La mañana le sonreía a
Luis. Había un agradable sol del verano y veía feliz cómo unas palomas blancas
revoloteaban a su alrededor. En su trabajo iba muy bien, era uno de los
mejores, y su mujer estaba embarazada por segunda vez.
La calle que recorría
estaba iluminada por rayos dorados y muy concurrida por toda clase de gente.
Todo esto cambió radicalmente al penetrar en un callejón angosto y sombrío. Tal
vez, también cambiaba su suerte.
De detrás de un cubo de
basura salió otra basura; un muchacho desarreglado pero no desarmado. Con una
navaja en su mano derecha se lanzó sobre Luis; le aferró de un brazo y le
acercó la navaja hasta la garganta.
-¡Venga, da-dame la
pasta! ¡Todo el di-di-dinero que lleves! –dijo tartamudeando el residuo humano.
-No, si no llevo nada...
–articuló Luis.
-¡Venga, ca-cabrón, no me
tontees! ¡Da-dame todo o te mato!
-Pero si te he dicho que
no...
-¡Calla! ¡Mi-mira esto,
hijo de puta! –indicó el ladrón, y mostró su carnet de identidad-. Aquí
po-pone: “Delincuente aficionado”, y también tengo la fi-fi-ficha de
drogadicto, o sea que imagínatelo. No dudaré ni un se-segundo en rebanarte el
cuello. ¡Soy un tipo muy pe-pe-peligroso y conmigo no se juega!
-Ya veo, ya...
-¡Venga, la ca-cartera!
–exigió el joven.
Le echó la mano al
pantalón y le quitó la cartera; al hacerlo, leyó la funda despreocupadamente.
Al instante, la dejó caer al suelo y apartó la navaja.
-Pe-pe-perdona, yo no
sabía...
Luis le apuntaba con una
pistola.
-Ya sa-sabes, un error lo
tiene cu-cu-cualquiera...
-Me das pena, muchacho
–dijo Luis. Frunció el ceño y acarició el gatillo.
-¡No me ma-mates!
Solamente quería un po-poco de dinero –dijo el ladrón, y arrojó la navaja al
suelo-. Compréndeme...
-Te comprendo. Y es más,
te voy a dar todo el dinero que llevo.
El delincuente lo miró
con desconfianza.
-Y todo lo que llevo
encima es esta moneda de cien créditos –continuó Luis, mostrándosela-. ¡Y
te la vas a tragar!
-Oye, por aquí pa-pasará
alguien... y si me disparas te me-meterás en un buen lío –advirtió el muchacho
ingenuamente.
-Defensa propia –sonrió
Luis-. Me has atacado. Ya puedes abrir la boquita si quieres conservar tu
mierda de vida.
El rostro del ladrón se
tornó sudoroso.
-No di-dirás en serio lo
de...
-¡Abre la boca! –exclamó
Luis, y pegó la pistola al estómago del desdichado.
El ladrón abrió
tímidamente la boca; Luis le metió la moneda con fuerza.
-¡Como la escupas te
mato! –sentenció al ver que la intentaba expulsar con rabia, tapándole la boca
al momento con una mano.
El ladrón se agitaba como
un perro, presa del horror. De pronto Luis le propinó un rodillazo en el bajo
vientre, y el golpe provocó que se tragara la moneda. Aterrado, sin poder
hablar, el ladrón se señaló el cuello con una mano.
-Vaya, te la has tragado.
Nunca pensé que lo conseguirías –dijo Luis irónicamente-. ¿Qué te pasa? ¿No
puedes respirar?
El ladrón cayó de
rodillas, retorciéndose.
-Pobre chico, te la
tendré que sacar. Qué coño, cien créditos son cien créditos.
El muchacho intentó toser
y expulsarla sin conseguirlo. Luis tomó la navaja del suelo y guardó la
pistola.
-Resiste, chico. Te la
voy a sacar –dijo acercando la navaja al cuello del drogadicto.
Los ojos de éste
reflejaban un horror incontenible. Intentó decir algo, pero no pudo...
Luis le clavó la navaja
en la garganta. El desgraciado profirió un grito ahogado. La sangre brotó como
de un surtidor.
-Bueno, a ver si te la
encuentro –dijo Luis tranquilamente.
Partió la nuez en dos.
Después rasgó hacia arriba hasta dar con el mentón.
-Por aquí no se ve
–observó-. Tanta sangre me impide ver nada.
Rajó la faringe con el
temple de un cirujano. La moneda estaba alojada ahí. La extrajo con mucho
cuidado. Limpió metódicamente la sangre de la moneda y a continuación la guardó
en su bolsillo. Después se agachó y tomó del suelo su cartera. En la funda
ponía: “Luis Gómez. Asesino profesional”.
6 comentarios:
Si es que el intrusismo es uno de los mayores cánceres de nuestro tiempo...
Con qué esmero operó Luis al ladronzuelo. Ni el doctor Einstein de "Arsénico por compasión" hubeira sido más sádico. Un abrazo.
Di que sí, Alfredo, que hay mucho aficionado por ahí...
Pues a este relatillo le tengo cariño, Marcos, porque fue el "cuento germen" que me impulsaría a escribir después "Asesinato en el club nudista", una novela corta en la que Luis Gómez podría desarrollar su trabajo en condiciones, ya que era un personaje que pedía a gritos una aventura más larga para lucirse bien.
Eres muy bueno, Roberto. Y el Club Nudista me encantó. ¿No habrá más historias de un asesino tan cabrón y pro?
Gracias, Joe. Tú sí que eres bueno...
Pero me temo que Luis Gómez no tendrá en principio más aventuras. Ahora mi cabeza está con otras historias...
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