sábado, 9 de agosto de 2025

"HOMBRE DE POCA FE", MI COLUMNA SEMANAL EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

Tengo poca fe en la tecnología, lo confieso. Cuando en el supermercado voy a pagar el importe de la compra con la tarjeta, y leo “aceptada” tras pasarla, repito con alegría “aceptada” en voz alta, jaleándome a mí mismo, como si acabara de aprobar el examen de conducir (las cajeras jóvenes se sonríen ante esta muestra de entusiasmo, las mayores me miran con ternura y comprensión). Me queda dinero en la cuenta, me digo para mis adentros, la tarjeta funciona, todo bien. Cuando voy al cajero automático a sacar dinero del banco, y el cajero me lee correctamente la tarjeta, me acuerdo de la contraseña (que es otra prueba de fuego, nada sencilla) y sale el dinero finalmente, suelo exclamar “bien” en voz  baja, como premiándome por haberlo conseguido, pero de forma moderada, eso sí, no sea que haya gente esperando (no hay que alardear demasiado de tener dinero a disposición de uno, a ver si se van a creer que me sobra la pasta). Es una suerte ver que el cajero tiene dinero para un servidor, que más de una vez te mandan a otro cajero con más efectivo, como diciéndote que aquí no hay dinero para ti, que otros clientes más rápidos se lo han llevado ya y se te han adelantado miserablemente. Cuando voy a retirar en mi impresora unos documentos muy importantes, y salen las hojas impresas como Dios manda (bien de tinta, sin atascarse el papel, sin salir las hojas arrugadas formando un gurruño), suelo exclamar “olé esa impresora guapa”, recordando esas muchas y terribles veces en que me ha fallado, en que se ha atascado o quedado sin papel en el momento más inoportuno. Se rumorea que las impresoras huelen el miedo, así que intento enfrentarme a la mía con una ostentosa sonrisa, camuflando los nervios con mi aparente alegría y escondiendo los sudores fríos que me atenazan como buenamente puedo. Si la impresora huele mi miedo, estoy perdido. Es así de triste. Cuando en casa suena el teléfono fijo, y resulta ser mi madre o mi suegra quien llama, en lugar de ser esas compañías y corporaciones tan simpáticas que quieren endilgarte algo, exclamo un “¡hombre!” cargado de emoción, como si oír sus conocidas voces fuera todo lo que necesito escuchar. Todavía queda esperanza. Todavía suena el teléfono y al otro lado hay gente con corazón. Soy un hombre de poca fe, pero esa escasa fe que me queda hay que alimentarla en pequeñas dosis.


"Hombre de poca fe", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 9 de agosto.

Asimismo, podéis leer la columna "Hombre de poca fe", de Roberto Malo, en el enlace de la web del Periódico de Aragón que pongo a continuación:


No hay comentarios: