No puedo leer a William Faulkner sin
acordarme de la película Amanece que no
es poco, de José Luis Cuerda. De hecho, leo a Faulkner con algo de miedo,
como si me fuera a dar por plagiar lo que leo, pero sin querer, eh, sin querer.
Me pierden las magdalenas, es una de mis debilidades confesables (hay quien me
llama “el monstruo de las magdalenas”
por mi insaciable voracidad), pero no puedo probar una sin pensar en Marcel Proust,
maldición, y eso que tampoco le he leído demasiado. No puedo disfrutar de la
lectura del filósofo Soren Kierkegaard sin pensar en Faemino y Cansado, es
inevitable. Esto le ocurre a mucha gente; me encantó cuando en la película Volveréis, de Jonás Trueba, el padre le
regala al protagonista un par de libros de Kierkegaard y otro personaje hace
mención al “Qué va, qué va, qué va, yo leo a Kierkegaard”. Sin esa referencia
la escena no hubiera resultado creíble; hoy en día no puedes mencionar al
filósofo sin que salgan a colación los humoristas. Y cada vez que se menciona
el principio de Arquímedes no puedo evitar acordarme de la canción La gallina dijo Eureka, del grupo argentino Les Luthiers. “¿Por
qué, por qué?”, se preguntarán algunos, “¿Por qué la gallinita dijo Eureka?”.
“No, nene, no, las gallinitas no hablan”. Nunca fue tan divertido aprender un
principio físico. Y hablando de físicos, no puedo probar una manzana (y soy de
los que comen una manzana al día si te descuidas) sin acordarme de Isaac Newton
elucubrando la ley de la gravedad tras caerle una en la cabeza. Esto lo he
comentado con algunos conocidos, a ver si soy muy raro o qué, y en este caso
las fuentes consultadas difieren: hay quien al morder una manzana piensa en
Guillermo Tell, que tiene su aquel, y hay quien tiene en mente a Eva y Adán, esa
pareja que por su torpe afán (el fruto prohibido) fueron expulsados del Paraíso;
tal vez resulta más difícil expulsarlos de nuestra mente referencial.
"Grandes referentes", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy jueves 5 de diciembre.
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