Menuda racha llevamos; vivimos días históricos cada
dos por tres. El apocalipsis nos asalta de manera inmisericorde, en cualquiera
de sus vertientes, y hasta en lunes. Los lunes suelen ser días grises, olvidables,
pero este lunes 28 de abril fue un día para recordar. ¿Cómo te pilló el apagón
del 28 de abril?, preguntaremos en un futuro. En mi caso no fue nada épico, ya
lo siento. No me cogió en un tren ni en un ascensor. Tuve suerte. Acababa de
entrar en casa, eran las doce y media, y al pulsar el interruptor de la luz
noté que no funcionaba. Escuché que decía la vecina al mismo tiempo: “Anda, se
acaba de ir la luz”. No le di ninguna importancia, la verdad. Comprobé que no
había corriente, que no había wifi, y me senté a leer despreocupadamente. Tenía
que acabarme una novela para devolverla a la biblioteca y contaba con varias
novedades pendientes de lectura, así que ni me lo pensé. A leer, que hay que
leer más. Tenía que preparar la comida para la familia, pero el hecho de que no
hubiera corriente me pareció una buena excusa para dejarlo para más adelante. Una
hora y pico después llegó mi mujer. Yo seguía leyendo tranquilamente, ajeno a
todo. Le dije: “Ojo que no hay luz”. Ella me miró de hito en hito y replicó:
“Ya, ni aquí ni en toda España”. “¿Qué?”, acerté a decir, como despertando de
un sueño. Y ella, que acababa de salir del trabajo, me puso al tanto de la
pesadilla en la que estaba sumida toda la península; no se sabían todavía los
motivos del gran apagón, pero estaba claro que era algo gordo. Nuestros hijos
volvieron del instituto y mientras comíamos cada uno contó cómo habían vivido
el apagón y cómo lo habían sorteado los profesores y alumnos. Teníamos la
nevera llena de comida, y había comprado rollos de papel higiénico dos días
antes, así que estábamos preparados para el colapso. “Tengo cuadernos para
escribir y libros para leer”, recuerdo que pensé, poniéndome en lo peor. Decidí
ir a ver a mi madre. El trayecto que siempre realizo en tranvía tuve que
hacerlo andando. Fue curioso ver los coches circulando sin semáforos, con
algunos cruces con policías regulando el tráfico y otros a la buena de Dios.
Las tiendas estaban cerradas; solamente lucían abiertas las heladerías y las
terrazas de los bares. Al llegar a casa de mi madre, a las cinco y media,
volvió la luz.
"El apagón", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 3 de mayo.
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