domingo, 1 de marzo de 2009

TESTIMONIO


Me llamo Roberto Malo y soy escritor.
Sí, ya lo sé, es algo vergonzoso, lamentable, pero no lo puedo evitar, no puedo dejar de escribir; de ninguna manera. Soy consciente de que supone una total pérdida de tiempo, de que se trata de algo estúpido y sin sentido, pero no puedo dejarlo, no puedo, al menos todavía. Soy débil, muy débil, y vuelvo a mis papeles una y otra vez. Lo he intentado dejar, por supuesto, bien lo saben mis amigos y mi familia, pero siempre vuelvo a recaer sin remedio.
Casi nadie lo entiende, ni yo mismo lo entiendo. ¿Por qué escribo? Por necesidad, sencillamente. Necesito hacerlo. Porque sí. Hay quien fuma y bebe y se mete toda clase de drogas; yo escribo. Porque sí. “Algo”, que no sabría definir con palabras, me impulsa a escribir. ¿Qué es ese “algo”? El origen de mi enfermedad, seguramente. ¿Cómo llamarlo? ¿Musas acaso? No lo creo. Sería muy fácil culpar de mis desdichas a unas ninfas en pelotas que me despiertan en mitad de la noche y me hacen escribir al dictado sin descanso, despertando con ello a mi mujer y a mis vecinos al ritmo de mi traqueteante máquina de escribir. ¿Que por qué no me compro un ordenador? Eso sería otro tema, más peliagudo todavía que el que me ocupa ahora. No, simplemente, mi cabeza, mis manos, mi corazón –sí, tengo corazón, aunque haya gente que crea que por mi conducta no pueda tenerlo-, todo mi cuerpo, en fin, me impulsa a escribir. Sin que me lo pidan, sin que me encarguen proyectos o propuestas. Escribo porque sí. Y lo más estúpido: escribo... cuentos. Sí, cuentos, han oído bien, no se alboroten, por favor, no, no, no se vayan, ya sé que es muy triste, pero piensen que es mucho más triste para mí. Soy un cuentista, sí, eso es lo que soy. No lo he dicho antes por vergüenza, pero eso es lo que soy a mi pesar. Un cuentista, un vulgar cuentista.
He intentado ser otras cosas, desde luego. He intentando conseguir trabajos serios, respetables, absorbentes a ser posible, a fin de que no me dejaran tiempo para descansar, para pensar, para escribir. Pero aun así lo hacía, no lo dejaba, no lo abandonaba: seguía escribiendo sin cesar. Además, acababa perdiendo el trabajo, o por lo menos el interés en él, y entonces a la larga acababa perdiéndolo realmente.
Un desastre. Así ha sido mi vida. Un completo desastre por culpa de mi fatal afición y adicción a la escritura.
Sin embargo, confío en que a partir de ahora, con este valiente paso que he dado al ingresar en “escritores anónimos”, salga adelante, por fin, con una nueva vida, más digna por lo menos.

6 comentarios:

El crítico de Zaragoza dijo...

Yo lo dejé y nunca me lo he perdonado.

roberto dijo...

Tranquilo, Carlos, que no lo voy a dejar. Esta entrada es sólo una tontada, como ya indica la etiqueta.
Pero siempre puedes recaer, amigo, ya sabes. Te lo perdonaremos.

Miguel Ángel Yusta. dijo...

Rob eres genial. Y creces cada día como persona y como escritor, así que engánchate más...Un abrazo.

roberto dijo...

Tú sí que eres genial, Miguel Ángel. Me engancho lo que haga falta.

Anónimo dijo...

Se que como has dicho es una "tontada" lo que has escrito pero me siento identificada con no poder dejar de escribir.

Llevo algún tiempo haciendolo y la verdad, lo considero vital para mi, no con ello significa que sepa escribir, pero me sirve para desahogarme y dejar llevar los sentidos. Me gusta mucho como escribes Roberto, seguiré pululeando por aquí. No soy aragonesa pero camino por tierras mañas desde hace unos años.

Un saludo!

http://aljana.wordpress.com/

roberto dijo...

Un saludo, Aljana. ¡Nos leemos!