“He soñado que estaba embarazada”, fue lo primero que dijo mi mujer al
salir de la cama por la mañana.
Llevábamos una buena temporada intentando ser padres, intentándolo a
todas horas, y en consecuencia me pareció natural que ella ansiara en sueños
conseguirlo. Sin embargo, algo en su expresión me hizo comprender que había
sido un sueño muy especial. Un sueño, por otra parte, que los dos anhelábamos
con toda nuestra alma desde hacía ya demasiados meses. “Estaría bien, sí, desde
luego”, pensé con una media sonrisa, pero no me atreví a decir palabra.
De nueve a dos y de cinco a ocho, trabajo en el museo de
los sueños proféticos. Archivo los sueños que se van a cumplir según van
llegando y los ordeno por riguroso orden alfabético. El que acaba de entrar, por
ejemplo, es el sueño de una mujer de unos treinta años en el que descubre que
está en estado. Viene con el título de “Maternidad” (muy apropiado, a decir
verdad), así que lo llevo diligentemente a la sala M, para archivarlo
finalmente entre “Maternal” y “Matinal”.
Es curioso cómo se forman los sueños. El de esta mujer es
un evidente sueño profético (ya que se da en el plano real), aunque muy poco
profético en realidad. Cuando ella tiene el sueño, ya está embarazada (y su
cuerpo sabio y su mente inconsciente al parecer ya lo saben) pero la mujer no
lo descubrirá hasta dos días después, cuando alertada por el retraso o por el
recuerdo del sueño (o por las dos cosas combinadas) se haga la prueba y
descubra que sí, que efectivamente está en cinta. Emocionada, radiante de la
felicidad de llevar una vida dentro, llamará a su marido (“Cari, estoy
embarazada”) y un mundo nuevo se abrirá para los dos.
Me gusta mi trabajo. Este sueño (“Maternidad”) podrá ser
evocado muchas veces por la mujer y por su marido, y siempre estará aquí a su
disposición, bien limpio y ordenado. Y para tantas veces como quieran. Sin
recargo alguno. Hay quien piensa que los sueños se pierden, se esfuman, pero en
verdad no siempre es así; muchos se guardan, se almacenan. Muy pocas cosas se pierden
hoy en día, por otra parte, que para eso estamos los archiveros. Para guardar y
ordenar todo lo que podamos. Incluso los sueños, por supuesto (e incluso los
sueños proféticos, mi especialidad). Los sueños pueden parecer caóticos (de
hecho, muchos lo son), pero no por ello debemos perderlos. Tenemos que intentar
que no se esfumen, que no desaparezcan en el vacío blanco como si nada. ¿Qué
hacer para conseguirlo?, se preguntará alguno, ¿Cómo lograrlo? Voy a daros un
sencillo consejo: un sueño, si se cuenta, si se escribe, tiene más
posibilidades de llegar en buen estado. Si se tiene en la noche, pero al
levantarse de la cama uno lo echa de la mente sin más, lo arroja de la cabeza
sin repasarlo ni reposarlo en absoluto, seguramente no se podrá archivar, porque
los datos serán mínimos e irrelevantes. Así que ya saben, cuando tengan sueños,
escríbanlos, cuéntenlos. Facilitarán el trabajo de mucha gente (y de un humilde
servidor). Y no me vengan con que no sueñan, no. Todo el mundo sueña. Y el que
no sueña, sueña con soñar.
“He soñado que es una niña”, me dijo mi mujer nada más despertarse.
Sonreí, la observé detenidamente y vi en sus ojos, sin saber cómo, que
así era. “Una niña”, pensé ilusionado.
Los sueños son un enigma, un misterio. Por eso me gusta archivarlos
y clasificarlos. Para intentar desentrañarlos, comprenderlos. Supongo que ahí
radica básicamente la función de los archiveros: estudiar y asimilar lo que
recibimos y ordenamos.
El que acabo de recibir ahora, por ejemplo, viene con el
título de “Niña” (título sencillo a la par que certero) y a simple vista no
reviste mucho misterio. Es un sueño profético de manual, se podría decir. De
alguna manera la madre adivina o intuye el sexo de la criatura que está
creciendo en su interior y así lo visualiza en su mundo onírico. “Intuición
femenina”, lo llamarían algunos. “Conexión”, dirían otros.
A decir verdad, los sueños nos acompañan, se podría pensar,
como la futura niña de esta mujer. Viven dentro de nosotros, se nutren de
nuestros pensamientos y desvelos. Y normalmente acaban saliendo a través de
nuestra mente inconsciente. Son como una proyección de nuestro mundo, desde
luego; sin embargo, al mismo tiempo, acaban creando un mundo propio. Sí, este
museo mismo (de sueños proféticos) es como otro universo, fantástico y
surrealista, salido de miles y miles de sueños. Este museo, se podría decir, es
como un gran sueño lleno de sueños pequeños. Y necesita sueños y más sueños
para tener sentido, para sobrevivir, para subsistir. Necesita sueños, sí, como todas
las personas los necesitamos para seguir adelante. Por eso mismo, digo yo, es
bueno guardarlos y archivarlos para su posible consulta, ya que a veces,
lamentablemente, los sueños es lo único que tenemos. Lo único que nos queda.
“¡La he perdido! ¡He soñado que la hemos perdido!”, sollozó mi mujer
nada más despertarse, tocándose el vientre en un vano intento de encontrar algo
de vida en su interior. A continuación se palpó el pecho y descubrió aterrada
que había perdido de pronto la firmeza de las semanas pasadas.
Quise animarla, decirle que solamente era un maldito sueño, pero al ver
su expresión abrumada comprendí la horrible verdad y me sentí morir yo también.
“Se acabó el sueño”, pensé destrozado.
"Sueños de maternidad" es un relato perteneciente al libro "Los soñadores" (Pregunta, 2016).