Por fin,
gracias a los dioses (y a mi colonia Eau de Rochas), mi secretaria se entregó a
mí por completo. Como resultado, habíamos follado como locos durante varias
horas. Ella, la mujer más sexy del mundo. Yo, el hombre más feo y gordo del
universo. Después, cómo no, me desperté.
Todo había sido
un sueño. Sólo había ocurrido en mi mente. En fin. Bajo la ducha rememoré la
noche gloriosa a cámara lenta, rebobinando mis recuerdos varias veces; en cada
gotita de agua veía el reflejo de mi servicial secretaria; desnuda, por
supuesto; besándome, abrazándome... Me eché medio frasco de Eau de Rochas (por
si acaso) y me vestí ensimismado, sintiendo el roce de su piel en cada una de
mis prendas. Salí de mi apartamento como en una nube. Ya en la calle, bajo el
sol, ella se me aparecía en todos los espejos y escaparates. Ay, el amor... Me
sentía como en un anuncio de televisión, con música romántica de fondo y todo.
Llegué a la
oficina con el perfume de su ausencia. Allí me aguardaba la secretaria de mis
sueños con su mejor minifalda, famosa en todo el edificio. Estaba guapísima;
hoy llevaba los labios rojo pasión, como a mí me gusta. Se me escapó una
sonrisa lujuriosa por mi dulce secreto y evoqué como un imbécil enamorado la
nochecita que habíamos pasado juntos; todavía la recordaba jadeando a mi lado y
adoptando posturas increíbles.
Ella también
sonrió al verme (le tengo que subir el sueldo, desde luego) y me trajo
servicialmente, con su maravilloso contoneo de caderas, un café solo y con
azúcar, como a mí me gusta.
—Le veo
contento, jefe —me saludó.
—¿Yo? —me
sonrojé.
—¿A qué se
debe?
—No, a nada...
—A algo se
deberá. ¿Sabe?, creo que sé por qué está tan contento —aventuró.
—No creo...
—volví a sonreír. No podía evitarlo. Si ella supiera...
—Lo sé, en
serio —insistió risueña—. De hecho, yo he soñado lo mismo. Lo mismo que usted…,
lo mismo que tú.
—¿Qué...?
—Yo también he
soñado que hacíamos el amor —susurró ella.
Me quedé
clavado en el asiento. ¿Todavía estaba soñando? ¿Cómo podía ella...?
—¿Sabes?, a
medida que lo hacíamos, conforme aumentaba mi excitación —siguió ella,
confidencial—, me daba cuenta de que era un sueño, no sé cómo. En un momento
dado, incluso fui consciente de que tú estabas soñando lo mismo, y de que no
eras consciente de que se trataba de un sueño. —Me miró fijamente—. En ese
momento, ¿sabes?, me corrí.
Tragué saliva,
tosí, miré el café y la miré a ella. No sé quién quemaba más. Sudando, me
aflojé el nudo de la corbata.
—Otra cosa —me
dijo—. Puedes volver a soñar conmigo. No me importa, de verdad. Me siento muy
halagada. ¿Qué te parece hoy a las tres de la mañana en mi sueño?
—Vale —asentí,
por decir algo.
Ella sonrió,
sinceramente agradecida. Después se alejó con su increíble contoneo, burlándose
de mí, como la vida misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario