Los
murciélagos tienen una visión algo reducida, o al menos eso sentía dentro del
disfraz de Bat Pat mientras recorría la Feria del Libro de Zaragoza bajo el
acoso de la chiquillería. Llevaba una bolsa con pegatinas, imanes, folletos y
separadores, a la par que iba sellando libros del personaje con el sello
estampado. Los chavales no cesaban de venir a por los regalos. Dejad que los
niños se acerquen a mí, pensaba complacido. Sin embargo, tras recorrer todo un
lado de la feria, tenía que pasar al otro lado, pero no veía bien los semáforos
a través de la boca de Bat Pat, ya que tenía que levantar mucho el cuello para
mirar a lo alto (a la altura de los niños veía en cambio muy bien). Y en el
paseo, entre un lado y otro de la feria circulaba el recién instalado tranvía,
que era sin duda todo un peligro para los peatones si no te andabas con sumo cuidado.
Ya me imaginaba los titulares de mañana: un animador disfrazado de murciélago
atropellado por el tranvía. Encima de que te mueres, se te ríen. Puse mi ala
encima del hombro de un conocido crítico de cómics, a la manera de un
invidente, y le dije: “Juan, ayúdame a cruzar”. Juan Royo me miró con cara de
terror pánico. “Que soy yo”, continué haciéndole una mueca, y al reconocer mi
voz se relajó y cruzó el semáforo conmigo. Tras despedirnos educadamente,
escuché que una abuela le decía a su nieta: “Mira qué conejo más bonito”. “Un
murciélago, señora”, le corregí. Ya lo que me faltaba: ir disfrazado de conejo.
Bueno, bueno, al tiempo… Que los caminos de la animación son infinitos.
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