miércoles, 16 de julio de 2025

EXTRAÑOS EN UN AUTOBÚS

Interior de un autobús en movimiento, trayecto Zaragoza-Madrid, por la mañana. La acción tiene lugar en los asientos 7 y 8, donde conversan dos hombres de edad indeterminada que no se conocen de nada.

—¿Me puede dejar el periódico? —dice el hombre moreno del asiento 7.

—Claro —asiente el hombre rubio del asiento 8, que se muere por echar una cabezadita—. Tome.

—Gracias. Lo leo enseguida, eh.

—No hay prisa.

—Sólo quiero ver la cartelera. A ver, a ver... ¿A usted le gusta el cine?

—Sí..., bastante.

—A mí mucho. Voy siempre que puedo. Me encanta meterme en un cine y ser transportado a otro mundo. —Cierra el periódico—. ¿A usted qué le gusta?

El hombre rubio duda.

—No sé..., viajar.

—¿Ve? El cine es lo mismo. Es como viajar. Pero sin tener que hacer y deshacer las maletas.

—También me gusta leer —comenta con retintín, señalándole el periódico.

—Sí, pero leer es también como el cine. Pero con más letras. Con muchos subtítulos y acotaciones. Es curioso, ¿verdad? ¿No le parece que todo se parece al cine, de alguna manera?

—Bueno...

—El cine es algo mágico, maravilloso, es el mejor invento del mundo, sin duda alguna.

El hombre rubio suspira, algo hastiado.

—Oiga..., también me gusta el silencio.

—Y a mí. Como en el cine mudo. El mejor cine, desde luego. Donde estén las películas antiguas, las mudas, en blanco y negro, que se quite todo. El cine es maravilloso, por supuesto, pero aun así ya no es lo que era. Antes, antes sí que se hacían buenas películas...

—Quisiera dormir un poco, si no le importa.

—¿Ve? Como en el cine. Es el mejor lugar para dormir, se lo digo yo. Más de una vez me he dormido en el cine. Hay cada película que invita a ello, desde luego...

—Y cada pasajero en estos autobuses...

—¿Sí? No me había fijado. ¿Cómo son?

—Muy pesados.

—¿Sí? Como algunas películas suecas. Son pesadísimas.

—Oiga...

—¿Qué?

—Si no se calla y lee el periódico, que para eso se lo he dejado, lo mato.

El hombre moreno se queda de una pieza.

—¿Me mata? ¿A mí?

—Sí.

—¿Por qué?

—Por pesado.

—Pero... no me conoce de nada.

—Mejor. Así si lo mato no me podrán relacionar con usted.

—Va de farol. —Rompe a reír—. Casi me ha dado un susto de muerte, nunca mejor dicho.

—No voy de farol. Soy... un asesino.

—¿Un asesino?

—Sí. Llevo navaja y pistola.

—No me lo creo.

—¿Y si se las enseño?

—En ese caso, a lo mejor me lo creo.

—Bien. —El hombre rubio saca de entre sus ropas una navaja de cachas nacaradas y una pistola negra y ligera.

—¡Dios!

—Se lo he dicho. —Las vuelve a guardar.

—Joder... —El hombre moreno se ha quedado momentáneamente sin palabras. Asustado pero todavía algo reticente, vuelve a la carga—. ¿No será usted policía?

—¿Policía? Pero bueno, ¿sigue sin creerme? ¿Cree que tengo pinta de policía?

—No. Pero nunca se sabe. A lo mejor si es de la secreta...

—Que no. Que soy un asesino —insiste el hombre rubio, ya fuera de sí.

—Vale, vale. Le creo. —El hombre moreno suspira, conmocionado—. Joder, un asesino... Estoy como en una película.

—No empiece.

—Perdone. Oiga..., ¿y eso le da para vivir?

El hombre rubio tuerce el gesto, agacha la cabeza.

—Pues no, la verdad —confiesa avergonzado—. Pero porque lo hago por hobby, no para sacar dinero. En realidad... soy notario.

—Ah.

—Pero me gustaría ser profesional, ya sabe. Atreverme a dar el salto, a dejar mi otro trabajo —dice con emoción en la voz.

—Entiendo, entiendo. Bueno, voy a leer la cartelera, eh. —Y abre el periódico.

—No, no. Ahora no va a leer —dice el asesino, cabreado—. Ahora lo voy a matar. —Y se echa la mano a las ropas, a por las armas.

—Pero si ya me callo —dice suplicante el hombre moreno—. He aprendido la lección, de verdad. No me mate, por favor. Soy un pesado, me lo dice siempre mi mujer. Eres un pesado, me dice siempre.

—¿Está casado? —El asesino no saca las armas.

—Sí, desde hace siete años.

—En ese caso... no lo voy a matar.

—¿No?

—No. Al fin y al cabo, por un pronto... Y teniendo mujer, no lo puedo matar. Dejar a una mujer sola no es de caballeros.

—Hombre, no se quedaría sola...

El asesino lo mira sin comprender.

—¿Qué quiere decir?

—Mi mujer tiene un amante. Bueno, a lo mejor tiene más. Pero sé que me engaña con un antiguo novio.

—Lo siento.

—No, lo tengo asumido. Aunque... estaba pensando en una película.

El asesino resopla.

—Ya empezamos.

—No, no. Estaba pensando que... ya que es usted un asesino con buen corazón, ¿no querría matar a mi mujer?

—¿Yo? ¿A su mujer?

—Sí, a la adúltera de mi mujer.

—Ya le he dicho que no soy un profesional. No pago a la seguridad social ni nada.

—Sí, pero se tendrá que lanzar antes o después, ¿no? No va ser siempre un hobby.

—Ya, pero...

—Nada de peros. Y además, a mí no me importa que sea un trabajador ilegal. Con tal de que haga bien el trabajo, a mí lo demás me da lo mismo. ¿Qué, se anima?

—No sé, no sé...

—Venga, hombre. Yo le necesito, es mi hombre, la persona que puede salvar mi vida. Y tengo dinero, eh, el que quiera. Por dinero va a ser... ¿Qué dice?

—¿Sabe? —sonríe el hombre rubio—. Tiene razón. Tiene mucha razón. Me animo, qué coño. Le mato a su mujer, y con mucho gusto además.

—¿De verdad? ¿No se echará luego atrás?

—No. Soy un hombre de palabra.

—¿Seguro?

—Seguro.

—¿Sabe? —dice el hombre moreno, emocionado—, creo que esto es el inicio de una gran amistad.


"Extraños en un autobús" es uno de los veinte relatos incluidos en "Sin pies ni cabeza" (El Eco de los Libres, 2025), libro escrito por Roberto Malo e ilustrado primorosamente por Miquel Zueras. 

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