El tiempo es un concepto inasible. Todos hemos
perdido mucho tiempo intentado aprehender su misterio, sin conseguirlo. Sin
poder evitarlo, el tiempo se nos escapa entre los dedos. Cuando era más joven,
¿hace veinte años tal vez?, me leí una novelita corta de la escritora Elia
Barceló, titulada El secreto del orfebre.
Recuerdo que me gustó bastante, era una preciosa historia de amor que jugaba
con la idea del eterno retorno del filósofo Friedrich Nietzsche. Y una vez
leída, como tantas historias, supongo que ocupó un pequeño lugar en mi mente
hasta que poco a poco ese espacio fue menguando hasta casi desparecer. Pero no
del todo, siempre quedan brasas de la hoguera de la lectura. Y pasaron veinte
años. Y un buen día en el cine vi el tráiler de una película española que se
iba a estrenar con el mismo título. Y recordé haber leído la novela en la que
se basaba, y haberla disfrutado, pero los pormenores de la trama se me
escapaban entre las brumas de los recuerdos. Así que la semana pasada volví a
sus páginas y volví a sumergirme en su historia. Es una novela de poco más de
cien páginas, con letra hermosa (cosa siempre de agradecer, que ya tenemos una
edad), así que relativamente me llevó poco tiempo volver a revivir a sus
personajes. Me gusta leer (y releer) novelas y luego ver su adaptación fílmica,
para comparar y disfrutar de su nuevo formato, así que esta semana mi mujer y
yo nos dimos el capricho de ir al cine a ver la película homónima que la
cineasta Olga Osorio adapta y dirige con mimo y sensibilidad. Soy un romántico
irredento, lo confieso, y este tipo de historias son mi perdición. Me emociono
a la mínima, y lloré como una magdalena en varios momentos. Afortunadamente, no
fui el único. Al acabar la proyección, se levantaron una pareja de jóvenes de
la fila de delante y le dijo el chico a su chica: “Madre mía, cómo me he
hartado de llorar”. Y me vi reflejado en ellos, como si fueran una versión más
joven de nosotros mismos. Me encantó que en un momento dado los protagonistas de
la película citan la canción Te conozco,
de Silvio Rodríguez: “De niño te conocí, entre mis sueños queridos. Por eso,
cuando te vi, reconocí mi destino”. Y yo recordé que le cantaba esa canción a
mi santa cuando empezamos a salir, hace más de treinta años, sintiendo lo mismo
que expresaba la canción. Todo retorna.
"Los pliegues del tiempo", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 8 de marzo.
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