Oficialmente,
ya estamos en verano, y se nota. Mis chiquillos acaban de finalizar el curso, y con buenas
notas. Y aunque uno sea un despistado, no sepa en qué día vive ni mire nunca el
calendario, el tiempo no engaña: es verano con todas sus letras. Un sol de
justicia corona el cielo y se pueden freír huevos fritos en el suelo. Y por si
eso fuera poco, las señales estivales llegan por todas partes. Ya están los
memes de Julio Iglesias brotando como setas (y lo sabes), y eso que todavía no
es julio. Llega el buen cine de verano, con Pixar arrasando en la cartelera,
poniéndonos a todos a sus pies y del revés. Me encuentro una vez más con fiebre
de Eurocopa (el fútbol en verano me motiva más que durante el curso,
curiosamente) y en breve, en un mes y pico, para aquellos que nos pierden los
Juegos Olímpicos, siempre nos quedará París. La piscina me llama a cualquier
hora con sus cantos de sirenas, y uno es débil y sumiso y me encanta el agua y
hacer largos (no demasiado largos, realmente, pero bueno, largos al fin y al
cabo) a braza y a crol de lado a lado. La natación mola un montón, y el
tumbarse a continuación a leer al sol es el mejor premio, que toca leer todos
los libros que han caído en las ferias recientes. Los grillos y los saltamontes
saltan a todas horas, recordándonos que el estío ya está aquí otra vez, y los
mosquitos (vampiros del verano) vuelven dispuestos a chuparnos la sangre. Con
la llegada de la época estival podríamos decir que ya me encuentro de nuevo, de
alguna manera, en horario de verano. Ya he mudado los vaqueros por bermudas. He
cambiado las rutas con escolares por los cuentacuentos en plazas, ludotecas y
piscinas. Y mi despertador ha modificado su horario habitual; entra estos días en
horario de verano, más flexible y loco. Tengamos vacaciones o no, el estío
llama a la puerta. Feliz verano a todos.
"Horario de verano", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 22 de junio.
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