Creíamos que nos tomaba el pelo. Se miraba la muñeca
desnuda para ver qué hora era y no llevaba reloj. Y lo hacía tan serio que
pensabas que él veía la hora.
Se llamaba Daniel. Era compañero de clase y es de esos
raros personajes que te presenta la vida.
Al principio, todo hay que decirlo, lo tomamos por loco,
pero poco a poco cambió nuestra opinión. Si le preguntabas la hora, él te la
decía correctamente. Y nunca llevaba reloj. Nunca.
A veces se pasaba por nuestras mentes la idea de que él
había conseguido contar mentalmente los minutos y las horas, y de que tal vez
lo seguía haciendo inconscientemente o por costumbre, pero con la exactitud de
un reloj.
En una ocasión, en la clase de gimnasia corríamos los
ochocientos metros en grupos de diez alumnos, y él nos ganó, nos ganó a todos,
pues hizo el mejor tiempo, pero lo raro del caso es que cuando el profesor le
dijo el tiempo que había hecho, Daniel le corrigió.
—Un segundo menos —le dijo.
—Eh, yo llevo el cronómetro y tú no llevas ni reloj. No
me vengas a decir el tiempo que has hecho —le espetó el profesor.
Daniel pasó de discutir por esa estupidez y se fue al
vestuario. Desde aquel día, lo apodamos “el cronos”.
Daniel nunca llegaba tarde a clase. Siempre llegaba a la
hora justa. Un día, comentando esto, nos dijo que no lo despertaba nadie, que
él se despertaba instintivamente a la misma hora todos los días.
Daba gusto quedar con él para ir a algún sitio, pues
nunca te hacía esperar ni un segundo. Nos empezaba a caer muy bien. Era un gran
tipo. También era un poco raro, pero todos los genios lo son. Y él era un
genio, sin duda alguna. Se podía quedar con cualquiera. En clase de
matemáticas, por ejemplo, teníamos a un imbécil de profesor. Entre otras cosas,
este profesor no aguantaba las alarmas de los relojes digitales, le sacaban de
quicio, y nos dijo que las quitáramos. Así lo hicimos todos. Pues bien, en una
clase, al dar las once en punto se oyó el ruidito típico: “Pííí, Pííí, Pííí”.
—¡Otra vez las dichosas alarmitas! —exclamó el
profesor—. ¿Quién ha sido?
—Yo —dijo Daniel—. Perdone, se me olvidó quitar la
alarma.
—Está bien, está bien —aceptó el profesor, como
perdonándole la vida—. Pero que no se repita.
Todos los alumnos nos quedamos extrañados. Como siempre,
Daniel no llevaba reloj.
Pasado algún tiempo, Daniel cayó gravemente
enfermo. Fue hospitalizado con urgencia y en menos de una semana, sin que los
médicos lo pudieran evitar, murió.
—Fue como si se le agotara la energía de vivir —explicó
uno de los médicos.
—Las pilas —pensamos todos.
"El hombre reloj" es uno de los 60 relatos de "La sonrisa del león" (Dissident Tales, 2015). El libro está ilustrado magistralmente por Javi Hernández.
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