domingo, 16 de marzo de 2014

DRAGONES






Había salido a cazar dragones, cuando vi una salamandra saliendo de una mandrágora cercana a la madriguera de un conejo. La salamandra estaba drogada de rayos de sol. Se notaba sólo con verla, pues se arrastraba por la tierra haciendo eses. De todas formas, ya he dicho que había salido a cazar dragones, así que no la cacé. Sin embargo, era de un color verde chillón tan desagradable que no pude por menos que darle un puntapié.
Hacía una mañana espléndida; el sol inundaba totalmente el cielo. Aunque quizás no hacía falta decir que hacía una mañana espléndida. De no haber sido así (uno es muy señorito), yo no habría salido a cazar dragones.
No era temporada de cazar dragones, pero ya nadie respetaba las temporadas; cada uno cazaba cuando le apetecía, y hoy me apetecía a mí. Las ropas que llevaba no delataban que fuera de caza. Llevaba una camisa de manga corta y unos pantalones cortos normales; nada de ropa de cazador. Sin embargo, quizás sí me delataba un poco la escopeta para cazar dragones que llevaba al hombro.
La mayoría de los cazadores no cazaban dragones. Cazaban perdices, codornices y otras aves por el estilo; argumentaban que el dragón no se puede comer, ya que su piel de reptil es demasiado dura. Y tenían razón, por supuesto, pero yo prefería cazar dragones. ¿Que por qué? Bueno, en primer lugar, al ser los dragones un poco más grandes que las perdices y las codornices, eran lógicamente un blanco más fácil. Y por otra parte, aunque no se pudieran comer, su piel escamosa era ideal para la confección de calzados, bolsos, cinturones y prendas por el estilo.
Una mariposa de tonos negros, naranjas y amarillos pasó por delante de mis narices. Pero ya he dicho que había salido a cazar dragones, así que no la cacé. De todas formas, no hubiera podido. Se perdió rápidamente entre el bosque de pinos que tenía a mis espaldas.
Seguí recorriendo el monte hasta que llegué a la guarida de un dragón. Era una profunda cueva excavada en una pequeña loma por el efecto del viento, del agua y del propio dragón. Entré dentro y, como me imaginaba, estaba vacía. No había dentro ningún animal. Esto era algo muy común; los dragones solían procurarse muchos refugios, pero solían volar de uno a otro. Lo más normal era encontrarse un dragón volando en el cielo, y no holgazaneando en su cueva.
Salí de la cueva y seguí caminando tranquilamente por el campo. No tenía prisa por encontrar un dragón; de hecho, disfrutaba con la búsqueda. Además, en cuanto cazara uno, me volvería con él a casa, finalizando así la cacería, pues yo nunca cazaba más de uno por día (no había que abusar). Empezaba a pensar que me estaba alejando demasiado del camino donde había dejado mi jeep, pero tampoco me preocupaba mucho. En realidad, me encantaba caminar cuando iba de cacería, y, aunque está mal que yo lo diga, tengo unas maravillosas piernas que pueden permitírselo.
De pronto divisé a lo lejos, en el cielo, un dragón. Sí, era un dragón, no cabía duda. Su boca emitía fuego. Pero no una gran llamarada, no. Su boca emitía una pequeña llamita de fuego. Parecía un gran mechero volante. Y volaba elegantemente, como todos los dragones. Y se acercaba por el cielo más o menos hacia donde estaba yo.
Me tumbé detrás de unos matojos, para así verlo sin que él me viera a mí. Era un gran dragón. Sería del tamaño de un águila (sin contar la cola). Quizás alguno se asombre del tamaño. Y de eso tienen la culpa los antiguos. Los antiguos describieron a los dragones como reptiles alados enormes. Sí, enormes. A causa de esto, incluso hoy en día, hay gente que cree que los dragones de la antigüedad debían de ser más grandes, mucho más grandes que los de ahora. Yo no pienso así. Yo creo que en la antigüedad serían del mismo tamaño que ahora. Lo que pasa es que los antiguos eran unos exagerados.
Apunté al dragón con mi escopeta. Lo tenía en el punto de mira, a unos cincuenta metros de mí. Disparé. La bala cruzó el cielo como un rayo, impactando con fuerza en el pecho del dragón. La sangre brotó, el dragón chilló, se agitó con violencia, su llama aumentó súbitamente, las alas se plegaron, su cola se enredó, sus garras se extendieron hacia fuera, se revolvió sobre sí mismo... y cayó. ¡Le había dado! ¡Le había dado!
Cayó desde el cielo, rápidamente, como una pesada piedra con miembros extendidos pero inútiles, que no pueden impedir la caída. Y se precipitó sobre la tierra, a unos pasos de donde me encontraba.
Sonreí. Había sido fácil, coser y cantar, como siempre. Sin embargo lamenté, como tantas veces, el no tener un gran perro de cobro (para así no tener que ir yo a recoger la pieza). Resoplé y empecé a caminar hacia mi dragón.



4 comentarios:

39escalones dijo...

Si es que es verdad, los antiguos eran unos exagerados...
Por tu bien, espero que tu película favorita no sea "Encontrarás dragones"...

roberto dijo...

No, por favor...

Marcos Callau dijo...

No, esa no, pero quizá "Pedro y el dragón Elliot" ¿Ves? También Disney tiene la culpa de que pensemos que los dragones son enormes...

roberto dijo...

Ay, la Disney... Ahí saben hacer películas...