Me encontraba en casa tumbado a la bartola, rascándome una oreja y leyendo un libro cuando sonó el teléfono. Eran las cinco y media de la tarde; el sol todavía se colaba por el balcón. Dejé de rascarme la oreja, dejé el libro sobre el sofá y me levanté con desgana hacia el estridente teléfono.
-¿Sí?
-¡Sal, sal ahora mismo! –gritó una voz-. ¡Corre!
-¿Qué?
-¡Que salgas, joder! ¡Va a explotar todo, la casa!
-¿Cómo...?
-¡Deja el teléfono y sal echando leches de ahí!
-Eh..., creo que se ha equivocado de número...
-¡No me he equivocado! ¡Va a haber un escape de gas en el piso que está encima del tuyo! ¡Sal! ¡Sal ahora mismo o será demasiado tarde! ¡No tienes ni un minuto! ¡Hazme caso! ¡Corre! ¡Sal del edificio! ¡Ya!
-Pero...
-¡Tienes que creerme! ¡Tienes que confiar en mí!
El caso es que me sonaba la voz... Sí. Me era conocida. Mucho.
-¡Tienes que salir! ¡Sal o morirás!
Joder.
Solté el teléfono, corrí hasta la puerta, la abrí de un tirón y bajé por las escaleras a toda velocidad hasta llegar a la calle.
Y entonces escuché la explosión. Como una bomba. Como una puta bomba.
Caí al suelo y medio edificio se vino abajo.
Tal y como me habían dicho, mi piso fue sepultado por el de arriba, causante del escape.
Si no me hubieran avisado...
Sí, habría muerto.
De no haber reconocido la voz, habría muerto.
Sin embargo, no entendía lo que había sucedido. No había manera de entenderlo.
La voz. Claro que me era conocida.
Era la mía.
-¿Sí?
-¡Sal, sal ahora mismo! –gritó una voz-. ¡Corre!
-¿Qué?
-¡Que salgas, joder! ¡Va a explotar todo, la casa!
-¿Cómo...?
-¡Deja el teléfono y sal echando leches de ahí!
-Eh..., creo que se ha equivocado de número...
-¡No me he equivocado! ¡Va a haber un escape de gas en el piso que está encima del tuyo! ¡Sal! ¡Sal ahora mismo o será demasiado tarde! ¡No tienes ni un minuto! ¡Hazme caso! ¡Corre! ¡Sal del edificio! ¡Ya!
-Pero...
-¡Tienes que creerme! ¡Tienes que confiar en mí!
El caso es que me sonaba la voz... Sí. Me era conocida. Mucho.
-¡Tienes que salir! ¡Sal o morirás!
Joder.
Solté el teléfono, corrí hasta la puerta, la abrí de un tirón y bajé por las escaleras a toda velocidad hasta llegar a la calle.
Y entonces escuché la explosión. Como una bomba. Como una puta bomba.
Caí al suelo y medio edificio se vino abajo.
Tal y como me habían dicho, mi piso fue sepultado por el de arriba, causante del escape.
Si no me hubieran avisado...
Sí, habría muerto.
De no haber reconocido la voz, habría muerto.
Sin embargo, no entendía lo que había sucedido. No había manera de entenderlo.
La voz. Claro que me era conocida.
Era la mía.
12 comentarios:
Bueno, debe ser difícil llamarse a uno mismo. Yo lo asocio a un sueño premonitorio pero el teléfono me despista. Muy bueno, Roberto.
Genial. Estaré más pendiente del movil a partir de ahora. Un saludo. Por cierto, soy Manchas de tinta.
Hola, Marcos, no es fácil de reconocer la voz de uno mismo.
Hola, Manchas, me encanta su sobrenombre. Felices sueños.
Te aconsejo Vodafone, tiene una tarifa especial para llamadas entre la conciencia y uno mismo.
Por cierto, un consejo para Manchas: no te rasques...
Gracias por los consejos, Alfredo. Tú sí que sabes...
Tiene algo como de Paul Auster. Y perdón por la manía de buscar comparaciones. Mola.
Hombre, me encanta Paul Auster. Mola la comparación.
Genial relato, Roberto. Yo he intentado llamarme en alguna que otra ocasión, pero siempre me salta el buzón de voz...
Bueno, Joe, supongo que dejando el mensaje en el buzón de voz también puede funcionar.
Jo qué bonito. Aún diría más: Jo qué bonito.
Gracias, Alberto, te enlazo ya mismo.
¡Nos leemos!
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