https://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/boda-singular_1434275.html
Este
año no he tenido ninguna boda. Algo natural, dadas las circunstancias actuales.
Como otros eventos y acontecimientos
masivos, muchos enlaces se han dejado para el 2021. Es comprensible. Con
lo que se bebe en las bodas, se podría argumentar, a ver quién guarda las
distancias de seguridad, no se quita la mascarilla o no se pone a bailar
agarrado con todos los asistentes como si no hubiera un mañana. El aplazar las
ceremonias para más adelante supone una gran pena para los novios, los
familiares y los amigos, y más si cabe para los que organizan y participan en
estas celebraciones: hosteleros, cocineros, camareros, modistas, músicos,
animadores… Hay todo un negocio alrededor de las bodas, desde luego. Yo mismo,
sin ir más lejos, he oficiado alguna que otra, ejerciendo de maestro de
ceremonias, que los caminos de la animación son infinitos. Cuando digo, en el
momento cumbre, “por la autoridad que me ha sido conferida, yo os declaro
marido y mujer”, no puedo evitar contagiarme de la emoción del momento, la verdad.
Soy muy serio y profesional cuando me meto en un papel, pero uno también tiene
su corazoncito, qué caramba, y tanta alegría alrededor te suele embriagar. Sin
embargo, para los que en estos momentos echen de menos esa alegría y emoción
características de las bodas (sin correr riesgos innecesarios, por supuesto,
con completa seguridad), recomiendo acudir a la cartelera y ver La boda de Rosa, la luminosa película de
Icíar Bollaín, protagonizada por una Candela Peña en estado de gracia. La
acompañan en su compromiso un fantástico elenco de personajes a la deriva: su
padre (Ramón Barea), su hija (Paula Usero) y sus dos hermanos (Nathalie Poza y Sergi
López). Disfrutarán (como los primos de Pamplona) de una boda sin igual.
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