Comenzaba a
amanecer, y los soldados alemanes sabían lo que eso significaba. Iban a atacar
las líneas enemigas, y las posibilidades de morir serían muchas. Miraban
absortos las trincheras inglesas y el espacio que les separaba: un espacio que
parecía eterno. Lejos quedaban sus novias, mujeres, familiares y amigos. En
este mundo sólo reinaba la muerte y la estupidez.
Ya estaban
listos para salir en cualquier momento y tomar las malditas posiciones. Era una
locura, un ataque suicida; pero qué demonios, la guerra es así.
El capitán
Prüler salió de la trinchera.
—¡A por
ellos! —gritó a los rostros temerosos de los soldados—. ¡Adelante!
Los rostros
de temor se tornaron en odio y salieron gritando y vociferando en dirección al
enemigo. Las trincheras fueron abandonadas rápidamente y la respuesta de los
ingleses no se hizo esperar. Sus ametralladoras comenzaron a lanzar lluvias de
balas, en tanto que la artillería alemana ayudaba a su infantería como podía.
En medio de todo esto, el grueso soldado Franz, apodado “el gorila”, fue un
fácil blanco. Fue como si todos los enemigos dispararan sobre él; reventó en mil
partes. Al mismo tiempo, el soldado Schultz recibió un balazo en el pecho y
cayó al suelo.
—La
quinta... —gimió Schultz.
Desde el
suelo vio cómo sus compañeros caían uno tras otro. Era una auténtica masacre.
Se incorporó entre maldiciones y siguió avanzando. A su lado, el sargento
Junkendorf fue atravesado por dos balas mortíferas y se derrumbó.
El fuego de
los morteros ingleses empezó a actuar en el campo. Los soldados alemanes caían
como moscas. En las trincheras, dos oficiales ingleses se refrotaban las manos
al pensar en las medallas que sin duda alguna conseguirían.
En el fragor
del combate, el cabo Heinz era uno de los alemanes más avanzados, pero una bala
precisa le hizo frenar los pies y caer sobre unas alambradas. Justo después,
una bomba hizo volar a Schultz por los aires y caer duramente al suelo.
—La sexta,
Dios mío, la sexta... —dijo débilmente.
Estaba
destrozado. Sangraba cuantiosamente. Un soldado cayó muerto encima de él. Lo
apartó a duras penas y se levantó fatigosamente. Y siguió avanzando hacia
aquella inalcanzable línea enemiga.
Era tan
absurdo como aquel niño que viendo por primera vez el mar, se dijo: —Voy hasta
la línea del horizonte y luego vuelvo.
Ahora
algunos soldados empezaban a retroceder. Seguir avanzando era la muerte segura;
el campo de batalla estaba plagado de cadáveres y de soldados heridos. Como el
soldado Schultz, que fue alcanzado de nuevo por una bala enemiga, esta vez en
el corazón, y cayó a tierra.
—La
séptima... —balbuceó.
Un teniente
ordenó retirada. Mientras, el soldado Schultz, apodado “el gato”, moría.
"El día más corto" es uno de los 60 relatos de "La sonrisa del león" (Dissident Tales, 2015). El libro está ilustrado magistralmente por Javi Hernández.
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