No sé si se debe al
espíritu navideño que nos invade, pero estos días me siento más sensible de lo
habitual. Veo el tráiler de la nueva película de Superman y me emociono sobremanera
con el perro que aparece en la nieve; y eso que yo soy más de gatos, pero es que
Krypto es un amor. Veo la apoteósica performance de Amaia en La Revuelta y las lágrimas se deslizan
por mis mejillas con la misma naturalidad con la que la cantante ejecuta sus medidos
pasos. Soy un blandengue, de acuerdo, me conmueve hasta el anuncio de Iberia. No tengo remedio. Que no me
manden más vídeos, por favor, que no doy abasto con los pañuelos. Solamente
faltaría que se pusiera a nevar a lo grande para que la belleza del manto
blanco invernal me estremeciera. Ay, la nieve. Cómo la echo de menos. Los que
somos de Zaragoza anhelamos dos cosas: el mar y la nieve. El mar nos cae lejos
y la nieve nos cae pocas veces. El otro día soñé que iba a una estación de
esquí. Como estoy muy sensible, supongo que echaba de menos el deslizarme por
la nieve. Solo he esquiado una vez, cuando iba al colegio, hace una barbaridad
de años. Fuimos los compañeros una semana a la estación de Cerler y lo pasamos
bomba. Cuando otras veces he ido a la nieve, me he tirado en trineo, pero no he
vuelto a esquiar. Pues bien, dentro del sueño tenía la oportunidad de volver a
hacerlo, como quien vuelve a la infancia. Sin embargo, al dejarme los esquís, un
negro pensamiento cruzaba mi mente: Ahora tenía mucho trabajo, tenía un montón
de cuentacuentos, ¿y si sufría un accidente en las pistas y me rompía un brazo
o una pierna? No, no, los autónomos no nos la podemos jugar. Y tras este
razonamiento tan poco aventurero me retiraba al bar a echar unas cervezas, bien
calentito. Al despertar y recordar que ni en la inmunidad de los sueños había
esquiado casi me echo a llorar de pura frustración. Estoy muy sensible, ya digo.
Felices fiestas y felices sueños.
"Sensibilidad navideña", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy jueves 26 de diciembre.
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