Si miras al espejo, lo más seguro es que —a no ser que seas un vampiro— te veas reflejado. Pero si miras, fijamente, al fondo del espejo, quizás veas otra cosa.
Un espejo es
como un pozo sin fondo y, al igual que hay que tener valor para encaramarse a
la boca del pozo y mirar abajo, también hay que tener valor para mirar al fondo
del espejo.
Nunca se sabe
lo que se puede llegar a ver.
Travis se
estaba afeitando delante del espejo del baño. Su maquinilla eléctrica —hábilmente
conducida por su mano derecha— danzaba sobre su barba. Recorría el jardín de su
rostro cual cortadora de césped, arrancando los pelos a su paso, segándolos.
Travis observaba con atención su reflejo y veía cómo los puntitos negros de su
barba iban siendo decapitados y tragados por el zumbante monstruo hambriento de
pelos que era su maquinilla eléctrica. Sentía su cosquilleo en las mejillas, en
el mentón, en el cuello, como una suave caricia, como un beso que succiona.
Pero se fijó que había un pelo que parecía burlar una y otra vez a la
maquinilla, pues por mucho que pasaba ésta por encima no lo arrancaba.
Insistentemente, lo volvió a intentar, pasando una y otra vez el cabezal de la
maquinilla sobre él. Sin embargo, era inútil; el pelo seguía ahí, sin dejarse
arrancar. Travis lo miró con fijeza, sin apartar la vista de él, pensando que
eso ayudaría a que se dejara afeitar o que incluso lo podría eliminar con su
mirada intimidatoria. Y lo miró, lo miró, lo miró... De pronto, donde se
encontraba el rebelde pelo, se abrió un círculo que se fue agrandando
rápidamente hasta hacerse del tamaño del espejo, hasta ocupar todo el espejo.
Travis vio asombrado que su reflejo había desaparecido; no estaba ahí. Tembló,
pensando que se había desintegrado, pero, al mirarse a sí mismo, vio sus
brazos, su cuerpo..., sí, seguía entero... Miró el espejo y vio el reflejo de
una habitación vacía, pero no era la habitación el baño en el que se
encontraba. Se apartó un poco del espejo y vio su difuso reflejo en los azules
azulejos del baño. Algo aliviado al ver que seguía contando con su reflejo, se
volvió a poner delante del espejo, y volvió a ver la extraña habitación vacía.
Aturdido, cerró los ojos, como negándose a creer lo que veía. Tras dejar pasar
unos segundos, los volvió a abrir, con miedo, y se vio a sí mismo de nuevo en
el espejo. Ofuscado, sin saber qué pensar, salió del baño.
Sin
quererlo y sin saberlo, Travis había abierto las puertas del espejo.
Al día
siguiente, como si nada, Travis se duchaba en el baño. El suceso del día
anterior se había evaporado ya por completo de su mente. Acabó de ducharse,
salió de la ducha y tomó una toalla.
El espejo del
baño estaba empañado de vapor.
Travis se
empezó a secar y pasó su mano por el espejo —trazando pequeños círculos— para
así ver su reflejo. Tras la fina capa de vapor, no apareció su reflejo.
Apareció el reflejo de una extraña habitación vacía. Asustado, Travis salió
corriendo del baño; salió desnudo, sintiéndose desnudo en todos los sentidos,
atragantándose su respiración en el pecho como una gran pájaro lleno de miedo.
¿Qué le ocurría
a su espejo?
Travis tosió
violentamente, intentando serenarse y volver al baño. Temblando, titubeando,
empezó a caminar. Al llegar, estiró el cuello como si fuera una jirafa y miró
el interior del baño, teniendo su cuerpo a un lado de la puerta.
En el espejo
seguía el reflejo de una extraña habitación.
¿Sería un
reflejo inofensivo?
A duras penas,
Travis entró en el baño. Se acercó al espejo y estiró la mano diestra hacia él.
Pensó que quizás la mano atravesaría el espejo, que quizás ya no había espejo
propiamente, que quizás sólo era el marco de una enigmática ventana que había
comunicado con ese cuarto. Pero no, los dedos de su mano tocaron la superficie
sólida del cristal. Sí, el espejo era sólido, seguía ahí. Pero algo anormal
ocurrió. Donde sus dedos se habían posado, algo se agitó. Algo brilló en el
espejo. Y de ese punto emergieron unos dedos cristalinos, una mano cristalina,
transparente, como un miembro del espejo, y se estiró hacia Travis como si le
quisiera atrapar.
Aterrado,
Travis salió corriendo del baño como alma que lleva el diablo. Respirando con
dificultad llegó rápidamente hasta la puerta del apartamento, la cual no abrió
porque se dio cuenta de que iba desnudo.
¿Qué le sucedía
al espejo? ¿Es que acaso tenía alma y ésta quería salir al exterior con forma
humana? ¿Es que el espejo se había cansado de reflejar a los hombres y quería
ser uno de ellos?
Poco a poco,
Travis se fue calmando y un pensamiento llenó su mente: tenía que acabar con el
espejo, tenía que romperlo, destrozarlo, matarlo.
Se apartó de la
puerta de su apartamento y empezó a caminar lentamente hacia el baño. Tomó como
arma un candelabro de plata del salón y siguió por el pasillo. Cuando llegó
cerca del baño, todo su cuerpo temblaba como un flan. Avanzó temblorosamente
hasta la puerta y miró el interior del baño, dando un bote de terror al ver que
en la pared, encima del lavabo, no había nada. No estaba ahí el espejo. Se
había ido. Miró por el suelo y por todos los rincones del baño, pero no estaba.
Salió al pasillo y miró a ambos lados; no se veía. De pronto, sintió que era
observado por el espejo. Y comprendió dónde estaba. Alzó la vista y lo vio
sobre él, en el techo, como una gran araña cristalina. Antes de que se pudiera
apartar, cayó sobre él. Como en las películas de Buster Keaton, no le aplastó,
no se rompió sobre él; pasó el marco del espejo a su alrededor, sin tocarle.
Travis se había encogido ligeramente y se había llevado las manos a la cabeza
en un intento de protegerse del golpe, pero nada tocó su cuerpo. Sólo un ligero
soplo de aire pasó a su alrededor. Levantó la cabeza, abrió los ojos y vio que
ya no estaba en su casa. Estaba en una extraña habitación de planta circular y
de suelo, techo y paredes totalmente recubiertas de espejos. Su cuerpo desnudo
se reflejaba y se multiplicaba tanto que mareaba. Arriba, abajo y a todos los
lados le seguía su aturdido reflejo en todas las posibles posiciones. ¿Cómo
había llegado allí? ¿Y qué sitio era aquél? De repente, un espejo de la pared
se contrajo por sí mismo, se plegó como los de las ferias, formándose una ola
en su lago de cristal, y el reflejo de Travis se convirtió en una caricatura de
sí mismo, comprimiéndose como si fuera un enano achatado de gran cabeza y
grandes pies. Travis se enfureció, pensando que el espejo —o toda la
habitación, no lo sabía— se quería burlar de él, y, al sentir en su mano el
candelabro de plata, lo arrojó con rabia contra él.
El espejo no se
rompió. El candelabro se perdió dentro de él, atravesándolo. Sí, el candelabro
traspasó el espejo, como si fuera gaseoso en vez de sólido. Travis comprendió.
Podía salir por los espejos, igual que había sido transportado por uno de
ellos. Así pues, decidido, se acercó al que tenía enfrente y lo atravesó
caminando igual que un fantasma atravesaría una pared. Al hacerlo, notó que
algo extraño se mezclaba con su cuerpo desnudo, lo rodeaba, se unía a él, sí,
algo cambiaba en él, pero fue una sensación tan inusual y rápida que no pudo
analizarla ni casi tener conciencia de ella. Cuando salió del espejo, se sintió
un hombre nuevo, renovado. El salir del espejo fue como volver a nacer. Observó
que ahora estaba en el interior de un baño, y que había salido por el gran
espejo de la habitación. La puerta del baño estaba cerrada. Se decidió a
abrirla y giró el pomo. Al traspasar la puerta vio que daba a un dormitorio, en
cuya cama estaba tumbada una mujer desnuda.
Él también
estaba desnudo. Y la mujer se dio cuenta al momento, gritando aterrada al verlo
aparecer.
—Yo... —empezó
a decir Travis, sin saber explicar cómo había llegado allí.
—¡Johnny! —gritó
la mujer.
—No, no... —dijo
Travis nerviosamente.
De pronto se
abrió la puerta de la habitación y un vaquero auténtico entró por ella,
alarmado sin duda al oír los gritos de su mujer. Llevaba un revólver en la mano
derecha.
—Este tipo
acaba de salir del baño —señaló la mujer.
—No, no... —musitó
Travis, viendo asustado el revólver del pistolero y sintiéndose como
transportado a una cruel película del Oeste en la que el papel de víctima le
había tocado a él.
—Maldito cerdo
—farfulló el pistolero, apuntándole con su colt.
Travis entró
como un rayo en el baño y se lanzó sobre el espejo con la esperanza de
atravesarlo y escapar de allí. Pero no lo atravesó y se rompió las narices en
el intento.
—Oh, no, tengo
que escapar... —se dijo temblando de pies a cabeza, palpando la lisa superficie
del espejo como buscando una palanca o un resorte que lo dejara pasar.
El pistolero
llegó en dos zancadas a la puerta del baño y disparó sin pensárselo. Tres balas
impactaron en el cuerpo de Travis y éste se rompió en añicos al igual que el
espejo que tenía detrás. Se quebró fragmentándose en diminutos trozos de carne
cristalina, en trozos que parecían más minerales que formas humanas. Acabaron
en el suelo formando un pequeño montoncito, una diminuta montaña cristalina.
—¿Qué es esto?
—se dijo el pistolero, observando con asombro el montón de cristales en que se
había transformado el intruso.
Al mismo tiempo, en otro lugar, un espejo rompía a llorar por la pérdida de su hijo.
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