Tras
varios meses de sequía pertinaz, llegan las ansiadas lluvias. Menos mal. En
abril no tuvimos aguas mil, desde luego, y no llegaba el agua de mayo por mucho
que lo anheláramos. El cambio climático es todo un problema, no nos viene bien
a nadie, ni siquiera a los que lo niegan. Y echábamos de menos la necesaria
lluvia. “Que tiene que llover, tiene que llover, tiene que llover, tiene que
llover a cántaros”, como canta Pablo
Guerrero; y muchos lo emulábamos cantando estos días, a ver si así rompía a
tronar (yo cantaba mal adrede, que dicen que eso provoca mucho a las sensibles nubes,
pero ni por esas). Sin embargo, ha sido montar casetas con libros y se ha
puesto a llover como si llegara el diluvio universal. Bien por la Feria del
Libro de Madrid, por la de Huesca y por todas las ferias de la geografía
nacional que están obrando el milagro. Y es que no falla, ni siquiera en estos
tiempos tan locos e inciertos. Es poner casetas con libros y no hay lluvia que
se resista. La cultura nos salva. Así ha sido siempre. Y lo seguirá haciendo
(si la dejan los gobernantes). La cultura nos hará libres. Hay que montar más
ferias del libro, está visto; por toda la geografía nacional y en cualquier
época del año, y así podremos mantener las precipitaciones precisas. Nada más
fácil. Más casetas con libros, por favor. Como para mantener semejante plan
maestro, hoy sábado 3 de junio se inaugura la trigésima edición de la Feria del
Libro de Zaragoza, en el parque Grande José Antonio Labordeta, en el Paseo de
San Sebastián, y tendremos nueve días para disfrutar de la gran fiesta de las
letras aragonesas, con firmas, cuentacuentos, talleres, encuentros y batallas
de dibujantes (y tendremos lluvias, por supuesto, pero tenemos casetas y carpas
para protegernos, y paraguas y chubasqueros que amortizar). Nos vemos entre libros.
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