En el eterno debate entre el cine y la literatura, los libros —es curioso— tienen mejor fama y consideración que las películas. “El libro es mucho mejor”, se suele argumentar pomposamente siempre que hay una adaptación de por medio. Sin embargo, a la hora de la verdad (o sea, sin hipocresías), entre leer un libro y ver una película, no hay ninguna duda: todo el mundo elige ver la película. Pondré un ejemplo gráfico, según mi propia experiencia, para corroborar esta afirmación. Como soy escritor (mal que me pese, que no lo digo por presumir), cada vez que me publican un libro me regalan un montón de ejemplares que reparto entre las amistades. Ahora mismo me acaban de publicar en la editorial Comuniter el libro de relatos Malos Sueños, ilustrado primorosamente por Chema Cebolla (que ha realizado un trabajo fantástico, como siempre), y me encuentro en ese momento tenso que comento. En la mayoría de las ocasiones mis amigos se quedan mirando el libro algo cohibidos, como pensando: mierda, y me lo tendré que leer (y eso que en este caso pueden disfrutar de las ilustraciones y luego opinar del libro a partir de ellas como si lo hubieran leído, todo un clásico). Por otro lado, soy actor porno (que la literatura no da para vivir), y al terminar mi trabajo y pagarme (cuantiosamente, por cierto) también me regalan varias copias. En cuanto les paso las películas a mis amigos, estos corren raudos a verlas, sin los reparos que ponen para leer mis libros. Comprobado entonces: la literatura no puede competir con la magia del cine.
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