Estás muy contento (has encontrado trabajo en una gran
agencia de publicidad) y caminas silbando por un pasillo gris, en dirección a
tu despacho, cuando de pronto te detienes turbado al escuchar una voz; una voz
femenina, hipnótica y excitante. La voz proviene del interior de un despacho
que está a unos veinte metros del tuyo. La puerta de dicho despacho está
cerrada, y no hay cristales que te dejen ver o insinuar el interior. Hechizado,
te detienes al lado de la puerta y escuchas la voz de la mujer como quien
escucha una bella canción de amor. Y, en verdad, aunque oyes la voz de la mujer
hablando, parece que cante de lo dulce que es. De pronto, un compañero se te
queda mirando extrañado, al verte con tu oreja casi pegada a la puerta, como si
fueras un espía, y al darte cuenta, avergonzado, te vas de allí. Estando en tu
despacho, el eco de la voz femenina resuena todavía en tus oídos. Sin saber muy
bien por qué, te sientes feliz de haber escuchado una voz así, te sientes
cautivado por ella, te sientes... ¿enamorado? Sonríes al pensarlo, y tu mente
empieza a imaginar cómo será la mujer que se oculta tras esa voz. Pensando en
ella, pasas toda la mañana de trabajo. Cuando dan las dos, sales corriendo de
tu despacho hacia el de ella. Llegas aturulladamente hasta la puerta, la abres
de golpe y pasas al interior. Al entrar oyes la voz melodiosa de la mujer,
diciéndote “Hola”. La buscas con la vista por el despacho. Sin embargo, el
despacho está vacío. “Ven”, dice la voz de la mujer. “¿Dónde estás?”, dices al
oír la voz y no ver a nadie, y sintiendo un sudor frío al comprobar que no
puedes decir nada más, pues tu propia voz se te sale del pecho sin poder
remediarlo. Te tocas la garganta e intentas toser, sacar tu voz de alguna
manera. Pero eso no lo puedes hacer: tu voz ya ha salido de tu cuerpo. Quieres
gritar, quieres maldecir, pero no puedes. Estás mudo. Aterrado, acongojado,
sales corriendo del despacho. Mientras, tu voz y la de la mujer se abrazan en
la habitación.
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