El
otro día estaba firmando cómics en el Mercado de los Porches cuando una persona
me señaló: “Eh, tú eres Superchándal, ¿verdad? Te he reconocido por la voz”. Y
me hizo mucha ilusión, la verdad; durante un par de cursos he animado a los
universitarios con el objetivo de acudir a las clases dirigidas del gimnasio de
la Universidad de Zaragoza, enfundado en la piel de este simpático y peculiar
superhéroe. El escritor Míchel Suñén, de comunicación de Zúmmum, pensó en mí
para encarnar este personaje, y el artista Miguel Monreal diseñó y dibujó los
carteles de la campaña. Me lo pasaba en grande recorriendo el campus con
antifaz, capa y pelucón ochentero, interactuando con los universitarios en las
terrazas o las cafeterías a través de alocadas performances y juegos con mucho
humor, fomentando el deporte y la alimentación saludable. Mi público natural es
el infantil/familiar, pero los universitarios son la caña. “Tío, eres el puto
amo. ¡Supercháaaandaaaal! ¿Me puedo hacer una foto contigo?”, me abordaban
entusiasmados, y te sentías como una estrella del rock and roll. Menudo
subidón. Sin embargo, recuerdo que una noche, tras animar a los estudiantes en
un colegio mayor durante la cena, volvía hacia el gimnasio para cambiarme y
finalizar mi jornada cuando me crucé con una solitaria pareja. Se detuvieron de
súbito y me miraron con cara de terror pánico, ahogando un grito. Pongámonos en
situación: esa zona del campus estaba a oscuras, sin farolas, casi desierta, y
se les venía encima una persona con una capa ondeando por el cierzo y
conformando una silueta extraña. Sí, de día era un mamarracho repartiendo
regalos, pero de noche ese mismo personaje podía llegar a intimidar. Entendí el
temor nocturno que Batman infundía y lo que podía sentir un superhéroe.
“Tranquilos, soy Superchándal”, les calmé.
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