No se les
había ocurrido nada mejor que alquilar una cabaña en medio del bosque para
pasar el fin de semana. La juventud, ya se sabe, tiene estas cosas. Habían
llegado en coche al atardecer, y la cabaña, vista desde fuera, tenía un aspecto
de lo más tétrico. No resultaba nada acogedora, ciertamente. Parecía uno de
esos lugares abandonados de la mano de Dios, en los que seguramente han
ocurrido más desgracias de las que uno puede (o quiere) llegar a imaginar. Sin
embargo, curiosamente, a los jóvenes les encantó. Eran cinco; dos chicas y tres
chicos.
—Está genial
—señaló Pablo, saliendo del coche y observándola con aprobación—. ¿No os lo
dije?
—Como salida
de una película de terror —asintió Iván, maravillado.
Los dos
estaban visiblemente encantados. Pablo, de primeras, parecía el líder natural
del grupo, atlético y decidido, e Iván ejercía perfectamente de su fiel amigo.
—Chicos, a
mí me da algo de repelús —terció Mónica, y sus pechos parecieron agitarse,
temblando a la vez que su voz.
—Tranquila,
que me tienes a mí —le sonrió Miguel, su novio, y la abrazó con ternura en plan
protector. Eran la pareja del grupo. Guapos y enamorados.
—Bueno,
supongo que podría estar peor —sentenció Clara con serena resignación, saliendo
la última del coche. La intelectual del grupo, pelo corto, aire independiente.
La cabaña
resultó ser mucho más espaciosa por dentro de lo que uno podría haberse
imaginado en un primer vistazo. No era lo que se dice alegre, desde luego (era
tan lúgubre y gris como la vivienda de un psicópata), pero por lo menos estaba
muy limpia, sin una mácula de polvo. Que uno puede ser un asesino, pero limpio.
Tras recorrer el salón y la cocina, no tardaron mucho en distribuirse; Miguel y
Mónica se hicieron con una habitación con cama de matrimonio, Pablo e Iván con
una habitación con dos camas individuales y Clara con una habitación más
pequeña con una sola cama. Dejaron sus bolsas y enseres y volvieron al salón.
—Sólo hay un
baño —señaló Mónica.
—Suficiente
—estimó Miguel, sin darle importancia.
—¿Qué
hacemos? —preguntó Iván, observando a todos.
—Podríamos
dar una vuelta por el bosque —propuso Pablo.
—Está
oscureciendo —señaló Mónica.
—Por eso
mismo —concedió Pablo—. El bosque con esta luz está precioso, y así, haciendo
senderismo, haríamos hambre para la cena.
—Yo paso
—opinó Clara—. El hambre me viene sin necesidad de pegarme una caminata.
—Senderismo
—corrigió Pablo.
—Lo que tú
digas —sonrió Clara—. Pero yo me quedo. Ya saldré a dar una vuelta por ahí por
la mañana. Ahora me apetece quedarme y leer un rato.
—Muy bien,
tú misma —concedió Pablo—. ¿Y vosotros? —preguntó a la pareja feliz, dando por
hecho que Iván estaba de su parte.
—Bueno, si
no os importa —se sonrojó Miguel—, nosotros nos quedamos.
—Nos
gustaría probar la habitación —dejó caer Mónica, toda sutileza.
—Ay, el amor
—sonrió Iván—. Vámonos, anda —le indicó a Pablo—. Que estos no piensan en otra
cosa.
—Desde luego
—resopló Pablo, muerto de envidia—. Portaos bien —se despidió cucándole un ojo
a Miguel.
—Mi chico se
suele portar muy bien —comentó Mónica, divertida.
—Gracias,
cariño —asintió Miguel.
A punto de
salir, desde la puerta, Iván le preguntó a Clara:
—¿Seguro que
no vienes?
—Tranquilo
—sonrió ella—. Sobreviviré.
Pero se
equivocaba.
Clara se
encontraba tumbada a la bartola en el salón de la cabaña, leyendo una novela de
misterio. Sin embargo, no estaba lo suficientemente relajada como para
disfrutar por completo de la lectura. Y eso había que solucionarlo de algún
modo. Cerró el libro, se echó la mano al bolsillo de la camisa y sacó un
canuto. Lo encendió y lo aspiró hondamente, con cara de plena satisfacción.
Mucho mejor así. Cuando abrió el libro de nuevo, todo se congeló. Clara se
quedó completamente paralizada, con el libro abierto por la mitad.
Pausa. Rew.
Clara se
encontraba tumbada a la bartola en el salón de la cabaña, leyendo una novela de
misterio. Sin embargo, no estaba lo suficientemente relajada como para
disfrutar por completo de la lectura. Y eso había que solucionarlo de algún
modo. Cerró el libro, se echó la mano al bolsillo de la camisa y… fue cortada
en dos, limpiamente, a la altura del bolsillo de la camisa, salpicando todo el
sofá de sangre escarlata. El torso de Clara y el resto del cuerpo, sin vida de
forma súbita, se precipitaron al suelo en silencio.
En su
habitación, tumbados en la cama de matrimonio, Mónica y Miguel se devoraban a
besos. Eran jóvenes, se querían, y tenían todo el tiempo del mundo. Sin
embargo, al cabo de un buen rato de caricias y besos, la pasión les pedía
liberarse de sus ropas. Mónica se incorporó ligeramente, excitadísima, y se
desabrochó el sujetador de golpe, viendo sus senos la luz, y se liberó de las
bragas por completo. Al mismo tiempo, Miguel se bajó los calzoncillos,
descubriendo su erección. Fueron el uno hacia el otro… y se quedaron quietos,
paralizados.
Pausa. Rew.
En su
habitación, tumbados en la cama de matrimonio, Mónica y Miguel se devoraban a
besos. Eran jóvenes, se querían, y tenían todo el tiempo del mundo. Sin
embargo, al cabo de un buen rato de caricias y besos, la pasión les pedía liberarse
de sus ropas. Mónica se incorporó ligeramente, excitadísima, y… fue atravesada
a la altura del pecho y a la altura de la cintura, en dos tajos secos y
limpios, salpicando de sangre toda la cama. Al mismo tiempo, Miguel fue cortado
en dos a la altura del ombligo: la sangre brotó como de un surtidor.
El hecho de
caminar, aunque se le denomine “senderismo”, resulta igualmente aburrido. Así
que, al cabo de un breve paseo por el bosque, Pablo e Iván emprendieron el
regreso hacia la cabaña. Cuando ya distinguían la silueta de la cabaña,
recortándose en lontananza, a Iván se le antojó una imagen muy cinematográfica.
—¿No te
sientes, a veces, como si estuvieras en una película? —preguntó Iván.
—¿En una
peli? Tú alucinas, tío —bufó Pablo—. Vaya gilipollez más grande, joder. ¿Eres
un mamón o qué?
—Vale, vale,
no te pongas así. Era sólo una idea.
—Sólo una
idea, sólo una idea… —remedó Pablo, y de repente se quedó completamente quieto,
como petrificado. Todo se paralizó.
Pausa. Rew.
—¿No te
sientes, a veces, como si estuvieras en una película? —preguntó Iván.
—¿En una
peli? Tú alucinas, tío…
Y de pronto
el cuello de Pablo fue cortado de cuajo, segado limpiamente, y la sangre a
borbotones salpicó a Iván de lleno. La cabeza por un lado y el resto del cuerpo
de Pablo por otro cayeron a tierra blandamente.
—Dios mío
—musitó Iván sin comprender, perdido de sangre.
Su amigo
había sido decapitado en cuestión de un segundo. ¿Quién o qué lo había cortado?
Le había parecido vislumbrar un brillo metálico, un destello de algo enorme,
como unas tijeras gigantescas, pero todo había sucedido demasiado rápido.
Aterrado,
sintiendo la amenaza del bosque sobre sus hombros, Iván corrió hacia la cabaña
como alma que lleva el diablo. Abrió la puerta de golpe y nada más entrar se encontró
el cadáver de Clara en el salón, cortada en dos a la altura del pecho. La
sangre en el suelo creaba un curioso dibujo en abanico. Las piernas de Iván
flaquearon, se vino abajo, y le faltó un pelo para vomitar. Sobreponiéndose a
la terrible imagen, y temiéndose lo peor, abrió la puerta del cuarto de la
pareja, y se encontró en la cama los cuerpos sin vida y troceados de Miguel y
Mónica. Vestidos, eso sí. Con ropa interior al menos. Al parecer, no habían
llegado a culminar sus relaciones.
Iván observó
los cuerpos de hito en hito.
—Dios mío
—musitó—. ¿Qué coño ha pasado?
Y se quedó
congelado.
Pausa. Rew.
—Dios mío
—musitó de nuevo.
Y las
tijeras del censor lo cortaron por la mitad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario