viernes, 4 de julio de 2025

"CUENTOS A DÚO" EN JARABA

Sábado 5 de Julio

19:30 horas

"CUENTOS A DÚO: LA PRINCESA Y EL DRAGÓN", CON ROBERTO MALO Y TOCHE MENAL

Jaraba

(Zaragoza)

¡Nos vemos!

jueves, 3 de julio de 2025

UNA HISTORIA DEL OESTE

         

La luna se recortaba contra el tejado del saloon de Bennie. Dentro, el juego y la calma habituales; el pianista Tom recibía un balazo por tocar algo que no debía, el camarero se enzarzaba a golpes con un borracho que intentaba destrozar la barra y Miller era acribillado al caérsele un as de la manga mientras jugaba al póquer con los amigos. Las sillas volaban por el aire y la ruleta salía despedida por una ventana.

En medio de esta atmósfera de paz, una pareja de enamorados hacían manitas en una mesita redonda. Él era Jim, ex atracador de bancos casado con una guapa millonaria. Ella era Rosa, la bailarina más bella de todo el estado de Texas (y la más pendón, todo hay que decirlo); sus ojos verdes estaban unidos perpetuamente a los de él mediante unos hilos invisibles.

—¿Me quieres? —le preguntó con expresión de niña buena.

—Ya sabes que sí.

—¿Y cuándo vas a dejar a tu mujer?

—Pronto, muy pronto.

—Llevas diciéndome eso dos meses.

—Ahora va en serio —aseguró Jim, justo cuando caía una oreja ensangrentada en la mesa.

—No sé cómo te pudiste casar con ella —pensó Rosa en voz alta, retirando la oreja con dulzura.

—Me casé por dinero —reconoció Jim—. Pensé que era mejor casarme con una mujer rica, que estaba como un tren, que seguir atracando trenes.

—¿Y resultó?

—Supongo que no. Tras dos años de casados todavía no sé dónde guarda el dinero. Me lo oculta por mi pasado.

—¿Y virtudes? Porque imagino que tendrá —sonrió la mujer—. ¿Qué virtudes tiene?

—Bueno... —Jim tardó en responder, ya que se encontraba esquivando balas que pasaban rozando su cabeza—, creo que no sería capaz de hacer lo que yo le hago. No me podría ser infiel. Sólo me quiere a mí, a su manera.

—¿Quieres decir que nunca te ha engañado con otro?

—Que yo sepa no. Y si me engañara supongo que me lo diría.

—Vaya mujer más rara.

—Sí...

De pronto el ayudante del sheriff cayó pesadamente en la mesita, partiéndola en dos.

—Bueno, creo que debo irme —dijo Jim con la mirada fija en el suelo.

—¡Tan pronto!

—Lo siento.

—No te vayas, Jim. ¡Te quiero! —gritó ella desesperadamente, simulando que se desmayaría si él se iba.

—Me voy —sentenció él secamente—. Tengo algo importante que hacer.

La abrazó, le dio una palmadita en el trasero y se encaminó hacia la puerta con decisión. Pasó resueltamente entre dos cadáveres; un puñal rozó su pierna izquierda y una botella voló cerca de su cabeza. La puerta estaba repleta de borrachos. Jim prefirió salir al exterior por un gran boquete que había en la pared.

Ya en la calle buscó con la vista su caballo, sin verlo por ningún lado. “Me lo han robado”, pensó al momento. Pero recordó que lo había dejado en la herrería. “¡Mierda! Con los tiempos que corren y tendré que ir a casa andando”.

La noche era muy oscura, por lo que Jim pisó sin querer varios cadáveres de vaqueros. No le importó; estaba acostumbrado. El viento arremolinaba el polvo y Jim andaba a ciegas. De repente, pisó una mierda de caballo. Como siempre, profirió toda una serie de barbaridades; no se acostumbraría nunca.

Empujado por las fantasmagóricas formas del viento del oeste, llegó a su mansión. Las luces estaban encendidas. Miró su reloj de bolsillo. Era la hora acordada: las dos de la mañana.

Entró sin hacer ruido alguno. Se descalzó y con las botas en las manos subió las escaleras. Los escalones estaban tímidamente iluminados por las luces del dormitorio. Se oían risas.

—Cariño, ya estoy en casa —advirtió Jim cuando terminaba de subir los escalones.

Se oyeron voces.

Jim apoyó la mano derecha en el pomo de la puerta y empujó débilmente.

—Cariño, ¿qué haces con las luces encen...?

Jim no siguió hablando.

Su mujer estaba en la cama con un hombre.

—¡No es lo que tú te piensas! —gritó la mujer.

—Pero, Martha...

—Ha entrado por una ventana y me ha violado apuntándome con la pistola —sollozó Martha. Era una gran actriz.

—¡Canalla! —exclamó Jim, sin atreverse a empuñar su revólver, ya que el desconocido le apuntaba con un colt.

—Yo que tú me quitaría con la mano izquierda y muy lentamente la cartuchera y la depositaría en esa mesa —dijo Sam, que así se llamaba el desconocido.

—Soy zurdo —dijo Jim.

—Bueno, pues con la derecha.

“Ha picado, ha picado”, pensó Jim.

Sin embargo, a pesar de este truco, Jim obedeció las órdenes.

—Tu mujercita no me ha dicho dónde guardáis el dinero. Espero que tú me lo digas —dijo Sam, saliendo de la cama.

—No tenemos dinero —mintió Jim.

—Vamos, vamos —sonrió Sam—. Esta casa es grande. ¿Dónde lo guardáis?

—Te diré la verdad: no lo sé.

—¿Cómo?

—Sólo lo sabe mi mujer.

—¿Es eso cierto? —interrogó Sam a Martha.

—Bueno, ahora mismo te lo doy —dijo ella, y se secó la última lágrima.

Corrió la mesilla de noche. Detrás había un pequeño agujero cuadrado. Pegó una ventosa en el cuadrado y tiró de él. Dentro estaba todo el dinero, en oro y billetes.

—Ahí está todo. Tómelo usted mismo —dijo Martha, apartándose de la pared.

—Ese baño de ahí, ¿cierra con llave? —preguntó Sam.

—Sí —respondió Martha, algo desconcertada.

—Que se meta ahí tu marido. No quiero que se me lance encima cuando saque el dinero.

—Está bien, está bien —asintió Jim.

Entró en el baño y Sam cerró la puerta.

Sam guiñó un ojo a Martha.

—Se lo ha tragado todo —dijo suavemente.

—Sí, es como un niño —susurró Martha, aguantándose para no soltar una carcajada—. Ha sido una buena idea el hacerle creer que venías a robar.

—Oye, ¿y qué hago ahora con el dinero?

—No levantes tanto la voz, que te va a oír —murmuró ella.

—Perdona —dijo Sam, casi inaudiblemente.

De pronto, la puerta del baño se abrió de golpe y Jim salió empuñando un revólver.

—¡Muere! —gritó.

—¡No! —chilló Martha.

Jim disparó.

La bala atravesó la cabeza de Martha.

La mujer cayó encima de la cama, se escurrió entre las sábanas y acabó tendida en el suelo. La sangre indicaba el recorrido descendente del cuerpo. Sus ojos atónitos aún miraban a Jim y parecían decir: “¿Por qué, Jim? ¿Por qué?”.

Jim la miró. Era una mujer bella, muy bella. Los hilos invisibles que unían sus ojos se quebraron.

Jim miró a Sam.

—¿Sabes, Sam? Había pensado muchas veces que quería y podía hacer esto. Sin embargo, cuando le apunté, dudé en matarla.

—Te creo. Era una gran mujer. Pero ahora el dinero es nuestro.

—Sí, qué demonios.

Sam empezó a sacar los billetes. Jim observaba a su mujer, sentado en la cama. Parecía como si sus labios se fueran a mover.

—Oye, ¿qué tal te ha ido con mi mujer? —preguntó Jim.

—Muy bien. Es una tigresa en la cama.

—No me refiero a eso... Quiero decir si te costó mucho seducirla.

—Oh..., sí, sí, mucho. Me confesó que era la primera vez que te era infiel. Y creo que tenía remordimientos. Hoy no me quería dejar entrar. Tuve que entrar casi a la fuerza, si no el plan se hubiera ido al carajo.

—Vaya, vaya —murmuró Jim.

Daba la impresión de que los labios de Martha se fueran a mover de un momento a otro.

Jim le pisó la boca.

—Oye, Jim...

—¿Sí, Sam?

¿No crees que es curioso que hayas tenido que pedir a un amigo el conseguir ponerte los cuernos?

—Sí, es curioso.

—Claro que Rosa es una belleza.

—Sí que lo es.

—Si tienes problemas parecidos con ella, no dudes en llamarme.

—No creo que sea necesario —dijo Jim riéndose.

—Yo tampoco. Era una broma —dijo Sam, contando el dinero.

Jim se tumbó en la cama, complacido. La casa era grande, la habitación era grande, y era todo para él. Observó todo lo que le rodeaba. A su izquierda, la mesilla de noche, Sam contando el dinero y el balcón. Enfrente, dos cuadros y una silla. A su derecha, el cadáver de la mujer, la puerta del baño y un armario. En el techo, una gran lámpara iluminando la habitación.

—¿Sabes, Jim? Hay más de lo que imaginábamos.

—¿Cuánto?

—Mucho, muchísimo.

—Me alegro. Hubiera sido un desastre que no hubiera tenido nada.

—¿Mitad y mitad? —preguntó Sam.

—Claro, como quedamos, mitad y mitad.

Sam sonrió por el brillo del oro.

—Aunque lo he pensado mejor —dijo Jim, pegando el revólver al cráneo de Sam—; me lo voy a quedar todo.

—¡Pero, Jim! ¡Somos socios!

—Sí, pero era mi mujer.

—¡No me puedes traicionar ahora! —exclamó Sam, aterrado.

—Sí que puedo.

—¡No puedes!

—Lo siento, Sam.

Jim disparó.

La cabeza de Sam explotó como un globo tocado por un mortífero alfiler. Cayó de la cama y la sangre circuló por el suelo como un torrente.

La habitación empezaba a oler demasiado a muerte.

“Sorprendí a mi mujer con otro hombre. Me vencieron los celos y los maté”, pensaba Jim sentado en la cama, “Sí, el sheriff lo comprenderá”.

Se incorporó y avanzó hacia el armario. Abrió la puerta de éste.

—¡Queda usted detenido en nombre de la ley! —dijo alguien dentro.

—Pero... ¡sheriff!

Los ojos de Jim no daban crédito a lo que veían.

—¿Qué hace en calzoncillos aquí dentro? —preguntó.

—Sería difícil de explicar —dijo el sheriff Dawson irónicamente—. Pero lo he escuchado todo. ¡Entréguese o lo mato!

Jim se echó a reír.

—Le parece gracioso... —empezó a decir Dawson.

—Sí, me parece gracioso que me diga que me va a matar. ¿Con qué? ¿Con ese zapato de mi difunta mujer?

Dawson se miró la mano derecha. Era verdad, estaba empuñando un zapato de mujer.

—Joder, estaba tan oscuro... —repuso el sheriff con voz temblorosa.

—Adiós, sheriff —dijo Jim acariciando el gatillo de su colt.

Y vació el cargador en el estómago del desdichado.

El sheriff Dawson había sido uno de los más rápidos disparando de la región, pero poco pudo hacer con el zapato. Cayó de rodillas al suelo, profiriendo juramentos.

—No se preocupe, Dawson —dijo Jim—. Si es necesario, yo mismo me encargaré de la ley aquí. Siempre me agradó la idea de llevar una estrella.

—Métete la mía por el culo —dijo Dawson, aún con vida.

Jim le escupió a la cara.

En ese momento la puerta del balcón se abrió de golpe.

—¡Arriba las manos! ¡Estás detenido! —gritó un capitán federal empuñando un revólver. Éste entraba con unos cuantos soldados, todos ellos en ropa interior.

—¡El séptimo de caballería! —exclamó Jim, viendo que las sorpresas no habían terminado.

—¿Por qué siempre llegan tarde? —preguntó Dawson, viendo que su propia sangre lo ahogaba.

—Lo sentimos, sheriff. No hemos podido entrar antes.

—¡Váyanse al infierno! —añadió Dawson.

Jim levantó las manos. Los soldados lo apresaron. Uno de ellos le dio una palmadita en la espalda y le dijo:

—Es una pena lo de su mujer. Era maravillosa.

—Sí, es verdad —asintió otro—. Menudas fiestas montaba... Podía con todos nosotros. Claro, su marido la dejaba insatisfecha...

Jim le propinó una patada al soldado y empezó a dar puñetazos al aire. Esto sólo le sirvió para recibir un golpe en la cabeza con la culata de un fusil y caer sin sentido al suelo.

—¡Cogedlo entre dos! —dijo el capitán Chambers—. ¡Nos vamos!

—¡No os olvidéis de mí! —repuso Dawson—. ¡Quiero ver cómo lo colgáis!

—Tranquilo, sheriff, lo verá colgado —serenizó el capitán Chambers.

—Ya lo dudo, ya —pensó Dawson, sintiendo cómo le ardía el estómago y pensando en el plomo que tenía alojado dentro.

Al poco, los soldados sacaron los cuatro cuerpos. Cerraron la puerta y bajaron las escaleras.

La habitación recuperaba la calma.

Algo se movió debajo de la cama. Se levantaron las sábanas ensangrentadas y salieron tres indios.

—Menuda “pájara blanca” —dijo uno de ellos.

—Sí, casi nos lleva a la tumba —dijo otro—. Nos llegan a descubrir los “cuchillos largos” y nos meten en la reserva.

Abrieron la puerta y miraron con precaución. Sigilosamente, salieron.

El silencio invadió la habitación.

 


"Una historia del Oeste" es uno de los veinte relatos incluidos en "Sin pies ni cabeza" (El Eco de los Libres, 2025), libro escrito por Roberto Malo e ilustrado primorosamente por Miquel Zueras. 

Puedes adquirir el libro en el siguiente enlace: 


miércoles, 2 de julio de 2025

CUENTACUENTOS DE ROBERTO MALO EN VILLAFRANCA DE EBRO

Miércoles 2 de Julio

18:00 horas

CUENTACUENTOS DE ROBERTO MALO

Piscinas Municipales

Villafranca de Ebro

(Zaragoza)


¡Nos vemos!

martes, 1 de julio de 2025

"ANGUSTIA", RELATO EN YOUTUBE

"Angustia", relato de Roberto Malo, incluido en "Sin pies ni cabeza" (El Eco de los Libres, 2025), leído por Miquel Zueras en la presentación del libro en Barcelona, en la librería La Memòria. 

https://www.youtube.com/watch?v=EVBYSGJdvIw

"Angustia" es uno de los veinte relatos incluidos en "Sin pies ni cabeza" (El Eco de los Libres, 2025), libro escrito por Roberto Malo e ilustrado primorosamente por Miquel Zueras. 

Puedes adquirir el libro en el siguiente enlace: