Sobrevolaba el océano, a 31.000 pies exactamente, cuando Dios se sentó a mi lado. A estas alturas ocurren estas cosas, pensé. “¿Es mi hora?”, inquirí. “Así es”, asintió seriamente. En esto, una azafata se acercó y me preguntó si quería té o café, y sentí que la banal pregunta adquiría en semejante contexto un matiz muy importante; de mi posible contestación dependería mi destino final. “Té”, musité tras reflexionar. “Has tenido buen juicio”, expresó Dios, complacido, y la azafata me sirvió una taza con reverencia litúrgica. La probé, y el avión puso rumbo al Cielo.
Pues yo estaría ya en el Infierno... Y es que soy un adicto al café.
ResponderEliminarDerrama el té café hirviente sobre Dios y después le das una paliza, a ver qué hace...
ResponderEliminarUn te celstial y redentor, amigo. Yo arderé en las llamas del infierno por tomar tanto café...
ResponderEliminarJoe, el café es algo diabólico (como el ron). Vas de cabeza al infierno (como todos los piratas).
ResponderEliminarHombre, Claudio, vamos todos al infierno, pero tampoco hay que ponérselo tan fácil...
ResponderEliminarHola, Marcos, te confieso que yo también soy un adicto al maldito café. No tenemos remedio...
ResponderEliminarEstá claro que no era de Iberia...
ResponderEliminarNo, desde luego, sería "DiosAerolíneas" o algo así.
ResponderEliminarQue va que va, de EasyJet. Que te hacen pelearte por los asientos!
ResponderEliminarYo mitad cielo, mitad infierno. Que los dos me gustan mucho.
Hola, Vero, se nota que entiendes de aviones.
ResponderEliminarY yo le pego más al café, pero lo cierto es que el té me sienta mucho mejor. Me merezco el infierno por inútil.