Siempre me ha encantado cuando los músicos, a mitad de un concierto, nos deleitan con una improvisación en la que todos tocan lo que el sentimiento y la ocasión les piden. Y eso mismo es exactamente lo que voy a hacer yo ahora: una improvisación. Me voy a sentar ante el papel, sin ninguna idea en la cabeza, a ver qué sale.
Mi mente está en blanco, y tengo ante mí un folio en blanco. Comienzo a escribir en él un cuento, aunque no sé bien qué saldrá, en caso de que salga algo. Mi pequeña habitación no me inspira mucho. Estoy sentado ante mi mesa de trabajo y, como la blancura del folio tampoco me dice nada, miro a mi alrededor. Detrás de mí está mi cama. A mi derecha hay un armario; está cerrado. Más a la derecha está la puerta de la habitación; está cerrada. Al doblar la esquina está el mueble con la televisión; está apagada. Y a mi izquierda está la ventana; está abierta. Sí, abierta; por ella entran los rayos del sol, por lo que estoy escribiendo esto sin necesidad de gastar luz. Pero por una ventana pueden entrar más cosas. Sí, puede entrar todo un mundo de fantasía. Y contemplo la ventana, esperando que aparezca algo que pueda alimentar el hambre de palabras que tiene mi folio. Y, por supuesto, algo entra. Entra planeando, impulsado por el viento, un avioncito de papel. Sobrevuela un metro y medio de habitación y cae al suelo suavemente. Lo observo desde mi silla con atención, y veo que algo se mueve dentro, algo se agita dentro, y sale de él una rubia de ojos azules, metro ochenta de altura y curvas de ensueño. Quizás alguno no se explique cómo puede salir una mujer de metro ochenta de un avioncito de papel, pero en los cuentos pueden suceder estas cosas. La mujer está completamente desnuda, por supuesto. Me sonríe, pero no me dice nada. Yo la miro alucinado, sin saber qué hacer. Entonces ella se tumba en mi cama, me guiña un ojo y me indica con su dedo índice que vaya con ella. Y yo, que no me sé negar a nada, me levanto de la silla y voy con ella, por lo que tengo que dejar de escribir este cuento.
Mi mente está en blanco, y tengo ante mí un folio en blanco. Comienzo a escribir en él un cuento, aunque no sé bien qué saldrá, en caso de que salga algo. Mi pequeña habitación no me inspira mucho. Estoy sentado ante mi mesa de trabajo y, como la blancura del folio tampoco me dice nada, miro a mi alrededor. Detrás de mí está mi cama. A mi derecha hay un armario; está cerrado. Más a la derecha está la puerta de la habitación; está cerrada. Al doblar la esquina está el mueble con la televisión; está apagada. Y a mi izquierda está la ventana; está abierta. Sí, abierta; por ella entran los rayos del sol, por lo que estoy escribiendo esto sin necesidad de gastar luz. Pero por una ventana pueden entrar más cosas. Sí, puede entrar todo un mundo de fantasía. Y contemplo la ventana, esperando que aparezca algo que pueda alimentar el hambre de palabras que tiene mi folio. Y, por supuesto, algo entra. Entra planeando, impulsado por el viento, un avioncito de papel. Sobrevuela un metro y medio de habitación y cae al suelo suavemente. Lo observo desde mi silla con atención, y veo que algo se mueve dentro, algo se agita dentro, y sale de él una rubia de ojos azules, metro ochenta de altura y curvas de ensueño. Quizás alguno no se explique cómo puede salir una mujer de metro ochenta de un avioncito de papel, pero en los cuentos pueden suceder estas cosas. La mujer está completamente desnuda, por supuesto. Me sonríe, pero no me dice nada. Yo la miro alucinado, sin saber qué hacer. Entonces ella se tumba en mi cama, me guiña un ojo y me indica con su dedo índice que vaya con ella. Y yo, que no me sé negar a nada, me levanto de la silla y voy con ella, por lo que tengo que dejar de escribir este cuento.
12 comentarios:
Me parece que tienes tú mucho cuento, y mucha imaginación, ¿no podrías haber pensado que entraba un pajarillo por tu ventana?, claro, demasiado obvio, jajaja.
Voy a ponerme a escribir un cuento, a ver si con suerte entra George Clooney.
Un abrazo fuerte, Roberto.
No sé si te he dicho que feliz año, feliz década y todo lo demás, por si acaso te lo digo, para ti y tu preciosa familia.
Un auténtico cuento chino... O si no, ya me estás diciendo en qué calle vives para mudarme y abrir la ventana... Para ventilar las habitaciones, por supuesto.
Yo comprendo perfectamente tu excusa para dejar de escribir. Uno no puede dejar de escapar esa oportunidad para hablar con una mujer qyue ha salido de un avión tan pequeño. ¿Te imaginas la de historias que puede contar?... Porque...tú has dejado de escribir para eso ¿no?...para documentarte...jejeje.
Hola, Irene, suerte con el Clooney. Hasta tendrá avión de verdad y todo.
Es un cuento chino, Alfredo. Ya casi no se ven avioncitos de papel...
Ahí le has dado, Marcos, hay que hablar mucho con los personajes para comprenderlos mejor.
muy buena improvisación. Llevo todo el día haciendo aviones de papel y no me sale nada...
Hombre, no se trata de hacer aviones, sino de abrir las ventanas. Ya entrará lo que sea...
Tu cuento se basa en el tópico del escritor ante los folios en blanco. Leopoldo Alas Clarín tuvo la misma sensación antes de escribir "La regenta". Espero que tus novelas sean más cortas.
¡Joder! ¿A Leopoldo Alas Clarín también se le apareció la tal "regenta" desnuda?
No, si al final voy a tener que leer más literatura del XIX...
Hola, Juan Carlos, gracias por pasarte. Y descuida, mis novelas son más cortas que "La regenta".
Hola, Sergio. A Leopoldo Alas Clarín le iba el barro, por supuesto. Léete su libro de cuentos "Adiós, Cordera" y verás.
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