Me
gusta contar cuentos con máscaras. A través de la máscara, cada personaje tiene
su propia voz, su personalidad diferenciada. Es un gustazo jugar a interpretar diversos
roles dentro de una historia. Muchos actores reconocen dedicarse a la
interpretación para vivir otras vidas. Y muchos escritores pergeñan historias
para lo mismo, para de alguna manera tener otras existencias. ¿Y dónde queda la
auténtica personalidad, oculta entre tantas máscaras? ¿Se puede llegar a
cambiar esa identidad original por los vaivenes del azar? Estas cuestiones,
entre otras, quedan reflejadas en la película Hit Man. Un asesino por casualidad, dirigida por el cineasta
Richard Linklater, que regresa a la cartelera con una obra difícil de
catalogar. Inspirada ligeramente en una increíble historia real, la película va
mutando como su protagonista (un simpático Glen Powell, quien ha escrito el
argumento junto a Linklater), que encarna a Gary Johnson, un profesor
universitario de filosofía que se saca un sobresueldo trabajando de infiltrado
para la policía. Esta es la parte verídica de la cinta: se hace pasar por
asesino a sueldo y, llevando un micro encima, cuando sus potenciales clientes
contratan sus servicios, son detenidos. Lo más gracioso es que se disfraza cual
Mortadelo en cada trabajo para adoptar diferentes personalidades según los
antecedentes del cliente en cuestión. Sin embargo, todo se alterará cuando una
atractiva clienta (Adria Arjona) quiera matar a su marido maltratador y el
falso asesino decida quitárselo de la cabeza para así no detenerla. La cinta
abraza la comedia de enredo, el film noir,
la comedia romántica, el thriller existencial
y una reflexión lúdica sobre la identidad. Con aires del cine de Woody Allen y el
de los Coen, está llena de sorpresas, giros y paradojas. Una obra
desaforadamente divertida. Quédate con la máscara que mejor te siente, se
podría pensar.
"Las máscaras del actor", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 15 de junio.
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