jueves, 26 de febrero de 2009

RESEÑAS DE "LA LUZ DEL DIABLO" (2)

La escritora Pily B. reseña "La luz del diablo" en NGC 3660. Pongo el enlace a continuación:

http://ngc3660.es/ngc/critica/literatura/pilyb/luzdiablo.pdf

martes, 24 de febrero de 2009

EN LA BIBLIOTECA DE ARAGÓN

BIBLIOTECA DE ARAGÓN
Viernes 27 de Febrero
18:30 horas
CUENTACUENTOS DEL GRUPO GALEÓN

En la fotografía, Francisco Javier Mateos y Roberto Malo, miembros del Grupo Galeón.

sábado, 21 de febrero de 2009

RECUERDOS

(relato de Roberto Malo)


Hoy llueve tímidamente sobre la ciudad.
Cae esa lluvia que apenas moja pero que a su manera se hace notar. Cae esa lluvia que al caer consigue inundar el hueco que tengo en el corazón. Cae esa lluvia que apenas es lluvia pero que hace que mis ojos lluevan lágrimas de tristeza al recordar un recuerdo que no consigo olvidar...
Fue en una mañana de domingo, no demasiado buena para ser el día del Señor, pero tampoco demasiado mala como para quedarse en casa. Yo salía entonces desde hacía más de un año con Olga, una muchacha morena y preciosa de la que, sin ser totalmente consciente de ello, estaba enamorado como un chiquillo.
Los dos fuimos esa mañana al parque, en ropa de deporte “para revolcarnos bien por la hierba”, le dije sin saber que después, desgraciadamente, nos íbamos a revolcar por la hierba con fatales consecuencias.
Alquilamos una bicicleta con dos sillines, un tándem, y montamos en ella los dos. Olga delante y yo detrás, dejándome llevar, como en todo. Y a la media hora de ir de paseo, pedaleando tranquilamente, me aburrí de admirar sus movimientos de culo y le dije:
-Vamos a meterle caña a la bicicleta.
Dicho y hecho. Ella empezó a pedalear fuerte y yo seguí su ritmo. En ese momento, recuerdo que empezó a llover.
-Va a llover –le dije al sentir una gota en mi cabeza.
-Ya, pero serán sólo cuatro gotas –dijo ella sonriendo. Y seguimos pedaleando endiabladamente, sintiendo el contacto de diminutas e incontables gotas de agua sobre nuestros cuerpos.
Al cabo de dos minutos, de pronto, ocurrió. Sucedió todo muy deprisa. Al parecer, un tipo pasó corriendo, resbaló por el agua y cayó al suelo justo delante de nosotros. Yo apenas lo vi. Lo hubiéramos atropellado seguramente, y a gran velocidad como íbamos, pero Olga movió el manillar bruscamente, intentando esquivarlo. Y la bicicleta, con nosotros encima, se salió del camino y caímos rodando los dos por una pequeña ladera que había a la izquierda del sendero. Una rueda de la bicicleta golpeó mi pierna al caer. Después caí rodando, al igual que Olga, hasta que se frenó duramente mi bajada; mi espalda chocó contra un árbol tremendo. Sentí un intenso dolor en todo el cuerpo, un dolor blanco, y perdí el conocimiento.
Más tarde, cuando desperté, me di cuenta al momento de que estaba en un hospital de la seguridad social: olía a éter, yeso, muerte y desesperación. Me encontraba tumbado en una camilla, en medio del pasillo, y a mi lado había un joven enfermero.
-¿Qué ha pasado? –le pregunté débilmente.
-¡Ya ha vuelto en sí! –gritó-. ¡Doctor, ya ha recuperado el conocimiento!
-Eh, ¿qué me pasa? –volví a preguntar, sintiéndome terriblemente mareado.
-Habías perdido el conocimiento, pero estás bien.
-¿Bien? ¡Y un cuerno! Me duele todo... ¿Qué hago aquí en el pasillo? –protesté.
-No hay habitaciones libres –dijo el enfermero, abriéndose de brazos-. Lo siento.
Pensé en mandarle al infierno, pero no lo hice. No merecía la pena. Además, él no tenía la culpa.
Llegó el doctor. Un tipo delgado y estirado.
-¿Cómo estoy? –le pregunté.
-Bien, bien –dijo serenamente-. Tienes unas ligeras contusiones, pero ninguna fractura. Te hemos mirado por rayos y no hay nada roto. Sentirás molestias, pero no tienes nada grave.
Sonreí. Siendo así, me sentí un poco quejica.
-¿Cómo he llegado aquí? –le pregunté-. ¿Me trajo una chica?
-No, no. Nos llamó un hombre que no os conocía, que os vio caer por la cuesta del parque.
-¿Y la chica que iba conmigo? ¿Dónde está? ¿Cómo está?
El doctor tragó saliva. Resopló, y me dijo con el tacto que tiene un pregonero al informar de una noticia:
-Ha muerto.
Lo oí, pero no lo entendí. ¿Qué me decía este matasanos? ¿Que mi chica, mi amor, mi vida, mi ilusión, mi alegría, mi esperanza, mi todo había muerto? ¿Eso me decía? ¿Acaso no sabía el doctor que eso no me podía suceder a mí? ¿Acaso no sabía el desgraciado que yo no podía vivir sin ella?
-Lo siento, no pudimos hacer nada –siguió diciendo-. Su cabeza chocó contra una piedra; murió al instante.
El doctor seguía insistiendo. Estaba visto; se le había metido en la cabeza el hundirme, el destrozarme. Pero no lo iba a conseguir, no. Yo no podía creerme lo que me decía; mi mente no podía concebir una idea semejante.
Sin embargo, mis ojos sí que debieron de creerle, pues empezaron a llorar...
Volví a llorar al ver el cuerpo sin vida, volví a llorar en el entierro..., y ahora, que veo caer la tibia lluvia a través de mi ventana, vuelvo a llorar, y los recuerdos que guardo de ella se amontonan en mi mente como granos de nostalgia incontrolables.

* * *

Recuerdo la primera vez que nos tiramos los platos a la cabeza. Sí, nuestra primera pelea, nuestra primera separación. Fue por una tontería. En un bar, ella empezó a coquetear –demasiado, todo hay que decirlo- con un amigo suyo, y yo, para no desentonar, empecé también a vacilar –también demasiado- con una amiga mía. Total, que acabamos diciéndonos barbaridades y mandándonos al infierno.
En fin, siempre teníamos tiempo para una apasionada reconciliación. Pero los dos teníamos demasiado orgullo, así que ninguno llamó al otro para pedir perdón. Y así pasó una semana –la más larga de mi vida- sin que nos viéramos. Después, una tarde, el azar nos cruzó en una calle. Al verla, sentí deseos de correr a abrazarla, de correr a besarla, pero, por supuesto, no lo hice. En lugar de eso fui hacia ella sin prisa alguna y le dije seriamente, sin besarla siquiera:
-Hola, Olga. ¿Cómo estás?
-Bien, muy bien –respondió sonriendo estúpidamente, como si el pasar una semana sin mí hubiera sido algo maravilloso-. ¿Sabes?, me he echado novio.
Al oír eso me quedé sin habla. Desde luego, ella no parecía haber perdido el tiempo.
-Es muy guapo –siguió diciendo-. Mira, tengo una foto suya. Te la voy a enseñar -dijo echándose la mano a la cartera que llevaba en el bolsillo del pantalón.
Creí que me moría. ¿Cómo es que llevaba ya la foto del novio? ¿Tan en serio iban?
Ella abrió la cartera, enseñándomela.
Yo la miré pensando: “A ver qué cara tiene ese hijo de puta”.
Y lo que vi fue mi propia cara, reflejada. En la cartera llevaba un pequeño espejo oval.
Ella sonrió.
Yo sonreí.
Y nuestras sonrisas se unieron.

* * *

Recuerdo como si fuera ayer la primera vez que fuimos juntos al cine. Fuimos a ver “Senderos de gloria”, de Stanley Kubrick. Qué gran obra maestra. Todavía tengo grabada la escena en la que los soldados franceses están dentro de la cantina; en el improvisado escenario un hombre anuncia que va a cantar una hermosa chica alemana. Los soldados la piropean, silban, gritan y ríen como animales trastornados por la guerra. La chica, desde luego, es preciosa; está llorando y empieza a cantar débilmente. Poco a poco se hace el silencio.
Sencillamente desgarrador.
Los soldados dejan de reír, de piropearla y de silbar y se quedan como mudos, oyendo la canción. Algunos empiezan a tararear la melodía. Se ven primeros planos de los soldados franceses; sus caras reflejan todo el horror de la guerra. Algunos lloran, lloran como niños, y hasta a mí me empiezan a caer lágrimas.
El coronel Dax (Kirk Douglas) se encuentra en el exterior de la cantina. A él se acerca un sargento que va a entrar para llamar a los soldados. El coronel Dax le dice:
-Déjeles un poco más, sargento.
Al poco, la película termina y se encienden las luces.
En ese momento, recuerdo que yo tenía la cara cubierta de lágrimas.
-Pero bueno, ¿has llorado? –me dijo Olga asombrada.
-Sí –dije tranquilamente-. Ha sido una película buenísima.
-¿Lloras normalmente? –No salía de su asombro.
-Sólo cuando la película me toca el corazón.
-Yo nunca he llorado en un cine –pensó ella.
-Yo hace muchos años que no lloro fuera de un cine. Desde que dejé de ser un crío, sólo lloro en los cines.
-¿Y eso?
-Bueno, recuerdo que, cuando se murieron mis abuelos, lo sentí profundamente, me sentí morir, pero fui incapaz de soltar una lágrima. La amargura, la tristeza, la llevaba por dentro. Era incapaz de exteriorizarla. Y así con muchas muertes y desgracias. En cambio, dentro del cine me pongo a llorar como un tonto. No sé la razón. Supongo que se debe a la magia del cine.
-Es curioso –dijo ella mientras se levantaba.
Yo me levanté también, y empezamos a recorrer la fila de butacas, hacia el cartel que indicaba la salida.
-Según eso –siguió ella-, si yo me muriera, ¿llorarías?
-Oh, no digas eso –le reproché, sintiéndome incómodo.
-Dímelo –insistió-. ¿Llorarías?
No respondí. No respondí nunca. Aunque ahora, ya conocía la respuesta.

* * *

Recuerdo perfectamente la primera vez que hicimos el amor. Fue en su casa. Recuerdo que al entrar me pareció la casa más acogedora del mundo.
-Qué ganas tenía de estar aquí –le dije.
Y dicho esto me lancé en plancha, boca abajo, patinando con todo mi cuerpo sobre el bien encerado parquet.
-¿Qué haces? –me dijo alucinada-. ¿Estás loco?
-Sí, estoy loco –asentí.
Y era verdad. Estaba loco. Estaba loco por ella. E hicimos el amor como locos, varias veces, intentando llegar cada vez más alto, acercándonos cada vez más a la cima del placer. Cuando terminamos, agotados, le comenté:
-Olga, has conseguido hacerme enloquecer.
-Bueno, todavía te puedo hacer enloquecer más –me dijo sonriendo maliciosamente, tal y como sonríe la muerte.
-¿Cómo? –pregunté.
-Dejándote –dijo secamente.
Esa palabra cayó sobre mí como una ballena embarazada. Esa palabra entró por mis oídos y se rompió en pedazos al llegar a mi corazón. Mis ojos se debieron de salir en parte de las órbitas, y mi cara se debió de poner tan blanca como si hubieran dejado caer toda una tonelada de polvos de talco sobre mí.
-Es broma, hombre –aclaró ella, abrazándome y riéndose a mandíbula batiente.
Recuerdo que intenté sonreír, pero no pude.

* * *

Y nunca, nunca podré olvidar el día en que la conocí. Ni por muchos años que viva, ni por mucha amnesia que padezca, jamás podré olvidar aquella maravillosa noche.
Fue en una fiesta que se celebraba en un bar por haber cumplido éste dos años de existencia desde su apertura. Ella llevaba una blusa blanca y una minifalda negra y estaba sentada con dos amigas.
Al verla por primera vez, una sensación muy extraña recorrió todo mi ser. Me di cuenta, inmediatamente, de que no podría dejar de mirarla en toda la noche.
Yo estaba de pie, divirtiéndome con unos amigos, y todos llevábamos ya bastante alcohol en nuestro interior. Supongo que eso fue determinante para lo que ocurrió después, ya que, de no ir yo un poco bebido, difícilmente me hubiera atrevido.
Ocurrió que sus dos amigas se levantaron de pronto y ella se quedó sentada allí, momentáneamente sola.
Yo entonces pasé corriendo entre la gente que había en el bar y me senté a su lado.
Fue un arrebato, un estupendo arrebato.
Ella miraba hacia el infinito, y al notar mi presencia se volvió lentamente hacia mí, como a cámara lenta. Me miró, y sus ojos verdes se clavaron en mí como espadas tremendamente afiladas. Al presenciar de cerca toda su belleza, me estremecí, y el ciego que llevaba hacía unos instantes se me pasó por completo. Toda mi pasión se derrumbó bajo su mirada; y la miré alucinado, cortado, sin poder articular palabra.
Ella me miraba sonriendo dulcemente, como esperando que le dijera algo. Y yo, tímido de mí, no era capaz ni de decirle “hola”. Tampoco era capaz de irme de allí, con el rabo entre las piernas, ya que sus ojos me sujetaban como un imán.
-¿Cómo te llamas? –me preguntó.
-Eh... David –respondí, dando gracias a Dios por dentro-. ¿Y tú? –le dije mientras nos dábamos los dos besos de rigor.
-Olga –contestó.
Olga. Me sentí felizmente ridículo al habérseme presentado ella. Fue una sensación extraña, maravillosa.
-¿Tienes moto o coche? –preguntó ella de pronto.
Esto me cogió desprevenido. Pensé por un momento en mentirle, pero le dije la verdad:
-No. No tengo coche ni moto.
-Me alegro –dijo ella sonriendo-. No me gustan los chicos que tienen coche o moto.
-¿De veras? –dije aturdido-. Es la primera vez que oigo algo así.
-Sí, sí –asintió ella-. No quiero saber nada de un tipo que tenga coche o moto.
-¿Por qué? –pregunté.
-Por miedo –respondió ella, y su rostro palideció.
-¿Has tenido algún accidente? –me atreví a preguntarle.
-No, yo no. Pero mis hermanas sí.
-¿Qué pasó?
-Bueno, mi hermana mayor salía con un chico que tenía coche y tuvieron un accidente en la carretera. El chico sufrió heridas leves y mi hermana murió.
Me quedé de una pieza. Desde luego, ella no parecía mentir; se reflejaba la verdad en su rostro.
-Mi hermana la mediana –siguió contando- salía con un chico que tenía una moto, y tuvieron también un accidente. El chico se rompió las piernas y mi hermana murió.
Yo seguía como una piedra, mirándola compungidamente, paralizado por sus palabras.
-Y yo soy la pequeña –continuó-, la única que está con vida. Y, como comprenderás, no tengo ganas de morir.
-Entiendo –dije débilmente.
Ella tomó el cubata que tenía en la mesa y dio un sorbo.
-Bueno, pero yo no soy un peligro para ti –le dije con voz temblorosa-. No tengo coche ni moto. Creo que te convengo.
-Sí, me convienes –reconoció, mirándome con sus ojos vivaces mientras dejaba el cubata en la mesa.
Y entonces se acercó a mí, me sonrió con sus ojos y su dulce boca besó la mía. Fue como una puñalada de fresa; algo tremendamente impactante que me dejó un delicioso sabor de boca.
En ese momento, comprendí que algo maravilloso iba a comenzar.

jueves, 19 de febrero de 2009

ANTOLOGÍAS HONRADAS CON MI PRESENCIA (2)

"Narradores I" (Gobierno de Aragón, 2008) es un conjunto de relatos que configura el primer número de la colección Letras Aragonesas, primera de una serie de publicaciones que en los años siguientes darán a conocer nuevos talentos en el campo de la narración, la poesía, el ensayo y la dramaturgia. Los textos son en esta ocasión de los siguientes 11 autores: Pepe González, Cristina Grande, Rafael Hidalgo, Roberto Malo, Miguel Ángel Ordovás, Eva Puyó, Aloma Rodríguez, Michel Royo, Maribel Sabariego, Teresa Sopeña y Julio C. Valero.

martes, 17 de febrero de 2009

DIARIO DE SUEÑOS (6)



estoy tumbado en mi cama,
intentando conciliar el sueño,
cuando entra volando
por la ventana
una lucecilla amarilla
trazando círculos en el aire

“una luciérnaga”,
me digo asombrado

vuela grácilmente
por encima de mi cama,
posándose al final en la pared

“es hermosa”,
pienso mientras tomo
uno de mis zapatos del suelo

y lo estrello con fuerza
contra la pared;
el bicho queda
aplastado contra la suela

dejo el zapato en el suelo
e intento de nuevo
conciliar el sueño

de pronto,
entra un hombre volando
por la ventana

sí, veo entrar
la silueta de un hombre

asustado enciendo la luz,
y veo al pie de la cama
a un joven con cara de niño travieso,
ataviado con un extraño traje verde

“¿quién eres?”,
pregunto acobardado

“Peter Pan”,
responde

“¿Peter Pan?”,
repito asombrado

“sí”, sonríe,
orgulloso sin duda
de que lo conozca

“¿y para qué has venido?”,
le digo,
deseando que sea
para que se me lleve
a volar por ahí

“estoy buscando a Campanilla”,
explica,
“¿no habrá entrado aquí?”

trago saliva
y miro de reojo
el zapato del suelo

“no, no ha entrado”,
respondo

“vaya, siento haberte despertado”,
se disculpa Peter Pan,
muy educado,
y sale volando por la ventana
a buscarla

sin embargo,
yo tengo la certeza
de que no la encontrará
nunca jamás

domingo, 15 de febrero de 2009

LAS DIEZ PREGUNTAS

Publicado en el Heraldo de Aragón, en el suplemento Artes & Letras:

LAS DIEZ PREGUNTAS A ROBERTO MALO

¿Su rasgo principal?
La paciencia.
¿Qué aprecia de sus amigos?
Que siempre estén ahí.
¿Un país para vivir?
Italia, España o Brasil.
¿Qué es lo que más detesta?
Mi indecisión. Bueno, no.
¿Sus novelistas?
Robert Sheckley, Robert Bloch y Robert Silverberg.
¿Sus poetas?
Javier Krahe, Javier Bergia y Javier Ruibal.
¿Sus héroes de ficción?
Druuna y El Mercenario.
¿Sus compositores?
John Zorn y Michael Nyman.
¿Sus artistas?
Francisco de Goya y René Magritte.
¿Cuál es su pasión secreta?
Bailar tangos escandalosamente mal.

viernes, 13 de febrero de 2009

RESEÑAS DE "LA MAREA DEL DESPERTAR" (2)

La escritora Ascen Jiménez reseña “La marea del despertar” en el número 24 de la revista Fábula:

HUMOR ONÍRICO
La marea del despertar es la segunda novela de Roberto Malo (Zaragoza, 1970); la primera fue Maldita novela (2007). Además, ha publicado el libro de relatos Malos sueños (2006) y podemos encontrar más de cincuenta relatos suyos en diversas revistas –así, Malo colaboró en el número 14 de Fábula con el relato “Por ella”-, periódicos y antologías.
Junto al mundo real –el de hacer la colada, estudiar para los exámenes o acudir al trabajo- existe otro, el de los sueños, que desde siempre ha fascinado al ser humano. Así desde la Antigüedad se han tratado de encontrar premoniciones y significado a los sueños y a los elementos que en ellos aparecen; además, han sido fuente de inspiración en las manifestaciones artísticas humanas, sirvan como ejemplos Alicia en el país de las maravillas o las diversas entregas de Pesadilla en Elm Street. También Roberto Malo, en La marea del despertar, se ha dejado seducir por esa otra “vida” del hombre. Pero empecemos por conocer al protagonista:
Jesús, un joven algo alocado de 25 años, toca el saxo en el grupo “Gracias Trío” junto a sus amigos Víctor y Mario. Poco a poco descubre que tiene la facultad de llevarse al mundo de los sueños aquello que porta cuando se acuesta, de modo que si duerme en vaqueros, descalzo y sin dinero, de igual modo aparecerá en los sueños. Sobra decir que Jesús decide experimentar con esa facultad, teniendo en cuenta, además, la capacidad que posee para recordar detalladamente sus andanzas por el mundo onírico. A partir de ahora el grueso de la novela discurre principalmente por los sueños de Jesús.
Roberto Malo construye con un alto grado de humor y detalle esa otra realidad, que a la mayoría de los humanos se nos escapa nada más abrir los ojos, y en la que destaca la convivencia de elementos y personas “reales” con objetos, seres y situaciones nada habituales.
En este mundo surrealista –no podía ser de otro modo-, Jesús adopta capacidades sorprendentes, como la de correr a una velocidad impetuosa durante horas o andar sobre el agua. También, gracias a los objetos que lleva al dormir, desempeña funciones nuevas, así cuando duerme con una videocámara se convierte en reportero de una persecución de terroristas; del mismo modo, al acostarse con su saxo, despierta en Hamelin como encargado de llevarse a todas las “ratas” del pueblo, que no son otras que “los sacerdotes, los militares, los políticos”.
El lector, de la mano de Jesús, va a encontrarse con personajes completamente fascinantes: monstruos que disfrutan de la proyección en cine de una película sobre niños espeluznantes, un copiloto de avión que ofrece un concierto a los pasajeros en pleno vuelo, un aprendiz de fantasma, un detective que busca “las tetas de una señorita” y que anteriormente trató de enseñar –sin ningún éxito- “a volar a los hombres, por sí mismos; les enseñaba a utilizar sus brazos como alas, sus piernas como motores…”.
Además, el mundo al revés está omnipresente a lo largo de toda la novela. Sirvan como ejemplos el compañero de asiento de nuestro protagonista en el avión –“un guacamayo de tonos verdes, rojos y amarillos que llevaba un pirata diminuto posado a la izquierda de su cabeza”-, la marioneta que maneja hábilmente a la titiritera o la lima que esconde un bocadillo de chorizo.
En el mundo onírico todo parece posible: uno puede arrancarse una oreja y volver a enroscársela con total naturalidad, ascender hacia el cielo agarrado a un globo gigante o ser engullido por una mesa de billar carnívora. Esta vida alternativa ofrece a Jesús un cúmulo de nuevas sensaciones, como la de ser seducido por una bella pelirroja, comerse un helado de vaca o hallarse en plena persecución policial.
Como he mencionado anteriormente, Jesús despierta en los sueños con aquello que se acuesta en la vida real. Gracias a esta capacidad, nuestro protagonista logra algo que a todos nos gustaría conseguir: traer al mundo real fragmentos de sueños plasmados en imágenes fotográficas y una secuencia grabada con una videocámara.
Jesús se encuentra cada día más atrapado por sus sueños, lo que le hace vivir situaciones que para los demás resultan absurdas; así, pregunta en varias ocasiones a sus amigos cómo visten en sus sueños, revela un carrete de veinticuatro fotos con sólo cinco empleadas o le pregunta a su amigo Víctor por sus piernas después de haber soñado que se había roto una de ellas. Pero el peligro real comienza cuando Andrés, su amigo y vecino, le pide que lo transporte junto a él a sus sueños. Acaban de iniciarse, sin ellos saberlo, en un juego donde ambos se intercambiarán los papeles de atrapado y rescatador… Y ya no puedo continuar esta reseña: el final tendrán que descubrirlo los lectores.
Roberto Malo, en La marea del despertar, indaga en un mundo realmente atractivo, dando lugar a una novela divertida, llena de humor, sorpresa y surrealismo.

ASCEN JIMÉNEZ

miércoles, 11 de febrero de 2009

ALGUNOS HIJOS DE POE

De izquierda a derecha: David Jasso, Patricia Esteban, Óscar Bribián (algo tapado), Roberto Malo, Juan Casamayor, Ismael Grasa y Manuel Vilas.
Ayer se presentó en la Fnac de Zaragoza el libro "Cuentos completos" de Edgar Allan Poe (Páginas de Espuma), en edición comentada. En la presentación, el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, estuvo acompañado por Patricia Esteban, Ismael Grasa y Manuel Vilas.
Posteriormente, Óscar Bribián, David Jasso y Roberto Malo, miembros de NOCTE (Asociación española de escritores de terror), charlaron sobre la influencia de Poe en la literatura de terror actual.

En la fotografía de la mesa redonda de Nocte (uniformados como miembros de la misma orquesta), Óscar Bribián, David Jasso y Roberto Malo.

martes, 10 de febrero de 2009

GALEÓN EN LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS


LA CAMPANA DE LOS PERDIDOS
Domingo 15 de Febrero
12:30 horas
CUENTACUENTOS DEL GRUPO GALEÓN


En la fotografía, el Grupo Galeón: Toche Menal (a la pandereta), Jesús Cobos (a la dulzaina) y Roberto Malo (al bombo).

Más información en: http://www.campanadelosperdidos.com/

domingo, 8 de febrero de 2009

DIARIO DE SUEÑOS (5)



en mi sueño
corro como un loco
por la ciudad

a toda velocidad

y no es para menos;
tres vendedores de enciclopedias
me persiguen sin descanso,
pisándome los talones

tengo que escapar de ellos
a toda costa

doblo una esquina
y me encuentro en un callejón-cocina-restaurante
sin salida

a un lado fríen salchichas
y al otro hierven cangrejos

dudo un segundo
pero me lanzo sobre el mostrador
de los cangrejos con decisión

salto con todas mis fuerzas,
caigo con una pierna sobre el mostrador
y salto de allí
a la calle de al lado,
pero, al darme impulso con la pierna,
la cazuela con los cangrejos hirviendo
salta también en mi dirección
y los cangrejos vuelan por el aire hacia mí

el tiempo se congela
y como a cámara lenta
siento las pinzas de los malditos bichos
en mi cuerpo

para esquivarlos,
hago un quiebro en el aire,
salto en el aire hacia la derecha
pues los cangrejos vuelan
hacia la izquierda

sí, salto hacia la derecha,
en el aire,
con todas mis fuerzas,
salto y...
...me despierto de golpe,
en el suelo

me he caído de la cama

viernes, 6 de febrero de 2009

POE EN LA FNAC

FNAC PLAZA DE ESPAÑA
Martes 10 de Febrero
19:30 h.
BICENTENARIO DE POE
-Presentación del libro "Cuentos completos", editado por Páginas de Espuma, con Patricia Esteban, Ismael Grasa, Manuel Vilas y Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma.
-Mesa redonda sobre "Poe en la literatura de terror actual", con José María Tamparillas, Roberto Malo, Óscar Bribián y David Jasso, miembros de NOCTE (Asociación Española de Escritores de Terror).

martes, 3 de febrero de 2009

ADVERTENCIA

(relato de Roberto Malo)


Escribir es peligroso. Y mucho. Más de lo que se imaginan. Yo mismo, por ejemplo, ya no escribo, ni una sola línea, y no lo haré nunca más. ¿Que por qué he dejado de hacerlo? ¿Lo quieren saber? Se lo contaré a ustedes si tienen tiempo, paciencia y valor; sobre todo, mucho valor. Escuchar a veces también es peligroso. Deben tenerlo en cuenta. Luego no digan que no les avisé.


Soy escritor. O al menos lo era hasta ahora. He publicado varios libros de cuentos y un par de novelas, y he venido aquí por eso, invitado a compartir mi obra con ustedes. Y eso es lo que voy a hacer, no se alarmen. Voy a comentar mi obra, exponer mis ideas con todos ustedes. Sin embargo, al mismo tiempo también quiero contar una historia, la mía, la razón por la cual he decidido dejar de escribir. No la cuento para inspirar lástima; no se trata de eso. Tengo que contarla porque creo que deben saber lo que ocurre al escribir, lo que sucede cuando se escribe. Escribir es de estúpidos. Sí. Yo antes lo era. No se pueden imaginar cuánto lo lamento.


De niño no escribía. Dibujaba, pintaba, creaba historietas, pero no escribía. Me hacía mis propios tebeos, y todo lo que caía en mis manos lo llenaba de soldados, príncipes, caballos y demás figuras. La infancia, desde luego, es maravillosa. Pero no es eterna. Un día cumples once años, empiezas a salir con chicas, quieres madurar deprisa y en consecuencia dejas de jugar con muñecos, dejas los juguetes y todo lo que huela a niñez. Yo dejé de dibujar. Qué gran error. Y empecé a escribir, porque supongo que por algún lado tenía que sacar mi inventiva, mi creatividad. Ya saben, la energía no se crea ni se destruye, se transforma. Esto fue el principio de la tragedia.


Siempre he sido muy imaginativo. No lo digo para echarme flores. En mi caso es una maldición, una maldición terrible. Antes me jactaba de mi portentosa imaginación; ahora ya no. Mi imaginación me ha llevado al borde del suicidio. Sí, esa imaginación a la que daba rienda suelta (demasiada rienda suelta) en mis historias, en mis cuentos, en mis novelas. ¿Por qué diablos dejaría de dibujar? Los dibujos no hacen daño a nadie. No conozco ningún pintor ni ningún dibujante que merezca ir a la cárcel. Por el contrario, sí que conozco a más de un escritor que lo merece. Yo mismo, soy uno de ellos.


Ah, la letra escrita, la maldita letra escrita. Lo que se escribe existe. Lo que se escribe nace. Lo que se escribe sucede. Estaba escrito, dice mucha gente para explicar alguna desgracia o defunción. Sí, todo está escrito. Y si no, para eso estamos los escritores, los escritores de ficción.


Hay escritores (otros) que se dedican a contar su vida, sus experiencias personales, sus anécdotas cotidianas. Siempre los he despreciado. Carentes de imaginación, a mi modo de ver escriben basura; pura mierda. Escriben cosas que ya han pasado, que ya han sucedido; no inventan nada. Son, por tanto, escritores inofensivos; no alteran nada, pues no crean nada. Pero los escritores de ficción, de ideas (como yo), sí que son peligrosos. Inventan. Crean. Hacen nacer cosas. Cosas buenas. Cosas malas.


¿Se han perdido? No se preocupen. Tal vez voy muy deprisa. Me explicaré. Uno de estos escritores inofensivos a los que me refería, me dijo una vez: “Si quieres asombrar a la gente, cuenta la verdad”. Y eso es lo que estoy haciendo ahora. Estoy contando mi verdad. Hay gente que dice que a veces la verdad supera a la ficción. En mi caso la iguala. O dicho de otro modo: mi ficción crea la verdad. Si tomamos la verdad como el mundo en que vivimos.


Pondré un ejemplo. Cuando empecé a escribir tendría once o doce años. Por aquel entonces leía muchos cuentos de terror y ciencia ficción, como cualquier chaval, supongo. Y como cualquier chaval tenía una cosa siempre en la mente: el sexo. Me preocupaban especialmente las enfermedades venéreas. La sífilis era una palabra que me hacía poner los pelos de punta. Las ladillas, otro tanto. El sexo era lo que más me interesaba en el mundo, pero al mismo tiempo había una parte desconocida que me aterraba. ¿Cómo se podían contraer enfermedades mediante algo que se me antojaba entonces tan delicioso y placentero?


Mis primeros cuentos siempre versaban sobre lo mismo: sexo, fantasías de robots, batallas espaciales, chicas despampanantes, cosas así. Hubo uno en el que pensé lo siguiente: voy a imaginar un futuro en el que la gente, al tener relaciones sexuales, bien heterosexuales bien homosexuales, no sólo contrae simples enfermedades venéreas, sino una enfermedad mortal, una enfermedad que acaba con la vida. Sí, el sexo y la muerte (esos dos grandes temas) se unían. Llamé sida a la enfermedad. Sida. Supongo que la llamé así porque acababa con la vida, o quizás inconscientemente mezclé la palabra sífilis y la palabra ladillas, no sé. El caso el que el cuento, fatalmente escrito, nunca se publicó, como tantos otros. Sin embargo, años después, me enteré de que había surgido en el mundo una enfermedad con el mismo nombre. Luego me enteré de que dicha enfermedad tenía muchos puntos en común con mi historia.


¿Saben lo primero que pensé? Pensé que de haberlo publicado en su momento, ahora ese cuento tendría mucho valor. Sí, me había adelantado a la historia, me había anticipado. La gente hubiera dicho de mí que era un nuevo Julio Verne, un profeta, un visionario del futuro. Sin embargo, al no haber sido publicado, el cuento no tenía ningún valor. Lamenté, claro, no haberlo publicado. No sentí pena por haberlo escrito. No pensé que yo había creado la enfermedad. No pensé que la enfermedad había surgido por mi culpa.


¿Cómo iba yo a pensar semejantes cosas? En ese momento era un mocoso sin sentido que irrumpía en el panorama literario, para quien la literatura era todo. Para quien todo era literatura. Así es. No lo pensé en ese momento. Me di cuenta mucho después, al acabar de escribir mi tercera y última novela.


He de decir que durante mi breve carrera de escritor sí que noté que ciertas historias mías “ocurrían” en la vida real, se daban de alguna insólita manera, pero siempre pensé que eran las lógicas coincidencias entre realidad y ficción. Nunca pensé nada raro. A veces estas “coincidencias” hasta me hacían bastante gracia. Algunas, también es cierto, no eran nada desagradables. Más de un amigo me hacía notar estas extrañas similitudes, y yo siempre asentía con una media sonrisa que quería expresar humildad por mi buen ojo pero que en realidad expresaba ignorancia e imbecilidad.


Creo que en el fondo presentía que había algo malo en el hecho de escribir. Supongo que por ello intenté volver a dibujar, a pintar, a hacer cosas más beneficiosas para la humanidad. Me matriculé en la Facultad de Bellas Artes, en un vano intento de dejar de lado la escritura, y allí pasé cinco años maravillosos. Sin embargo, al mismo tiempo seguía y seguía escribiendo. Estaba visto que no lo podía dejar, de ninguna manera.


Antes he dicho que me di cuenta de todo al acabar de escribir mi tercera y última novela. Alguno tal vez se estará diciendo que yo sólo he publicado dos novelas. Y sí, así es. La tercera, al acabarla, no quise publicarla. Aunque el mal ya estaba hecho. No hace falta publicar algo escrito para que esto se dé en el mundo real, como ya ocurrió con el maldito cuento del sida.


Mi tercera y última novela. Me cuesta mucho hablar de ella, pero es preciso que lo haga... Estaba escrita en primera persona, y en ella (primer error) me identifiqué demasiado con el narrador, con el protagonista. Desde luego fue un grave error, pero no lo pude evitar. A la hora de escribir hay factores que no puedes controlar; algunos se te escapan. En fin. La novela contaba una turbulenta historia de amor... con final trágico. En mala hora decidí darle un final trágico.


El caso es que la guapa mujer del protagonista, al final de la novela, moría en un terrible accidente de coche. Y mi mujer, mi amor en el mundo real (la persona que más he querido en toda mi vida), al acabar yo la novela, antes como he dicho de publicarla, murió en un accidente de coche exactamente igual que el que había reflejado sobre el papel; en las mismas condiciones, con los mismos detalles. Y comprendí. Comprendí todo. No hace falta ser un lince.


Yo la había matado. Con mis propias manos, se podría decir. Con mi mente abyecta. Con mi novela de mierda. Pueden pensar que es un pensamiento egoísta, pero el hecho de darme cuenta de que era el culpable de millones de muertes no me hundió. Me hundió que se muriese mi mujer. Que yo la matase.


Quise enmendar lo hecho, lo escrito, pero ya era tarde. Escribí que ella resucitaba, que ella volvía de entre los muertos, pero nada de eso ocurrió. Como es natural, no todo lo que yo escribía se realizaba, ni muchísimo menos. Sólo se cumpliría, supongo, una pequeña parte. En cualquier caso, por si acaso, intenté escribir cuentos con final feliz, con cosas alegres, pero esos cuentos, la verdad, no me gustaban nada. Decidí entonces dejar de escribir. No podía hacer el bien escribiendo. Y ya había hecho demasiado mal. Era lo mejor abandonar.


Pensé en quitarme la vida. Sin embargo, siempre he sido muy cobarde. Creo que no tengo valor ni para matarme. Suicidarse es de cobardes, pero yo lo soy tanto que no tengo ni el arrojo mínimo para dar ese paso. Aunque quizás no tenga que matarme, no, tal vez no tenga que hacerlo. Sólo tengo que escribirlo. Sólo tengo que escribir que me quito la vida. Sólo tengo que escribir la carta al juez. Y así tal vez...


Conozco cómo funciona el mundo. Esto que les cuento a ustedes lo he comentado con algún que otro colega, con algún que otro escritor de ficción, y hay uno que me ha confirmado lo que ya me imaginaba: no sólo me sucede a mí. Muchas historias suyas también se han convertido en realidad. Él también está desesperado, se siente una piltrafa humana. Sin embargo, no quiere dejar de escribir. Dice que todo escritor tiene que pagar un precio y sufrir unos sacrificios, sean éstos cuales sean. No obstante, estoy seguro de que él en el fondo también tiene remordimientos; sí, él también se quiere matar, aunque quizás arrastre consigo a toda la humanidad. La última vez que lo vi, hará un par de semanas, me dijo que estaba escribiendo una novela en la que la Tierra acababa explotando en mil pedazos. Así que están avisados. Todos estamos avisados.

domingo, 1 de febrero de 2009

EN EL ATRAPAMUNDOS (PRÓXIMOS EVENTOS)


Lunes 9 de Febrero
19:30 h.
Audiovisual.
Siria, la cuna de la civilización. Por Ali-Maarrawi. Actividad gratuita.

Lunes 9 de Febrero
21:00 h.
Cena con cuento.
Cena siria con historias narradas por Roberto Malo, escritor y animador sociocultural. 25 euros.


Sábado 14 de Febrero.
14:00 h.
Comida con cuentos.
Historias de amor que acaban mal. Comida amenizada por Roberto Malo, escritor y animador sociocultural. 25 euros.


Miércoles 18 de Febrero.
19:30 h.
Audiovisual.
Kilimanjaro. Actividad gratuita.

Miércoles 18 de Febrero.
21:00 h.
Cena con cuento.
Cena del África negra con cuentos narrados por Roberto Malo, escritor y animador sociocultural. 25 euros.

Información y reservas:
El Atrapamundos
C/Mefisto, 4
50001 Zaragoza
Teléfono: 976 210 491