Estaba
en la parada del tranvía cuando advertí que la joven que tenía al lado sacaba
el móvil, estiraba el brazo y decía: “Aquí, pillando el tranvía”, y se grabó
unos segundos mientras se acercaba el vehículo. ¿Qué necesidad tiene de contar
que está entrando en el tranvía?, se me ocurrió pensar. ¿Es una turista? ¿Es
una famosa influencer y yo, que soy lo peor, no la he reconocido? La gente
tiene una necesidad enfermiza de grabarlo todo. Se ponen a grabar el café que
se van a tomar, el plato que se van a comer. ¿A alguien de verdad le puede
interesar eso? Y lo de los conciertos es de traca. Todo el mundo sacando sus
móviles y grabando las canciones sin contemplaciones. Menos mal que soy alto y
tengo el cuello largo, así que estiro el cuello y vislumbro el escenario por
encima del mar de móviles que se ponen a registrar el momento. ¿Luego qué hacen
con esos vídeos? ¿Los vuelven a ver acaso? Si no lo grabas es como si no
hubiera sucedido, deben de pensar. Y esta obsesión por registrar todo no es solamente
una cosa de jóvenes. También afecta a los adultos, que estamos infantilizados.
Incluso afecta a la tercera edad. El otro día, en un cuentacuentos, sacamos a
una niña para que nos ayudara en un momento de la función y nombrara caballero
a uno de nosotros; tenía que repetir declamando y con buena voz la larga retahíla
de frases que le proponíamos. Pues bien, la niña lo hizo de maravilla, fue una
escena muy divertida, y tras aplaudirle y volver al sitio, vimos que se
levantaba entre el público una anciana y se acercaba lentamente al escenario,
intentando sacar el móvil del bolso mientras venía hacia nosotros con total parsimonia.
Nos quedamos extrañados viéndola venir (había algo fascinante en ver lo lenta
pero segura y con total determinación que se acercaba a invadir el escenario) y
nos dijo: “¿Podríais sacar a mi nieta otra vez, que no me ha dado tiempo a
grabarla?”.
"Necesidad de grabar", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 4 de mayo.
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