Hoy
es el último día del año y uno echa la vista atrás y repasa el calendario
mental en busca de fracasos y caídas, logros y conquistas. Los meses vuelven a
pasar de manera atropellada, como en un montaje acelerado y sincopado, y la
cabeza se detiene aleatoriamente en algunos recuerdos, saboreándolos,
añorándolos. Toca resumir, toca evaluar, toca despedir. Lo hacemos todos de
manera inconsciente. Y también, inconscientemente en muchos casos, la gente
hace listas. Listas de todo tipo y condición. Nos gusta hacer listas. Y nos
gusta leer listas. Leo listas con lo mejor del año. Mejores cómics del año,
mejores libros del año, mejores álbumes ilustrados del año… Me busco pero no me
encuentro. No me he debido de esforzar lo suficiente. Me busco también en las
listas de lo peor del año; que hablen de uno aunque sea mal. Los peores discos
del año, las peores películas del año, los peores espectáculos del año… Tampoco
me encuentro. Bueno, pues ha sido un año regular entonces. Ni muy bueno ni muy
malo, a tenor de lo que indican los suplementos culturales y los listos de las
listas. En fin, con que tengamos salud… Alguno dirá (si el año no le ha ido
especialmente bien) que lo mejor del año es que se acaba. Otros (entre los que
me incluyo) pensarán que lo importante es que sigamos al pie del cañón, dando
guerra y sumando otro año más en el currículum vital. En cualquier caso,
encaremos el año que empieza mañana con ilusión y esperanza, que empezar de
cero supone ir indefectiblemente hacia arriba. Seamos optimistas; empecemos
bien para ir a mejor, poniendo algo de nuestra parte. Busco algo rojo para esta
noche (unos calcetines, unos calzoncillos), que uno en el fondo es muy de
seguir las tradiciones, siempre y cuando no supongan un gran esfuerzo. Y busco
el champán, que hay que abrazar y brindar por la vida. ¡Feliz año!