Soy
muy tradicional y me gusta empezar por el principio. Así que vayamos
directamente al proemio. Se llama proemio al preludio de un canto, exordio de
un discurso o preámbulo de una obra. Como soy un pedante, prefiero decir
proemio que decir prólogo, por ejemplo. Decir proemio es de premio. Y decir
prefación es de campeón. Decir prefacio, en cambio, me suena lacio. Sin embargo
prefación suena a preliminar sexual, suena tremendamente bien. Es sabido por
todos que hay que esmerarse en los preliminares. Son fundamentales, vaya que
sí. Los besos, los toqueteos, los abrazos, la lengua por aquí, la lengua por
allá, disfruta, disfruta, que ya llegará la introducción. Y en esta columna
estamos trabajando en ello. Meditando una buena introducción de libro. Una
buena introducción siempre se agradece. Pero hay que plantearla adecuadamente.
Hay que darle vueltas y vueltas, rodeos, digresiones, circunloquios, hasta que
nos convence del todo. Se le dan muchas vueltas a los inicios de las columnas
aunque no lo parezca. A veces demasiadas vueltas, que casi marean. Y es que el
encabezamiento es una cuestión que trae de cabeza. La cabecera, ya se sabe, es
importantísima. La cabecera marca el tono. ¿Saltamos la cabecera, saltamos la intro, como dicen ahora? No, no te la
saltes, alma de cántaro. Que si te la saltas ya empiezas mal. Si está es por
algo, querido espectador. No podemos empezar una obra saltándonos la
presentación. Ante todo, educación. Hay que presentarse, claro que sí. Aquí un
proemio, aquí unos amigos. No nos ahorremos los prolegómenos, qué menos, que
para eso están. Para iniciar una historia no podemos arrancar el arranque
mismo. Hay que marcarlo claramente y que nos marque el camino a seguir. Mucho
mejor de esa manera, dónde va a parar, y así nos llevará de la mano hasta un
brillante colofón, chin pon. Mucho mejor que un posfacio, que me suena lacio.
"El proemio", mi columna semanal en El Periódico de Aragón de hoy sábado 6 de abril.
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