El pederasta estaba inconsciente, desnudo, atado y amordazado en una silla del salón en penumbra. Cuando abrió los ojos, vio la silueta de la joven que lo había dejado sin sentido, recortándose contra las luces de un gran árbol de Navidad.
-¿Ves el árbol, cabrón? –señaló ella, y él tragó saliva, reconociendo la voz (ahora algo más grave y amarga, con muchos más años y experiencia)-. Es bonito, ¿verdad? –sonrió ella maliciosamente, y mostró unas enormes tijeras de podar-. Sólo le faltan las bolas…
-¿Ves el árbol, cabrón? –señaló ella, y él tragó saliva, reconociendo la voz (ahora algo más grave y amarga, con muchos más años y experiencia)-. Es bonito, ¿verdad? –sonrió ella maliciosamente, y mostró unas enormes tijeras de podar-. Sólo le faltan las bolas…
Joder que bueno JAJAJAJA Hay que decorar ese árbol, por supuesto. Un abrazo!
ResponderEliminar¡Felices fiestas, Marcos!
ResponderEliminarSe ve que la navidad te inspira...
ResponderEliminarA mí, en cambio, me pone pocha y me deprime...
De todos modos, celebro que tus relatos navideños sean pelón transgresores.
Besetes y felices... eso.
Ya, la Navidad es lo que tiene, Teresa. En cualquier caso, que tengamos salud. Un besazo.
ResponderEliminarLa Navidad es tiempo para reencontrarse con las personas que no ves hace tiempo...para desgracia del pederasta. Un relato con dos pelotas, si señor.
ResponderEliminarLa Navidad es buen momento para reencuentros, Manchas, es cierto. ¡A disfrutar mucho estos días!
ResponderEliminarAuch! qué bueno!
ResponderEliminarMe alegra que te guste, Vero. Le tengo cariño a esta historia.
ResponderEliminarImbuido de espíritu navideño, sí señor.
ResponderEliminarEs un buen momento para ajustar cuentas...
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