(relato de Roberto Malo)
Pablo (diecinueve años y un coche esperándole para cuando tenga el carnet) se está examinando del carnet de conducir. A su lado está Ricardo (treinta y cinco años y bastante calvo), el profesor de la auto-escuela. Detrás está Joaquín (cuarenta y dos años y muy mala uva), el examinador. Un semáforo se pone en rojo y Pablo frena suavemente, con calma. Va tranquilo, muy seguro, sabiendo que el carnet está prácticamente ya en su mano. Se enciende el disco verde del semáforo y Pablo sigue en marcha, entrando en una calle más angosta y tranquila. De pronto, de una bocacalle sale un coche a toda velocidad, a toda mecha. Va perseguido por la policía y va en dirección prohibida. Va directo hacia el coche de la auto-escuela.
-¡Cuidado! –grita alguien detrás de Pablo.
Alertado, Pablo frena al instante bruscamente, y el coche pasa por delante a toda pastilla, rozando los guardabarros; no los destroza por un pelo de mosquito. Después el coche de la policía pasa fugaz, siguiendo su estela.
-¡Joder! –resopla Ricardo-. Casi nos aplasta.
-Sí... –asiente Joaquín, pálido.
-No nos ha dado de milagro. Menos mal que me has avisado –le dice Pablo al examinador, volviéndose hacia él.
-¿Qué? –dice éste-. Yo no he dicho nada.
-¿No? La voz provenía de atrás... –dice Pablo, algo extrañado.
-Pues yo no he sido. No he visto el coche hasta que has frenado.
-¿No? ¿Seguro?
El examinador se abre de brazos.
-¿Quién me ha alertado entonces? –se inquieta Pablo-. ¿Quién me ha avisado?
-Venga, venga, que está verde –zanja el examinador sin darle importancia.
Al mismo tiempo, en un lugar del cielo, el Arcángel San Gabriel abronca a un aspirante a Ángel de la Guarda.
-¡No puedes hacer eso! –le grita con voz insoslayable-. ¿A quién se le ocurre? ¿Cómo puedes gritar a un humano? ¡No les puedes hablar! ¿Es que no lo entiendes?
-Pero si le he salvado de... –acierta a decir el abrumado aspirante.
-¡Nada de peros! –brama el Arcángel San Gabriel-. ¡Estás suspendido!
-¡Cuidado! –grita alguien detrás de Pablo.
Alertado, Pablo frena al instante bruscamente, y el coche pasa por delante a toda pastilla, rozando los guardabarros; no los destroza por un pelo de mosquito. Después el coche de la policía pasa fugaz, siguiendo su estela.
-¡Joder! –resopla Ricardo-. Casi nos aplasta.
-Sí... –asiente Joaquín, pálido.
-No nos ha dado de milagro. Menos mal que me has avisado –le dice Pablo al examinador, volviéndose hacia él.
-¿Qué? –dice éste-. Yo no he dicho nada.
-¿No? La voz provenía de atrás... –dice Pablo, algo extrañado.
-Pues yo no he sido. No he visto el coche hasta que has frenado.
-¿No? ¿Seguro?
El examinador se abre de brazos.
-¿Quién me ha alertado entonces? –se inquieta Pablo-. ¿Quién me ha avisado?
-Venga, venga, que está verde –zanja el examinador sin darle importancia.
Al mismo tiempo, en un lugar del cielo, el Arcángel San Gabriel abronca a un aspirante a Ángel de la Guarda.
-¡No puedes hacer eso! –le grita con voz insoslayable-. ¿A quién se le ocurre? ¿Cómo puedes gritar a un humano? ¡No les puedes hablar! ¿Es que no lo entiendes?
-Pero si le he salvado de... –acierta a decir el abrumado aspirante.
-¡Nada de peros! –brama el Arcángel San Gabriel-. ¡Estás suspendido!
2 comentarios:
¡Vaya! El aspirante a Ángel de la Guarda tendrá que renovar papeles si quiere volver a presentarse. Y eso cuesta un riñón. Saludos.
Un saludo, Manchas, siempre es un placer.
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