Doy un paso atrás
botando hábilmente y, una vez fuera de la línea de 6, 25, lanzo con precisión.
Triple.
En mi sueño estoy
jugando a baloncesto con la
Muerte. Menudo encuentro. Y me encuentro vestido de calle,
con zapatillas, camiseta y vaqueros, y ella va vestida de Muerte, con túnica,
guadaña y toda la pesca. Se me antoja muy alta y delgada, digna de la NBA, y se mueve con mucha
agilidad pese a que, de primeras, puede parecer un poco torpe al ser
básicamente un saco de huesos. Pero la muy miserable no lo es, no. Ni mucho
menos. Y para más inri, lanza que da gusto verla.
Canasta.
Por mi parte tengo más
carnes, es evidente, pero lo cierto es que no me muevo mejor que mi temible
contrincante, por lo que me tengo que emplear con todas mis fuerzas para
intentar ganarle este uno contra uno letal.
Canasta.
Jugamos sin árbitro.
Sin juez. Bueno, ella es juez y parte, de alguna manera. Bota la pelota con una
mano mientras con la otra lleva la guadaña. Tengo que tener cuidado con sus dos
manos, desde luego. Mientras se protege con la guadaña, deja de botar, salta y
lanza.
Canasta.
Jugamos a muerte, se
podría decir. Y ella, por el momento, juega de muerte. Y si me gana, me gana. O
sea, que se me lleva con ella. Que si me gana, es mi hora, vamos. Así de
sencillo. Pero no es nada...
Personal.
Llevo soñando lo
mismo cerca de un mes, noche tras noche. Por suerte, nunca llego a terminar
semejante encuentro, que se me antoja trascendental y definitivo. Al resultar
el partido inacabado, pendiente, cada despertar supone un...
Descanso.
Con renovadas
energías saco sobre mí mismo y driblo a la Muerte como un profesional.
Canasta.
Ha sido visto y no
visto. La Muerte
se mosquea, cabecea levemente, como diciendo “Te vas a enterar, tío listo”, y,
mientras bota la pelota y comienza su nueva jugada, clava sus cuencas vacías en
mí. Sin embargo, no me amilano lo más mínimo y salto cuando veo que va a
lanzar.
Tapón.
Ha estado genial,
pero por desgracia la Muerte
recupera la pelota y vuelve a la carga. Se la intento arrebatar con decisión,
pero cometo falta.
Personal.
La Muerte
sonríe y consulta el tiempo. Quedan veinte segundos. Yo entretanto consulto el marcador.
Igualados. Sudo —literalmente— la gota gorda.
Tiro libre.
Canasta.
Segundo tiro libre.
Canasta.
Saco y marco jugada
clave con mi mano derecha (como si tuviera equipo o público). Con la izquierda
boto la pelota. Pierdo de dos puntos, así que me la tengo que jugar. Voy hasta
la línea de tres puntos, apuro los últimos segundos y lanzo con toda mi alma
(nunca mejor dicho).
Triple.
Levanto los brazos en
señal de triunfo y escucho el...
Pitido final.
Se acabó. ¡Se acabó!
¡Sí! ¡Por fin! La alegría me desborda, como un mar embravecido.
Música triunfal.
Parecía un partido
eterno, a disputar noche tras noche en el espacio infinito, pero finalmente se
ha acabado. Y he ganado. He ganado a la Muerte. Sonrío de
oreja a oreja, pero tiemblo al ver que la Muerte sonríe también, y de forma tétrica además.
Da igual el resultado, dice, El caso es que por fin hemos
terminado. ¿Entiendes? Hemos terminado, dice funestamente.
Creo que tiene mal perder, se me ocurre pensar, y es lo último que pienso, pues
la Muerte
blande la guadaña y me corta la cabeza limpiamente.
Expulsión (de
sangre).
Mientras desde el
suelo veo que mi cuerpo decapitado se derrumba, siento que comienza mi...
Tiempo muerto.
Ilustración de Clara Verón para la cubierta de la Revista Weird Planet Nº 1, donde aparecía el relato "Sueños de baloncesto".
Asimismo, "Sueños de baloncesto" es uno de los relatos que aparecen en "Los soñadores" (Pregunta, 2016).