Ahora muchos lectores leen menos y ocupan su
tiempo libre en ver series, películas, videojuegos… En fin. Es lo que hay. El
ocio es cambiante. Pero el leer tendría que ser algo inmutable. Hay que leer
más, claro que sí. A mí me encanta leer. Pero también veo películas y series,
por supuesto. De hecho, me encanta leer un libro y después, si es posible, ver
la película basada en el libro, para comparar. Eso sí, independientemente de
que nos haya gustado mucho o poco la película, al salir del cine hay que decir
la gran frase: “El libro era mucho mejor”, y así quedamos como personas
cultivadas. En el siglo pasado, de jovencito (de muy jovencito) me leí la
novela Los renglones torcidos de Dios,
de Torcuato Luca de Tena. Recuerdo
lo mucho que me gustó, me pareció una obra excelentemente escrita, con unos
personajes increíbles y una trama cautivante que te mantenía en vilo de
principio a fin. Y el otro día fui a ver la película basada en ella, dirigida
por Oriol Paulo y protagonizada por Bárbara Lennie y Eduard Fernández. ¿Cómo han tardado más de cuarenta años en llevar
semejante novelón al cine? Bueno, los amantes de las adaptaciones
cinematográficas tenemos que tener paciencia. En mi caso, lo bueno de haberla
leído hace tantos años (y no haberla vuelto a leer) es que ya no me acordaba
apenas de la trama, ni de cómo acababa la historia, así que esperaba
disfrutarla plenamente. Sin embargo, fue comenzar la película y toda la
historia volvió de golpe, y mi cabeza anticipaba todo lo que iba a pasar. Tenía
como una “mente spoiler” que me iba adelantando los acontecimientos, pero no
dejaba de ser una maravillosa sensación, pese a que se perdiera el factor
sorpresa. “¿Qué te ha parecido la película?”, me preguntó mi mujer al salir del
cine. Me había gustado un montón, pero sentencié sin dudar: “El libro mucho
mejor”. Faltaría más.
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