Me encanta al
despertar escribir los sueños que he tenido por la noche, muchas veces
maravillado, algunas otras aliviado al descubrir que la pesadilla no era real.
Me gusta anotarlos para recordarlos. Los sueños se olvidan como los chistes,
con mucha facilidad. Es curioso, tengo muchos sueños en los que olvido algo. Es
un tema muy recurrente. Voy a contar cuentos y me olvido los títeres. Voy a
firmar libros y me olvido los rotuladores. Voy a dar una charla y me olvido los
papeles. Qué mal se pasa. El otro día tuve un sueño que me hizo mucha gracia.
Me llamaba un periodista algo molesto porque no había aparecido en un acto
literario y me echaba la bronca por dejarlo colgado. ¿Se me había olvidado? “Mi
agenda es un caos”, balbuceaba intentando disculparme, “No sé cómo se me pudo
pasar”. Lo cierto es que ni me acordaba del evento; al parecer era un encuentro
literario junto a la escritora Patricia Gayán. (Estaba claro que era un sueño;
en el mundo real no me olvidaría de algo así, que uno es muy fan de la Gayán).
Pues bien, al día siguiente hojeaba la prensa y leía la noticia que cubría el
evento, con una entrevista a los autores que estaban citados. El periodista
hacía una pregunta. La Gayán respondía. Debajo aparecía mi nombre y dos puntos.
Y ponía: “No responde nada. No se presentó”. Otro párrafo con otra pregunta. La
respuesta de la escritora. Mi nombre después y dos puntos: “Nada. Nos dio
plantón”. Otra pregunta. La respuesta de Patricia. Mi nombre a continuación:
“Ni palabra. Sigue sin llegar”. Leía la entrevista entre perplejo y
abochornado; era bastante extensa, por cierto. “Qué cabrón”, pensaba, “El
reportero me está dejando fatal”. Esos huecos blancos en la entrevista donde
tendrían que ir mis respuestas destellaban como puñaladas. Al despertar, no
podía dejar de sonreír mientras transcribía esta singular venganza onírica.
"Apuntando sueños", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 16 de marzo.
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