso lo que pasa con las películas. Aunque ya la hayas visto (como es mi caso), siempre descubres cosas nuevas. Cosas que en la primera visión se te pasaron por alto, figurantes en los que apenas te fijaste, diálogos en los que apenas reparaste. A veces hasta llego a pensar que, tal vez, al ver una película de nuevo, en esa segunda visión cambie la historia por completo. Que tal vez acabe mal en lugar de bien y cosas así. ¿Por qué no? Miro el reloj: las nueve y cuarto pasadas. En fin, ya no creo que entre nadie más en el cine. Ochenta y ocho, entonces. La cifra final. La cifra que tengo que memorizar. La cifra que tengo que presentar. Ochenta y ocho. No son demasiados espectadores, la verdad, pero son suficientes. Considero por tanto que me puedo relajar ligeramente y contemplar la película sin más. Si hubiera ido solo, o tuviera otras cosas que hacer, o si no me gustara el cine, podría irme ya con el trabajo cumplido, con la cifra de taquilla registrada en el cerebro. Muchos en mi empresa lo hacen. A los quince o veinte minutos de película se van. Pero no es mi caso. A mí me gustan las películas. Estoy aquí por ellas. Estoy en este trabajo por ellas. Quizás ya no tenga nada que contar, pero me gusta contar, de alguna manera, en lo que me gusta. Supongo que todos queremos llegar a contar en lo que nos gusta. A mí me gusta el cine y cuento las personas que van al cine. Suena como un mal chiste, como una ironía de la vida, lo sé. Todo por amor al arte, ya saben. Conozco muchos casos parecidos. Una amiga mía que estudió Bellas Artes se marchó a Madrid para prosperar. Allí acabó, nada menos, en el Museo del Prado... de mujer de la limpieza. Bueno, es un trabajo digno y está rodeada de obras maestras, en un marco incomparable, vamos. Como ella misma dice, sólo es un trabajo provisional; al fin y al cabo sólo lleva así cuatro años, en espera de que le salga algo mejor. Otro amigo mío, que es músico, trabaja en el mundillo de la música montando conciertos. Un día trabaja para Bruce Springsteen, otro para Gloria Estefan, otro para los Kiss, otro para Enrique Iglesias (es un profesional y les monta los conciertos a todos, sean como sean musicalmente). Trabaja por horas, y la verdad es que trabaja muchas horas. Hace de todo. Les monta el escenario a los artistas que toquen, corta las entradas, ejerce de guarda de seguridad, retira el telón (cuando lo hay), y suele ver los conciertos, eso sí. Todo por ver el concierto gratis, ya saben. Eso sí, también hay que decirlo, el hecho de que él sea músico es lo de menos. Porque no toca un instrumento ni de lejos. Si miras su contrato, ahí pone claramente lo que es en realidad: un peón. Un peón de la construcción de escenarios, claro. Es el último mono del mundillo del rock and roll, pero por lo menos ahí está, montando todo tipo de espectáculos, en espera de que otros, algún día, tal vez, quién sabe, le monten a él el escenario. Resulta muy deprimente. Como mis intentos, por otra parte, patéticos y lamentables, de ligar. Estoy tan cansado de intentarlo en vano... Sí, estoy cansado de invitar al cine a chicas que luego no quieren saber nada de mí. Vale, no soy muy guapo, soy consciente, pero no todo es la belleza exterior. También cuentan otras cosas. Aunque por lo visto deben de contar más bien poco. Miro a Rosa. Ella mira la película. No me hace ni caso. Uno sólo quiere contar para alguien especial, pero al parecer nadie quiere contar conmigo. Nadie. Todo el mundo pasa de mí, hasta los de mi empresa pasan de mí. Malditos miserables. Cuento los días que pasan tristemente, precariamente, y espero que llegue por fin un día diferente de los demás, pero nunca llega ese ansiado día. Y estoy muy cansado de contar solo. Estoy rodeado de mucha gente, sí, pero me siento solo. Terriblemente solo. ¿Me quieres?, le pregunto a Rosa a bocajarro. Ella tuerce el gesto, no se esperaba algo así, y me mira algo cohibida. Bueno, te quiero como amigo, me dice la muy puta. Respuesta incorrecta, pienso. Lo que no sabe la muy cerda es que va a morir por decirme eso. Pero no sólo va a morir ella, no, no es algo personal. Vamos a morir todos los que estamos en esta sala. Finalmente, hoy va a resultar un día diferente, desde luego que sí. Hoy no he estado contando sólo personas. He estado contando cadáveres. O heridos, en su defecto. He estado contando víctimas. Yo también soy una víctima, por supuesto, la mayor de todas. Debajo de mi jersey de lana, con esparadrapo, llevo pegado a mi pecho y espalda dos kilos de dinamita y una buena pizca de nitroglicerina. Soy una bomba humana con la que nadie cuenta. Soy la bomba, sí. Soy un contador de luz a punto de explotar. Es muy fácil fabricar una buena bomba cuando has visto tantas películas estadounidenses como yo. Fabricar el detonador me costó algo más, pero no demasiado. Es curioso, ahora que lo saco por debajo del jersey, por su forma y tamaño me recuerda al aparatito que usamos para contar personas. ¿Qué es eso?, me pregunta Rosa con extrañeza. Ahora lo verás, le digo. Voy a desaparecer en mil pedazos y cuando yo ya no esté, se me ocurre pensar, otro tipo de profesionales harán el recuento de cadáveres y heridos. Espero que no se equivoquen. Es importante dar con el número correcto. Miro a un lado. Miro al otro. Toda la gente mira embobada la película. Lo siento, creo que vamos a perdernos el final de esta película. Total, yo ya la he visto y no es gran cosa. Vamos a darle en su lugar otro final. Y acciono sin pensar el detonador.

martes, 23 de junio de 2009

PRESENTACIÓN DE "SUICIDIO A CRÉDITO" EN ZARAGOZA


Presentación del libro de Ricardo Bosque
Suicidio a crédito (Mira, 2009)
que se celebrará el martes 23 de Junio,
a las 20:00 horas,
en la Sala Cultural de Librería Central,
Corona de Aragón, 40,
(entrada por Concepción Arenal, 29) de Zaragoza.


En el acto intervendrán
Roberto Malo, escritor y cuentacuentos,
el autor y Joaquín Casanova, el editor.


Al final del acto se servirá un vino.

domingo, 21 de junio de 2009

RESEÑAS DE "LOS GUIONISTAS" (2)


El escritor Sergio Mars reseña "Los guionistas" (Eclipsados, 2009) en Rescepto. Pongo el enlace a continuación:



Asimismo, el escritor Luis de Luis publica el artículo "Mondomalo: Breve noticia de la literatura de Roberto Malo" en el blog de Estudio en Escarlata. Pongo el enlace a continuación:


En la fotografía, el escritor Luis de Luis acompañándome en la presentación de "Los guionistas" el pasado jueves en la librería Estudio en Escarlata. Estuvo genial, vino mucha gente y el cóctel estaba riquísimo.


En la fotografía, los ángeles de Escarlati: los escritores Roberto Malo, José Luis Gracia Mosteo y David G. Panadero.

¡Gracias a todos por pasaros!

sábado, 20 de junio de 2009

CENA DE LAS 1001 NOCHES (EN EL ATRAPAMUNDOS)



Jueves 25 de Junio
19:30 horas
Audiovisual.
Marruecos en bicicleta. Por José Antonio Naranjo.
Actividad gratuita.

Jueves 25 de Junio
21:00 horas
Cena con cuento.
Cena y cuentos de las 1001 noches, narrados por Roberto Malo, escritor y animador sociocultural. Con el procedimiento habitual: Cuento, plato, cuento, plato, cuento, plato, cuento, plato, etc.
25 euros.


La cena:

Aperitivo
hummus de garbanzos con aroma a albahaca y limos sutil
baba janus de berenjenas ahumadas con ajo
chutchuca de pimientos rojo y verde con tomate fresco

Shorba vegetariana de verduras con tomate y perfume de coriandro

Ensalada de patatas con ras el janut y judías verdes tiernas con frutos de mar

Tajin de ternasco con pasas de uvas de corinto y calabacines

y para terminar nidos de cabello de ángel relleno de frutos secos a la miel sobre naranjas maceradas a la canela

Agua y vino D.O. Somontano Monteaguarás de bodegas Aldahara


Información y reservas:
El Atrapamundos
C/Mefisto, 4
50001 Zaragoza
Teléfono: 976 210 491

miércoles, 17 de junio de 2009

PRESENTACIÓN DE "LOS GUIONISTAS" EN MADRID


Estudio en Escarlata
Jueves 18 de Junio, 19:30 horas

Presentación de
"LOS GUIONISTAS"
de ROBERTO MALO

acompañado por
LUIS DE LUIS

Al finalizar el acto, se servirá un cóctel de película.

Para que os hagáis una idea gráfica de lo que os podéis encontrar en una presentación literaria en Estudio en Escarlata, voy a poner a continuación un vídeo de cuando se presentó mi novela "La marea del despertar", en noviembre de 2007. Es un fragmento de lo que yo denomino "momento teletienda". Me encuentro acompañado por Unai Herrán, uno de los editores de Hegemón. Merece la pena el visionado, de verdad, son diez minutos, pero pasan volando. La voz que me pide que no me quite más ropa pertenece al escritor José Luis Gracia Mosteo. Ahí va:


Tal vez gracias a esta curiosa presentación (y a que estaba la librería abarrotada de gente, todo hay que decirlo), "La marea del despertar" fue el libro más vendido en el mes de Noviembre de 2007 en "Estudio en Escarlata". Pongo el enlace a continuación que lo certifica (que para ratos me voy a ver entre los más vendidos otra vez, pero en esta ocasión me hizo mucha ilusión):


¡Nos vemos!

martes, 16 de junio de 2009

RESEÑAS DE "MALDITA NOVELA" (3)

El escritor y periodista David G. Panadero reseña "Maldita novela" en la Revista Prótesis. Pongo el enlace a continuación:

En la fotografía, Roberto Malo acompañado por David G. Panadero en la presentación de "Maldita novela" en Madrid, en la librería "Estudio en Escarlata", en septiembre de 2007. Fue la primera vez que presenté libro en semejante librería. Luego llegarían dos presentaciones más en el mismo marco (como dicen Faemino y Cansado, a repetir hasta que guste).

La tercera y última presentación fue con el libro de relatos "La luz del diablo", en septiembre de 2008. En la fotografía, Roberto Malo (obsérvese, poniendo la misma cara del año anterior) acompañado por Juan Salvador, tomando notas.

Para el que se quedara con ganas de más (que hay mucho insaciable), este jueves 18 de Junio vuelvo a "Estudio en Escarlata" con el motivo de la presentación de "Los guionistas" (Eclipsados, 2009), acompañado por Luis de Luis, a las 19:30 horas. Al finalizar el acto, se servirá un cóctel de película.

Mañana espero poner una entrada en condiciones, pero, de momento, para más información: http://estudioenescarlata.com/

lunes, 15 de junio de 2009

DÍAS INTENSOS



El sábado por la tarde estuve firmando en la Feria del Libro de Madrid, en la caseta de la librería Estudio en Escarlata.

Me encontré muy a gusto, firmé bastante más de lo que me esperaba y tuve ocasión de charlar con un montón de amigos y lectores. ¡Mil gracias a todos por pasaros! El año que viene más.

En la fotografía, los compañeros de la caseta 41: Roberto Malo y Alejandro M. Gallo, dos tipos duros.

En la fotografía, Roberto Malo y Juan Salvador, librero de Estudio en Escarlata (como se intuye en la foto, un tipo genial).

Siguiendo con la semana de gloria, el jueves tuvo lugar el estreno del espectáculo de monólogos "El show del terror", en la bodega medieval del Albergue Juvenil Zaragoza. Está feo decirlo, pero fue un rotundo éxito. Hubo llenazo y el público acabó muy contento. El mes que viene más (será el día 15 de Julio, en La Campana de los perdidos). Ya tengo ganas.

En la fotografía, los monologuistas Roberto Malo, Clara Laguna y David Jasso. Nos lo pasamos de miedo.

Y la semana se inició con un premio muy peculiar (eclipsado por la presentación en Zaragoza de "Los guionistas"). De entre los poemas musicables (con temática del vino) presentados al concurso organizado por la Asociación Cultural Montesolo, Vinaterías Yáñez y la Asociación Aragonesa de Escritores, resultaron seleccionados para su incorporación al nuevo CD de Montesolo, los siguientes poemas, sin orden de prelación:
"En la plaza hay una fuente", de Mary Carmen Alejaldre
"Tinto", de Susana Sancho Ansón
"Gracias al vino", de Roberto Malo


Los tres autores (como muestra la fotografía) recibimos el obsequio de una botella de vino "Yáñez Especial Kendo", a tenor de lo recogido en las bases del concurso.

Ya tengo ganas de que salga el disco, a ver cómo queda la canción. Lo cierto es que me hace mucha ilusión (uno es un letrista de canciones frustrado).

viernes, 12 de junio de 2009

MI EPITAFIO



Aquí yace mi cuerpo.
Mi obra, en las librerías.
¡Corran a visitarla!

jueves, 11 de junio de 2009

RESEÑAS DE "LOS GUIONISTAS" (1)

El escritor Alfredo Álamo reseña "Los guionistas" (Eclipsados, 2009) en Lecturalia. Pongo el enlace a continuación:

http://www.lecturalia.com/blog/2009/06/09/los-guionistas-de-roberto-malo/

Asimismo, pongo dos enlaces que ayer se hacían eco con mucho humor de la presentación de "Los guionistas" en Zaragoza. Mil gracias a Luisa Miñana y a Dana Andrews:


Y para acabar, recordaros que hoy es el estreno mundial de... ¡El show del terror!


¡Nos vemos!

miércoles, 10 de junio de 2009

EN DEFENSA DEL GUIONISTA

Ayer se presentó en la Fnac de Zaragoza el libro "Los guionistas" (Eclipsados, 2009). Estuve muy bien acompañado por Carlos E. Gracia, reseñista cinematográfico, y Nacho Escuín, editor de Eclipsados, quienes me arroparon estupendamente. En las fotografías, mis dos padrinos (los dos de blanco), Carlos a mi izquierda y Nacho a mi derecha.

Fue un acto desenfadado y divertido (como muestra la fotografía) y me encontré muy a gusto. Mil gracias a todos los que se pasaron y se llevaron el libro firmado (que tiene más valor firmado, dónde va a parar).

Os pego a continuación el texto de la presentación que preparó y leyó de maravilla Carlos E. Gracia:

En defensa del guionista:

Lo primero que tengo que decir es que la invitación de Roberto Malo para presentarle su libro “Los guionistas” sólo se entiende por su carácter afable y nuestro común interés por las artes cuarta y séptima. Ambos disfrutamos de una buena lectura y del placer de la sala en penumbra. Él ha sabido dar continuidad a sus inquietudes literarias de forma regular, desbrozando el camino del propio estilo, empedrado de influencias. Yo, he evolucionado e involucionado desde la butaca de espectador a la vorágine del plató y las localizaciones en exteriores, refugiándome, más a menudo de lo que me gustaría, en la acomodada prensa especializada.
Así, Roberto, al que tengo el honor de tratar desde hace muchos años, se ha convertido en un autor al que he recurrido en más de una ocasión para aliviar el sopor de los tiempos vacíos, echando mano de unos relatos cortos (algunos cortísimos: como píldoras de ingenio con las que cobrar vigor de letraherido) en los que, no sé si por generación o similitud de inquietudes, siempre me he hallado a gusto. Nuestros caminos se han cruzado, además, de tal forma que mi posición de mero lector ha cobrado vida: he llegado a entrevistarle celebrando la publicación de alguno de sus volúmenes de cuentos e incluso llegué a mover (sin fortuna, para desgracia de los que lo rechazaron) uno, “Ojos extraños”, con la intención de producirlo como cortometraje.
Eso fue (casi) posible porque Roberto, como todo escritor, absorbe, asimila y regurgita todo lo que le rodea. Y el cine a su alrededor puede llegar a apasionarle. Pero como BUEN escritor, no se queda en la superficie de la pantalla, sino que rasga su tela para apropiarse de su ritmo, su ambiente, sus diálogos y personajes. Sólo era cuestión de tiempo que nos llegara un guión suyo. Y si es sencillo hallar en su obra todas las referencias antes citadas, no resulta complicado entender por qué su guión habla del oficio (de cómo es maltratado por sus beneficiarios y de cómo llegar a él puede ser tan costoso como fruto de la casualidad) en una suerte de metalenguaje accesible a todo tipo de lector gracias al humor del que hace gala el autor en sus divertidos diálogos y jocosas escenas.
De tal manera que, aunque en “Los guionistas” se escriba de cine porno, se habla de mucho más: de cine convencional, nuestro a veces endogámico cine patrio y de cómo en todo sistema caduco de castas cuesta hacer valer el talento o de cómo éste es rechazado cuando se extralimita del estándar aplaudido. Por eso, personajes inventados en “Los guionistas”, como Suxy, Ivana o Toni son reconocibles… incluso entre la fauna autóctona. Y no sólo en el cine de género, sino en ese arco de oropeles que abarca la cinematografía española, desde lo más caduco a lo más moderno, pasando por lo casposo, lo trillado, lo atrevido…
Cuando esta primera edición, generosamente obsequiada y dedicada por el autor, cayó en mis manos, el vigésimo-segundo certamen cinematográfico de Cannes alcanzaba su primer fin de semana, lejos aún de coronar a Haneke y Audiard como sus triunfadores de 2009. Nuestros guionistas también se esmeran por pisar La Croissete, aunque la alfombra roja los desvíe a otros odeones. No son ellos los que se avergüenzan del carácter canalla de su cine, sino algunos personajes secundarios que muestran su intolerancia mientras sueñan con el triunfo de lo comúnmente aceptado.
Y es que, desde Gerard Damiano y los hermanos Mitchell, hasta las lujosas producciones actuales, el cine pornográfico ha querido evolucionar a la par que el cine de verdad, primero ofreciendo tramas más elaboradas y un trasfondo psicológico que justificase sus producciones como arte merecedor de saltar a las salas, a principios de los setenta; y luego cosechando millones en soportes caseros de mayor calidad a medida que avanzaban en el tiempo y saliendo a la luz gracias a festivales eróticos, premios internacionales y, frente a la inmediata oferta gonzo, costosas superproducciones. En pocas palabras: la envidia del hermano menor.
Y si bien el quid de las películas que escriben estos guionistas es el sexo explícito, persiguen la calidad, si no la excelencia, que dignifique su trabajo. Son profesionales esforzados, embarrados en las arenas movedizas de un subgénero marcado con todo un abecedario escarlata. El propio Billy Wilder, aguijoneado tras el escándalo que supuso uno de sus (inmerecidos) fracasos en taquilla, Kiss me, stupid, dijo que “lo que hoy se considera obsceno, mañana será visto como algo normal”.
No sorprende, pues, que alguien con talento sea requerido para aportar una pátina de elegancia literaria entre coito y coito. El protagonista de la serie norteamericana “Sigue soñando”, producida por el inefable John Landis, llegaba, por casualidad, como nuestros guionistas, a escribir largometrajes XXX, hasta el punto de convertir una actividad laboral secundaria en su trabajo principal cuando comenzaban a lloverle elogios y reseñas favorables, a la par que galardones, por su esmerada narrativa.
Nuestra pareja protagonista enseguida remite a Pajares y Esteso (sin que ello deba entenderse como una crítica desfavorable. Todo lo contrario: elogia el moldeado de un tópico antiguo pero eficaz, transformándolo en un hábil recurso descriptivo). Este hilarante guión que bien podría caer en las manos de un renacido Ozores, de un juguetón Almodóvar o de un Colomo nostálgico, también reproduce ecos de la comedia pos-franquista, de donde salieron disecciones de una sociedad española que, en lo fundamental, se ha maquillado mucho más de lo que ha cambiado. Cuando son contratados por Paco, el productor, Raimundo y Julián son herederos de Andrés y Fernando.
Tan distintos y tan diferentes este dúo de escritores, me dan ganas de preguntarle a Roberto si los imaginó tal y como describía Wilder a las parejas de guionistas “uno escribe a máquina mientras el otro da vueltas por la habitación”. Supongo que Julián es el secretario mientras Raimundo desgasta los zapatos. Ellos, a los que les habría gustado seguir el camino literario adulto que se prometían al iniciarse en fanzines, acabarán trabajando en el mercado sólo para adultos.
No obstante, Roberto, se te ve juguetón y complacido. Se nota la ternura que te embarga al describir a estos dos pobres diablos. Pienso entonces en el oficio de guionista y en los trabajos extra-literarios a los que se ven abocados la mayoría de autores que no pueden vivir de sus palabras (o, al menos, de SUS propias palabras). Recuerdo los tejemanejes de “State & Main”, donde el guionista pasaba de escribir a producir y, de allí, en un tiempo récord, a dirigir.
Julián y Raimundo apenas cruzan la línea, pues una vez que el folio en blanco ha sido rellenado se topan con un mundo exclusivo de pibones y superdotados. Por eso tus dos guionistas son acogidos en él una vez encasillados como tales.
Por ello, siguen sujetos a empleos peregrinos. Lo de la “Frutería-Fotocopias” es casi más ingenioso que los títulos pornográficos escritos previamente a “El armario”. Y lo de la lencería… ¡Es tan freudianamente dependiente de las faldas maternas! En su ópera prima, “Las horas del día”, Jaime Rosales hacía vegetar a su homicida protagonista en similar lencería de barrio. Rosales también fue guionista de derribo… ¡En “Gran Hermano”!
Antaño, productores como el Paco pergeñado por Roberto Malo (y aún de mayor prestigio) usaban aquel cine barato, originalmente pensado para desfogar tras cuatro décadas de oprobio nacional-católico, para negocios más turbios. Era un cine barato que salía a cuenta producir para, una vez acabado, estrenarlo fugazmente y sin promoción. ¿El motivo? Por cada película española que hacía, la empresa productora obtenía una licencia de doblaje para importar un título hollywoodiense que prometía mayores réditos en taquilla. ¿Es tan diferente la actual cultura de la subvención versus las salas vacías; el artista apetente frente al público apático?
Y ya que éste es un guión sobre el propio oficio, le recuerdo a Roberto que Alfredo Landa dijo una vez que había “leído guiones hilarantes que cuando se convertían en películas no tenían gracia alguna”. Ten cuidado, pues, amigo: igual tu ilusión a 24 fotogramas por segundo se trastoca en pesadilla en manos del director y el montador menos apropiados. No quisiera ver cómo los pasajes que me hicieron elevar la comisura de los labios me dejen impertérrito ante la tela blanca. De rodarse este libro, imagino una versión sin censura y plagada de cameos. De ser así, espero que Roberto disponga de veto y anime a recolectar a lo más simpaticón del mundillo… ¡Y que me invite al rodaje!
No quiero extenderme más, sobre todo por temor a que mi recargada retórica apabulle a quien se enfrente a ella y lo deje tan exhausto que no reconozca en mis palabras elogios sin fisura hacia el texto de Roberto. Un guión ágil en su cinematográfico ritmo de comedia, lleno de momentos desternillantes y rico en reflexiones sin rascar mucho. Leí el libro de un tirón, como si viera la película, pero no seré yo quien me atreva a poner rostros en un hipotético cast sobre el que tiene más derecho a fantasear su autor… ¡o quien le compre ese derecho!
Gracias.

Carlos E. Gracia

Zaragoza, mayo-junio de 2009.

lunes, 8 de junio de 2009

UN MIEMBRO DISTINGUIDO



mi madre me lo ha contado
muchas veces

cuando yo nací,
mi miembro viril
medía dos palmos y medio

cuando la enfermera
iba a cortar lo que creía
que era el cordón umbilical,
le dijo el doctor
(no sin cierta envidia):
“no, eso no es”

después, por supuesto,
mi miembro creció
todavía mucho más

al principio
fue un verdadero problema,
pero con el tiempo
me acostumbré por completo

uno se hace a todo
en esta vida


me hacían los pantalones
a medida
me hacían los calzoncillos
a medida
me hacían los bañadores
a medida

unas medidas que,
por cierto,
levantaban expectación,
sobre todo cuando se alzaba
mi miembro distinguido

gracias a él,
me ofrecieron trabajar
en películas pornográficas

por supuesto acepté;
siempre me ha gustado mucho el cine

sábado, 6 de junio de 2009

MONÓLOGOS DE TERROR DE NOCTE



Jueves 11 de Junio
21:00 horas.
Monólogos de Terror de Nocte: con David Jasso, Clara Laguna y Roberto Malo.
En la bodega medieval del Albergue Juvenil Zaragoza
C/Predicadores, 70
(nuevo espacio de actividades de El Atrapamundos)
Actividad gratuita.

En la fotografía, Roberto Malo, Clara Laguna y David Jasso.

jueves, 4 de junio de 2009

PRESENTACIÓN DE "LOS GUIONISTAS" EN ZARAGOZA



FNAC PLAZA DE ESPAÑA
Martes 9 de Junio
19:30 h.
"LOS GUIONISTAS", de Roberto Malo.
Presentación del libro con Carlos E. Gracia, reseñista cinematográfico, Nacho Escuín, editor de Eclipsados, y el autor.

¡Nos vemos!

miércoles, 3 de junio de 2009

DIARIO DE SUEÑOS (12)



en el sueño
el hombre es perseguido
por una mujer atractiva
e impetuosa

el hombre corre y corre
pero la mujer lo sigue
allá donde vaya

al despertar,
el hombre descubre,
aliviado,
que en su cama
hay otro hombre

martes, 2 de junio de 2009

GALEÓN EN IBERCAJA ACTUR

EL CUENTACUENTOS DEL GRUPO GALEÓN

-Clásicos populares
Martes 2 de Junio

-De príncipes y princesas
Miércoles 3 de Junio

-De monstruos y demonios
Jueves 4 de Junio

IBERCAJA ACTUR CENTRO CULTURAL
Antón García Abril, 1

19 horas.
Entrada libre.


En la fotografía, Roberto Malo y Toche Menal, miembros del Grupo Galeón.