“Que la fuerza te acompañe”, me
desean mis hijos para que pueda encontrar la harina de fuerza, tan necesaria y
tan escasa en estos días extraños. Cuando regreso a casa de la excursión al
supermercado, blandiendo triunfalmente los bienes más preciados, mi familia me
hace la ola. La cara de satisfacción de mi mujer cuando me ve sacar la levadura
en polvo es todo un poema. “Levadura en polvo”, musita, y a mí me suena la mar
de excitante. Saco la mantequilla a continuación, y se derrite de pasión. Luego
saco dos docenas de huevos (por huevos va a ser), y la cocina se convierte en
una fiesta. El azúcar, las pepitas de chocolate, la harina de repostería…, todos los ingredientes sonríen al pensar en
el baile que les espera. En honor a la verdad, nuestra fiebre repostera viene
de lejos, de muchos meses antes del coronavirus (a.c., para los historiadores). Somos unos adelantados a nuestra
época. Por eso nos subleva tanto que los productos que antes se encontraban sin
problemas ahora de pronto hayan desaparecido por arte de magia en todos los
comercios habidos y por haber. Al parecer, montones de personas se han tenido
que ver encerradas en sus casas para descubrir de sopetón las bondades de los
bizcochos, las tartas, las galletas y las magdalenas domésticas, y se han lanzado
a su producción con todo el ímpetu del mundo. He leído que durante estas
últimas semanas se ha llegado a vender un 200% más de harina que en las mismas
fechas del año pasado, ahí es nada. Menuda locura, madre mía. Espero
sinceramente que luego la gente elimine el exceso de calorías de la mejor forma
posible, porque si no mucho me temo que vamos a salir del confinamiento todos
rodando (como magdalenas caseras, sí).
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