A propósito de “Maldita novela”, de Roberto Malo.
0.- Se sugiere esa incertidumbre radical que enfrenta (de frente, de frente) a nuevas ansiedades al escritor (¿cuentista con mala conciencia?, ¿novelista poniéndose el parche antes que sangre la historia?: escritor, sí, escritor sin más… ni menos): Cómo se codifica una novela, qué se cuenta en una novela, dónde reside la identidad de la novela y, claro, qué es una novela. Por lo tanto (o ergo, para los pedantes): búsquedas, búsquedas que exigen protagonistas y una arquitectura.
1.- Julio/Roberto (protagonista) cavila entre sueños, e idea una historia adscrita al amplio territorio del realismo mágico. ¿Novela modelo caja china?: unas historias dentro de otras historias: al menos ésa es su arquitectura (ya la tiene), y la búsqueda (el relato) se intersicia de estética –sin zozobras- y de exploración creativa. A partir de entonces, a seducir, a seducir vía crónica. Y, muy atrás, quedó olvidado el pánico al folio –al primero- y terrible folio sin rellenar. ¿Y si reconsidera y concluye que la única victoria real es la capacidad de abandonar la competición?
2.- Obviemos la trama, una trama deudora en ciento noventa y siete páginas de un planteamiento singular, un planteamiento muy implicado generacionalmente con hechos y con un cosmos real (al respecto cabe reparar en el significante de las relaciones entre Julio e Isabel, en la contemporaneidad de sus desempeños sociales, inauditos hace treinta años y no digamos antes; o el microcosmos de sus cotidianidades; o en el entusiasmo amatorio de una pareja entregada, compartida, enamorada) y con un deambular del texto –en propiedad: de los textos- cuyas consecuencias para el lector son impredecibles (¿y para el escritor?: éste, únicamente podrá responderse desde la íntima honestidad intelectual). ¿Reflejo de su mundo interior?: ¿pero es que hay alguna experiencia literaria que no esté anclada en la experiencia vital del sujeto creador?
3.- Quien esto firma repudia, por razones de concepción –léase: otrora ideológicas: bueno, cosas de la edad, más antes que ahora…-, los tejidos mercantiles del momento –cada vez más breve y banal- que subyugan talentos y creatividades, y propenden a condenar o encorsetar lenguajes e historias: en puridad: qué tratamiento se da a esas historias: ojito, porque hay muchas formas, sutiles o no, de censuras. Y resulta, por el contrario, que esta novela de pericia contiene una historia sonámbula, solitaria, sin excesos: el adjetivo al servicio del sustantivo, quiere decirse: la manera de contar al servicio de la osamenta: de la historia, una historia cuyo origen podría datarse en el drama implícito en toda escritura literaria: ¿recurrimos o no recurrimos a la chistera?: por ahí merodean los límites de la obsesión: soledades, vacíos, derrotados por la alegría de contar del autor y su imaginario autónomo. Así, pues, me ha gustado este libro.
4.- ¿Sin forma hay literatura?: duda razonable: desde luego, sin historia(s) no: en esto se debería ser beligerante: podría hablarse de cuasi-manuales de estilo ofrecidos como relatos, cuentos o novelas, pero cuyos continentes, y no digamos sus contenidos, son de una vaciedad irritante: pero, como bien se sabe, éxitos literarios de esa funesta guisa haberlos haylos: allá cada cual. Y, claro, las formas existen y, claro, se pueden violar. Y los cánones, también. ¿El riesgo de ello?: cómo sostener la escritura sin lenguaje vegetativo, rutinario, perezoso. Resolución, verbigracia en esta novela: fragmentos, episodios sintetizados que pueden jugar al caos o al disparate, pero –logro de este autor- que no aligeran la intensidad de la trama, que desenvuelve con una voz de timbre propio, fluida y con notable dominio del punto de vista. Escenas breves, a veces a ritmo de verso, donde despliega su equipaje y que se interrumpen o se agotan al compás del dietario. Pinceladas de buena técnica –los diálogos entre Julio y el recurrente Perejiles-. Líneas consistentes, concatenando existencias –vividas o soñadas-, de eficaz concisión y donde el puzzle queda al juego del lector –“hasta otra”- y del autor –“lo único que hago / es perseguir como un loco / al maldito presentimiento”-.
5.- Concluyó la incertidumbre radical: es de toda certidumbre que habrá otras más. Y la provocativa sugerencia de esforzarse –ante el folio en blanco- por superar los problemas y misterios de proporción, verosimilitud y armonía surgirán de nuevo. Se preludian logros futuros y un desenfundar de inexploradas facetas del talento. Enhorabuena.
JORGE CORTÉS