Desperté dando un bote en la cama justo cuando en el
sueño me aplastaba contra el fondo del abismo. Resoplé aliviado y me sequé con
la palma de la mano el sudor de la frente. ¡Había sido una pesadilla tan real!
¿Qué hora sería? Tenía la sensación de haber dormido más de la cuenta. Estiré
una mano, buscando a tientas el interruptor de la luz, pero no lo encontré. Mi
mano se balanceó en el aire sin encontrar destino. Sin embargo, mi mesilla de
noche tenía que estar ahí, a mi izquierda. Estiré la otra mano en el lado
derecho, pero tampoco sentí nada. Y tenía que haber tocado algo. Llevé las
manos hacia atrás, tras mi cabeza, y tampoco rocé nada. Y tenía que haber
tocado la pared de la habitación, ya que la cabecera de la cama estaba en
contacto con la pared. Sonreí, creyendo comprender. Sí, tras una pesadilla tan
agitada debía de haberme dado la vuelta, y ahora lo que creía que era la
cabecera debía de ser el pie de la cama. Me erguí por tanto, me tumbé hacia
delante y estiré los brazos. Y mis manos tocaron la incredulidad. Es decir, no
tocaron nada. Moví los brazos en el aire, agitando la negra oscuridad, deseando
sentir el tacto de algo, sin importar ya mucho el qué. ¿Qué estaba sucediendo?
Me levanté, poniéndome en pie sobre la cama, y extendí la mano hacia el techo.
Mi mano sintió la oscuridad. Nada más. Y tenía que haber tocado la lámpara del
techo, o el techo, que era bastante bajo. ¿Dónde me encontraba? Estaba envuelto
en sudor; la oscuridad me estaba ahogando. Tenía que haber una explicación, me
repetía. Pero, ¿qué explicación? Debía averiguarlo, salir del lecho y buscar la
luz. Sí, con la luz encendida se vería todo mucho mejor. Así pues, eché mi
cuerpo hacia un lado y salí de la cama, pero mis pies no sintieron suelo alguno
y caí a la oscuridad. Caí al abismo negro. Desperté dando un bote en la cama
justo cuando me aplastaba contra el fondo.
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