Al traspasar la pesada puerta y la cortina negra del sex-shop, Vicky se
dio cuenta de que no había sido una buena idea el ir sola a un sitio como aquél.
El siniestro dependiente que regentaba el mostrador exento de clientes la
atravesó con la mirada y sintió que todos los objetos de la tienda en penumbra
se volvían hacia ella con cierto arrobamiento.
Vicky se ruborizó ligeramente y trató de no mirar la jungla de
descomunales vergas, vibradores multiformes, revistas y películas
pornográficas, vaginas artificiales y muñecas hinchables que había por todas
partes. Infundándose ánimos (pero con pies de plomo) se acercó al propietario
del sex-shop y le dijo en voz baja, apenas un susurro:
-¿Me da una caja de preservativos de colores?
El lóbrego dependiente, alto y de unos cuarenta años, dejó escapar una
risita muy poco profesional.
-¿De qué colores? –escupió mientras calibraba a la chica de arriba
abajo.
-Bueno..., da igual –acertó a decir, sintiéndose acosada visualmente-.
Son para mi novio... –aclaró dando un paso atrás mientras se rascaba una media
con cierto nerviosismo y se maldecía por haber decidido comprar un regalo
sorpresa a su novio.
-De acuerdo –accedió el dependiente, tras dejar pasar unos segundos.
Los ojos del dependiente brillaban como los de un dragón hambriento.
Hizo como si buscara lo pedido entre el mostrador, sonrió tétricamente y pulsó
un botón rojo.
Bajo los pies de Vicky el suelo se abrió de golpe, y la chica cayó sin
remedio al vacío.
Cuando Vicky despertó, un buen rato después, se dio cuenta al momento
de que estaba completamente desnuda: el frío la despertó. Estaba tumbada boca
arriba sobre un suelo arenoso y sentía algo entumecidas las nalgas y las
costillas. A duras penas se incorporó y advirtió que se hallaba en el centro de
una pequeña sala circular, que extrañamente se le antojó como una reducida
plaza de toros, ya que el suelo también era de arena. Las paredes que la rodeaban
eran negras y en su parte superior había un pequeño y oscuro cristal por el que
le pareció ver la silueta de un rostro humano. Un rostro humano en cada
cristal, en cada pared del octaedro en el que se hallaba. Se tapó
instintivamente su cuerpo con las manos y el odio y el aturdimiento la
invadieron. Estaba siendo observada por hombres anónimos. Estaban viéndola
desnuda en el maldito sex-shop. ¡La habían secuestrado, desnudado y mostrado
como un número erótico más! ¡Pues se iban a enterar! Cuando se encaminaba
decidida y con furia hacia una pared, advirtió que uno de los lados del
octaedro se abría de súbito como una puerta corredera, revelando una negrura
sin nombre. Vicky titubeó y se acercó a la puerta, pero de pronto se detuvo
aterrada. La cabeza de un león, a la que le seguía todo el cuerpo, apareció por
la puerta. Vicky palideció y dio un paso atrás, sintiéndose como una cristiana
en los tiempos de Cristo; cuando vio que el fiero animal se lanzaba sobre ella,
cayó desmayada.
Cuando Vicky se volvió a despertar, sintió que era violada
enérgicamente por algún desalmado. Abrió poco a poco los ojos y advirtió
horrorizada que era el propio león, el león que se había lanzado sobre ella,
quien la estaba penetrando de forma salvaje; sus garras la aferraban con fuerza
y su cuerpo se volcaba violentamente sobre ella; y no era un hombre con piel de
león: era un león auténtico. Advirtió también que el león sonreía
ostensiblemente –una mueca de satisfacción coronaba su untuosa boca colmada de
dientes y colmillos-, y Vicky pensó, con absurda ironía dada la situación, que
tal vez en verdad el león no fuera tan fiero como lo pintaban, o que quizás los
leones disfrutaban más copulando que comiendo a sus víctimas.
Pero Vicky se equivocaba por completo, de cabo a rabo, pues de pronto
la sonrisa del león se cerró sobre su cuello.
Los hombres anónimos, en su mayoría tras haber eyaculado de gusto ante
semejante visión, se fueron apartando poco a poco de los cristales de las
cabinas y se encontraron unos con otros en el exterior del sótano del sex-shop.
-Esto sí que es un buen espectáculo, un buen circo, y no los que
veíamos siendo niños –comentaron entre ellos.
4 comentarios:
Ahora entiendo lo del león de la Metro...
Es un lindo gatito...
El Imperio romano montando un peep-show tenían que ser algo parecido. Pobre Vicky, cómo le salió la compra!!!!
Una víctima del consumismo, Marcos...
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