Cuando
eres escritor y ves un nuevo libro por primera vez es un momento muy emotivo. Lo
ves tan guapo (o al menos al autor así se lo parece), que no te puedes creer
que hayas sido capaz de pergeñar algo tan hermoso. Lo tomas en las manos,
temblorosamente, y miras a tu hijo con amor incondicional, y casi te dan ganas
de llorar, tal vez para que el momento del alumbramiento tenga esas obligadas
lágrimas de un parto que llega a buen puerto. Me maravilla el tacto de un buen
libro recién nacido. Suavecico como un gatico. Así me lo parece al menos. Y a
mi gata Chispa también debe de parecérselo. En cuanto entro en casa con un
nuevo libro, como ha ocurrido esta semana, mi gata se refrota cariñosamente
contra el libro, lomo contra lomo. Sé que si le tirara una foto en ese momento
y la pusiera en las redes recibiría muchos likes,
pero esa imagen la guardo para mí. No expongo a mi gata en las redes. Ya está
bien de tanta explotación animal. (Prefiero explotarme a mí mismo, que para animal
yo). Ya vale de aprovecharse de la belleza felina para ganar “me gustas”, que no
hay quien se resista a los gatetes. Uno se pegaría horas y horas mirando vídeos
de gatos, tal es su poder de atracción. Por lo tanto es jugar sucio, compañeros
creadores, seamos honestos. Nos gusta el gato, no necesariamente vuestro libro.
Pero en fin, cada uno es libre de mostrar sus obras de la manera más atractiva
posible. Lo que me crispa es cuando los autores hacen un unboxing, esos vídeos en los que muestran el desempaquetado de la
nueva criatura ante sus seguidores. Ese momento caja es algo íntimo; no nos lo
muestres, hombre, no nos interesa. Guárdatelo para ti. Aunque lo puedo
entender: la publicación de cada nuevo libro es un pequeño milagro. Y la ilusión
ante la novedad te hace realizar tonterías. En cualquier caso, que no perdamos nunca
esa ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario