Mi
psiquiatra (no tengo psiquiatra) me ha dicho que soy un mentiroso patológico.
Que no hago más que mentir y mentir. Que necesito hacerlo una y otra vez. Como
un enfermo. Como un reincidente compulsivo. Mi psiquiatra (ese que no tengo) me
ha aconsejado que me dedique a canalizar por escrito mis mentiras. Que escriba
todas las que pueda, para que cuando hable diga por lo menos la verdad, pues
por escrito me habré quedado harto de mentir. Así que voy a intentar emborronar
unas cuantas líneas de tonterías y de mentiras. Así es, yo voy a contar
mentiras. Yo y mi otro yo. Vamos a contar mentiras tralará...
Vamos con la primera: Mi madre me lo ha contado muchas veces. Cuando yo nací, mi miembro viril medía dos palmos y medio. Cuando la enfermera iba a cortar lo que creía que era el cordón umbilical, le dijo el doctor (no sin cierta envidia): “No, eso no es”. Después, por supuesto, mi miembro creció todavía mucho más. Al principio fue un verdadero problema, pero con el tiempo me acostumbré por completo. Uno se hace a todo en esta vida. Sí, me hacían los pantalones a medida. Me hacían los calzoncillos a medida. Me hacían los bañadores a medida. Unas medidas que, por cierto, levantaban expectación, sobre todo cuando se alzaba mi miembro distinguido. Gracias a él, me ofrecieron trabajar en películas pornográficas. Por supuesto acepté; siempre me ha gustado mucho el cine.
Y otra: Un día me sorprendieron hablando solo por la calle y me internaron sin más en el manicomio. Y esto me enloqueció. Sin embargo, al cabo de un tiempo me acostumbré a mi nueva situación. Estaba loco. Bueno, no era tan grave: había cosas peores. Solía encontrarme feliz, con una gran sonrisa estúpida en la cara. Y entonces me echaron de allí con cajas destempladas; que en el manicomio no estaban para aguantar risitas estúpidas. El mundo está loco, ¿no?
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